En el G2 pasé los primeros 30 días de encierro. Durante ese mes sentí terror, desesperación, remordimiento, y quizás hasta un poco de orgullo. Me consideraba superior a mis captores por el simple hecho de estar enterado del engaño, por saber lo que ahora sabía, aunque sin planteármelo en esos términos. De alguna manera, me regodeaba en el arresto, el registro y la humillación. Para seguir leyendo…
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