Ivette Leyva Martínez: Conversación con Carlos Victoria / Mi vida en Cuba fue una pesadilla
En el verano de 1999 llegué a Miami desde Londres para realizar mi tesis de maestría, que estaría dedicada a producir un documental de radio sobre los cambios en la comunidad cubana después de las últimas oleadas migratorias.
Entre los artistas e intelectuales con los que hablé entonces para mi trabajo de grado se encontraba el escritor Carlos Victoria. La entrevista que dio inicio a nuestra amistad se realizó el 18 de junio de 1999 en el noroeste de Miami; fue una conversación de una hora y 15 minutos grabada en formato digital. Yo tenía 26 años, había llegado a esta ciudad hacía tres meses y desconocía los pormenores de muchas historias ocultas de la Cuba que había dejado atrás. Este fue uno de los primeros testimonios que escuché -en primera persona- sobre la brutal represión que sufrieron muchos intelectuales cubanos durante el llamado Quinquenio Gris.
Durante años la grabación permaneció en una gaveta y este verano me decidí a escucharla nuevamente. Además de emocionarme en el recuerdo, me impactó la absoluta vigencia que conservan sus palabras.
Este 12 de octubre, en el séptimo aniversario de la muerte de Carlos, me parece una fecha propicia para publicar este testimonio a manera de homenaje y recordación del excepcional escritor y del entrañable ser humano que fue. Se trata de una versión abreviada de la entrevista, en la que aborda sus problemas en Cuba, la aventura literaria de la revista Mariel (1983-1985) y su relación con el ex ministro de Cultura Abel Prieto, entre otros temas.
La conversación completa -una de las pocas grabaciones de la voz de Carlos que existen- pasará como donación a los archivos de la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami.
Fuera del orden
¿Por qué vino usted a vivir a Miami?
Yo estaba viviendo en Cuba en una situación totalmente intolerable. No tenía futuro de ningún tipo, había sido expulsado de la universidad en el año 71 y tuve obligatoriamente que buscarme un trabajo casi de inmediato, porque en ese momento estaba la Ley contra la Vagancia, o sea, entre haber dejado la escuela y el comienzo del trabajo solamente podían transcurrir tres meses, porque al cabo de tres meses ya te consideraban un tipo completamente fuera del orden y eso se castigaba con una sanción.
¿Por qué lo expulsaron de la universidad?
Lo que había ocurrido era que a lo largo del tiempo yo había mantenido lo que ellos pensaban era, por citar una frase del famoso documental de Néstor Almendros, una conducta impropia. O sea, yo era un tipo que hacía comentarios, que me burlaba a veces de cosas políticas, que hacía críticas que ellos consideraban venenosas, tenía pelo largo, era un tipo rebelde…Yo tenía 19-20 años, andaba con los que en aquella época se consideraban los hippies por todos los círculos estos de allá de La Habana, de cafeterías, de Coppelia, del Carmelo…
¿Qué estaba estudiando entonces?
Lengua y Literatura Inglesa, precisamente.
¿Cómo fue que se produjo la expulsión de la universidad?
Estaba becado en el albergue de 3ra y F, y a las 6 de la mañana fueron a despertarme al cuarto para decirme que allá abajo estaba el decano, vaya, una cosa insólita un decano a las 6 de la mañana en un albergue de estudiantes (sonríe), y estaba también la directora o la administradora del albergue, que se llamaba Milagros, por cierto.
Pues en esa reunión me dijeron más o menos que ellos sabían quién era yo, y ellos sabían los problemas que yo tenía y ellos estaban dispuestos a darme una oportunidad pero querían ver un cambio de actitud en mí… Me dijeron que no pensaban que yo era un joven contrarrevolucionario, pero que ellos veían en mí ciertas desviaciones ideológicas, un espíritu crítico que no era constructivo con respecto a la política cultural del gobierno, con respecto a la propia universidad…que mi vida fuera de la universidad dejaba mucho que desear, que me reunía con elementos antisociales, que me reunía con elementos homosexuales, con gente abiertamente contrarrevolucionaria, que aunque yo no lo fuera, todo eso como que me permeaba, daba una imagen de mí que ellos consideraban muy desfavorable.
Y me sacaron anécdotas específicas, como que yo sostenía correspondencia con extranjeros.
Unos americanos peligrosos
¿Y con quién sostenía usted correspondencia?
Cuando fue la Brigada Venceremos a Cuba, integrada por jóvenes americanos -fueron allá a cortar caña, se suponía que eran jóvenes que simpatizaban con la Revolución- yo me hice amigo de dos americanos y sostenía correspondencia con ellos.
Y por cierto después me enteré que uno de los compañeros míos de habitación –las cartas se me perdían después de haberlas recibido y leído, yo las guardaba y después resulta ser que no las encontraba- cogía las cartas y evidentemente las mostraba a quien fuera, a los profesores, o a la gente del Partido, de la Juventud Comunista… Él era de la Juventud Comunista.
Entonces esa fue otra de las cosas que salieron a relucir. Y me dieron como una especie de ultimátum, yo creo que estaban esperando a que yo hiciera como un mea culpa y que yo reconociera mis errores, pero mantuve una actitud no diría que arrogante, sino sencillamente traté de decirles que mi vida personal y que el hecho de que yo criticara en momentos determinados cosas de la política o de la cultura, yo pensaba que tenía todo el derecho a hacerlo y que eso no estaba en contradicción con mi condición de buen estudiante, porque era un buen estudiante, y tuvimos ahí una polémica un poco agria en la que ellos no salieron contentos, ni yo tampoco, por supuesto.
Y pocos días después, como al cabo de tres semanas o algo así por el estilo, me llamaron para decirme que yo estaba expulsado, me llamó otra vez el decano o rector, no recuerdo, de apellido Guevara, hermano de Alfredo Guevara.
Por cierto, yo le dije a él una cosa bastante dura durante esa “entrevista” a las 6 de la mañana, y es que cuando él me dijo de que yo me reunía con homosexuales yo le dije que eso no tenía importancia ninguna porque había personas de gran relevancia dentro de la cultura cubana que eran notoriamente homosexuales y que eso no impedía que fueran grandes personas o grandes creadores o grandes revolucionarios y le hablé sobre su hermano.
¿Cómo reaccionó él?
Con una cólera terrible. Me dijo que eso era una falta de respeto. Creo que eso fue decisivo en su opinión para expulsarme.
Un costo demasiado alto
¿Cómo usted se ve a sí mismo en retrospectiva? ¿Cómo se sentía con respecto a lo que estaba pasando en el país?
Yo era un joven que quería libertad, que no quería la camisa de fuerza que la Revolución estaba tratando de imponer a los jóvenes. Creo que pensaba en aquel tiempo que efectivamente había algo justo en los principios de todo eso que estaba ocurriendo en ese país, te estoy hablando teóricamente, de las ideas que se suponía sustentaban todo ese sistema.
Pero a la vez me daba cuenta del abismo que había entre la teoría y la realidad, y pensaba que el precio que había que pagar por aquel supuestamente ideal sistema era demasiado alto, era el precio de renunciar por completo a tu individualidad para poder tener un mínimo de seguridad como estudiante, o como trabajador, o como futuro profesional…yo pensaba que era demasiado caro y, un poco con esa actitud idealista de los jóvenes, yo quería que ese precio se redujera y que no hubiera que pagar ese precio tan alto para lograr tener los beneficios que se suponía que esa sociedad nos podía dar.
Después de la expulsión, ¿qué hizo?
Tuve que ir casi corriendo al Ministerio del Trabajo. Por cierto [ese tiempo] desde que me expulsaron de la universidad hasta el momento en que ya tenía que ir al Ministerio del Trabajo me sirvió para leer a Proust completo, leí los siete tomos de En busca del tiempo perdido, yo creo que casi valía la pena que me hubieran expulsado de la universidad para haber leído de Proust de esa forma, ininterrumpidamente, sin tener otra cosa que hacer, tal vez de otra manera no hubiera podido hacerlo.
El único trabajo que pude conseguir fue en la agricultura, en la Empresa Forestal; de eso hay una anécdota graciosa que yo he hecho varias veces. Yo iba siempre al Ministerio del Trabajo y me decían siempre, mira, no hay esto, lo que hay es construcción, lo que hay es obrero agrícola, y una vez la mujer que me recibía, con la que yo había llegado a tener casi confianza, me dijo: “Bueno, yo tengo algo nuevo para ti que yo creo que te puede gustar, tengo una plaza como obrero en desarrollo”. Y entonces yo pensé que un obrero en desarrollo era un obrero que se desarrollaba y que llegaba a ser otra cosa algún día, y lo que yo no sabía era que era un obrero en desarrollo forestal, o sea que lo que se desarrollaban eran las matas, y los pinos, y no yo (riéndose), pero bueno, acepté la plaza y así fue como entré en la Forestal, eso fue en el año 71, y ahí estuve hasta el año 80, nueve años, desde los 20 hasta los casi 30 años, cuando vine para acá por el Mariel.
Así y todo la decisión de salir me costó muchísimo, muchísimo trabajo porque a pesar de todo lo que había sufrido en Cuba y a pesar de que sabía que no tenía futuro, de todas maneras era mi país y yo estaba tremendamente apegado a esa tierra, y a esa gente, y yo pensaba que no podía vivir sin Cuba. Le tenía terror a esa ruptura, y por lo tanto, a pesar de haber hecho intentos de salida en los años 70 –que se llevaron a cabo a medias, en realidad todo eso era como un juego, nunca creí que esos planes se pudieran llevar a cabo-, cuando se dio la posibilidad real y absoluta como por ejemplo en el Mariel, que ahí ya estaba el barco en el puerto, creo que sentí miedo porque no sabía si podía dar ese salto o no lo podía dar.
Ahora me doy cuenta de que era lo único que me quedaba por hacer, tenía que hacerlo de todas formas y me alegro enormemente de haberlo podido hacer.
Memorias de la cárcel
¿Lo encarcelaron alguna vez?
Sí, estando en la Forestal, en el año 1978, cuando el Festival [Mundial] de la Juventud, me arrestaron y estuve como tres meses en Seguridad del Estado, acusado de las cosas más inverosímiles, primero, de que era jefe de una banda de escritores contrarrevolucionarios…
Cuénteme cómo fue esa detención…
Primero estuve como cuatro o cinco días en Camagüey, ellos fueron a mi casa y confiscaron todo lo que fuera papeles, todo lo que ellos consideraban que eran manuscritos, todas las cartas, en fin, todo lo que tuviera letras escrita que no fuera libros. También me confiscaron un par de libros, uno, completamente absurdo, recuerdo que era La fenomenología del espíritu, de Hegel, solamente porque tenía la palabra espíritu en el título…Cuando cogieron el libro, vi que lo pusieron en una caja grande donde empezaron a echar todas las cosas y yo les dije que si ellos no sabían que gracias a ese hombre ellos estaban ahí esa tarde, porque se suponía que Hegel era un poco el maestro de Marx y Marx era el principal responsable de ese sistema que estábamos viviendo, el sistema en el que ellos creían y por el que ellos actuaban de esa forma…
Después de ese registro y esa confiscación estuve creo que un par de días más en Seguridad del Estado en Camagüey y ellos me trasladaron para La Habana, porque había otras personas que habían arrestado al mismo tiempo en La Habana, amigos escritores con los que mantenía correspondencia. Eran personas que no habían publicado, que no eran conocidas…
Eso es parte de lo triste de mi generación, que había tanta gente de talento en aquel momento, y gente con grandes inquietudes, gente que escribía… Pero todo eso que ocurrió en esos años frustró a muchos y los hizo renunciar a la idea de crear. He sido muy afortunado después de todo, pues pude en primer lugar salir, y que pude seguir creando, y que he tenido esa constancia y esa perseverancia.
Estuve en varias celdas allí en Villa Marista, me cambiaban de celda con frecuencia, en un momento determinado estuve solo varios días, porque ellos estaban tratando de obligarme a que yo comprometiera a estos amigos, [decirles] que en efecto teníamos reuniones donde había un ingrediente de contrarrevolución, cosa que no era cierta y eso lo defendí a capa y espada, porque no era verdad y, además, si hubiera sido verdad yo creo que tampoco yo hubiera querido comprometer a nadie.
¿Hasta qué punto esos tres meses influenciaron su vida? ¿Lo influenciaron mucho o usted cree que fue una experiencia que logró superar con el tiempo?
Pensando así ahora, mirando hacia atrás, pienso que mi vida era como una pesadilla, yo estaba viviendo como una pesadilla, en primer lugar como obrero agrícola, una vida completamente frustrada… Bebía enormemente en esa época, me alcoholicé y era una manera de escapar de la realidad. Yo vivía como en una irrealidad, y entonces aquella etapa de estar en Seguridad del Estado como tres meses fue como un sueño dentro de un sueño, como una pesadilla un poco más fuerte, pero dentro de una pesadilla general. Yo no creo que cambió mi vida: ya mi vida había cambiado ya. No le veía mucho sentido a las cosas y lo que estaba era tratando de escapar todo el tiempo de mí mismo, a través de la literatura y a través de la bebida también.
Esa etapa en Seguridad del Estado lo que sí me dio fue la convicción de que no había nada que hacer, o sea que si yo tenía la más mínima esperanza de que las cosas podían cambiar, eso me hizo saber que no había esperanzas de ningún tipo.
Del Mariel a Miami
¿Cómo fue su inserción en Miami y cuáles las principales dificultades que enfrentó como escritor, como intelectual?
Tuve dificultades en los dos primeros años, porque claro, a pesar de esa actitud positiva mía, un poco desafiante, de decir, yo sí voy a poder vivir fuera de Cuba, yo voy a poder ser un escritor y yo voy a poder ser lo que yo quería ser, yo traía toda una carga negativa, muy muy fuerte, entre otras cosas, por el alcoholismo y tuve que luchar duramente contra eso hasta que por fin logré dejar de beber aquí, como a los dos años y pico.
Había una combinación en esos primeros dos años de un tipo que quiere crear, que quiere escribir, que está trabajando, que se está ganando la vida, y a la vez está esa otra parte oscura, que quería destrucción, que quería autodestruirme, que quería acabar con todo, que quería escapar, era como una dualidad; que yo creo que todos los seres humanos la tenemos pero en este caso era muy, muy evidente.
¿Era propicio Miami para que usted desarrollara sus aspiraciones como escritor?
Lo que ocurrió fue que vinimos juntos una serie de escritores que teníamos una situación parecida y entonces la mayoría no nos conocíamos…Por ejemplo, está el caso de Reinaldo Arenas, a quien yo había conocido en Cuba muy superficialmente. Reinaldo tenía toda esta vitalidad y toda esta energía, y entonces me presentó otras personas; estaba Reinaldo García Ramos también, un poeta y un ensayista, los hermanos Abreu, Luis de la Paz, Carlos Díaz, otro novelista de Miami que apareció más tarde…Todos teníamos un signo común y es que habíamos sufrido en Cuba, habíamos sido marginados en Cuba, no habíamos podido realizarnos como escritores y eso nos daba una fuerza, una cohesión, y nos daba impulso para crear, o sea que eso fue positivo.
Aquí en el exilio pues por supuesto había escritores, por ejemplo estaba Lydia Cabrera, Labrador Ruiz, Hilda Perera, que eran personas que tenían una trayectoria, que tenían libros publicados y que nos dieron aliento, que nos dieron estímulo…Había peñas literarias donde nos reuníamos. Y yo creo que sí, que había cierto movimiento, había cierto fermento.
Por supuesto, no había editoriales de prestigio ni nada por el estilo, por cierto había una circunstancia muy real y era que sabíamos que si escribíamos lo más seguro era que tendríamos que pagarnos nuestras ediciones, pero estábamos dispuesto a eso. Y así fue como se inició la revista Mariel y yo pude superar mis problemas personales, los demonios personales que yo traía por lo menos los pude aplacar. Y pude dedicarme a escribir completamente, y a trabajar, para ganarme la vida en cosas completamente distintas a la escritura, claro. Trabajé muchos años en un almacén, hice otros trabajos también al principio; limpié pisos, toda esa historia clásica del emigrante.
Discrepar con Reinaldo Arenas
Cuando se menciona la revista Mariel mucha gente piensa inmediatamente en Reinaldo Arenas, que era uno de los miembros del Consejo de Redacción. ¿Hasta qué punto Mariel llevaba la huella personal de las ideas de Arenas sobre la literatura?
Definitivamente, Reinaldo era una fuerza motriz, vital. Reinaldo, en primer lugar, era el escritor conocido, que tenía una obra publicada; él era como una especie de autoridad, y claro pues también tenía sus propias ideas y era a veces difícil lidiar con él si uno discrepaba… Existían estas discrepancias a veces, no sólo conmigo, sino con otros más.
Él y yo tuvimos algunas discusiones sobre cómo debía llevarse la revista, lo que se debía publicar, lo que no se debía publicar, si se debía atacar a cierta gente, esto era una cosa con la que yo estaba en completo desacuerdo, atacar a personalidades de la cultura. No quiero entrar en detalles porque es un poco como sacar trapos sucios después de tantos años, ¿no? Puedo decir que a pesar de diferencias que tuvimos, la amistad entre Reinaldo y yo prevaleció siempre, e incluso con los años lo que hicimos fue unirnos más y yo estuve a su lado en sus últimos tiempos de enfermedad.
Por lo que he podido leer hasta ahora, su visión de Miami no es complaciente, sino todo lo contrario, y hay partes de experiencias bastante desgarradoras que usted narra en sus novelas y cuentos.
Yo encauzo toda una energía negativa a través de mi escritura; vamos a decir que esos demonios personales con los que yo he tenido que luchar todo el tiempo de alguna manera yo los exorcizo a través de la escritura, tienen que ver con problemas de identidad, con la marginalidad, con este sentimiento que yo creo que la mayoría de los seres humanos tenemos, de no ser diferentes, de no pertenecer, de toda una serie de experiencias dolorosas y penosas del mundo ese que está en el subconsciente.
Yo reflejo eso de alguna manera en todo lo que escribo, por lo tanto no tiene sentido ninguno que al escribir yo de Miami pues escriba de estos cubanos exitosos, que han logrado buenas posiciones y buenos trabajos; en primer lugar, eso no es lo suficientemente interesante, los periódicos están llenos de ese tipo de gente, y en segundo lugar eso no tiene que ver nada con mi verdad, y con la verdad de la vida. Yo he visto muchísimo, muchísimo sufrimiento tanto en Cuba como en el exilio, por distintas razones, y a mí me interesa plasmar todo eso de alguna forma. La gente un poco como que utiliza una máscara para ocultar sus verdaderas inquietudes, sus verdaderos trastornos, y a mí me interesa quitar esa máscara, romper esa máscara.
En mi ficción, deformo por completo todo lo que ocurrió, invento nuevos personajes, nuevas situaciones. Creo que si yo escribiera un testimonio de mi vida exactamente tal y como ha sido, con los mismos personajes y las mismas situaciones, extrañamente, aunque esto que diga parezca una paradoja, yo creo que yo traicionaría entonces esa realidad. Es más eficaz y me siento mucho más seguro creando ficción a partir de eso, me parece que es mucho más verosímil, por increíble que parezca. Y me satisface más.
Desarraigos, penas, alegrías
¿Siente usted que lo que ha escrito aquí es una literatura no solo sobre Miami sino de Miami? ¿O cree que sigue siendo una literatura cubana?
De alguna forma los cubanos hemos trasladado a Miami todos nuestros problemas y todos nuestros conflictos y todas nuestras virtudes, por qué no decirlo, tenemos buenas cosas. Pero en ese traslado de nuestra personalidad y de nuestras costumbres, de nuestro desarraigo, de nuestra pena y de nuestra alegría y de nuestra arrogancia y de todas nuestras debilidades, a la vez Miami, este sitio que es Estados Unidos, ha influido sobre nosotros también, aunque muchos no quieran reconocerlo.
Creo que sí, que de alguna manera ese contraste entre lo que nosotros hemos traído a Miami y lo que Miami ha puesto en nosotros debe estar de alguna manera en mi literatura y sí puede ser una literatura un poco de Miami, y cubana en el sentido hasta el punto de que yo soy cubano, y que soy un cubano que vive en Miami y que también tengo toda una carga de recuerdos y una estructura personal que responde a Cuba, si es que hay estructura en los cubanos (ríe), ese es otro gran cuestionamiento.
Si se hiciera una historia de la literatura, de lo que se produce en el sur de la Florida, o en la Florida, ¿cree que su obra encajaría en ella?
Lo que uno piensa sobre uno mismo no quiere decir que sea necesariamente la verdad, pero si a mí me pusieran a escoger dónde yo quiero estar situado, yo quiero ser definitivamente un escritor cubano y nada más. Pero bueno a lo mejor en la verdad de los hechos está que al final yo pertenezco más a Miami que a Cuba, no lo sé.
En julio de 1998, La Gaceta de Cuba publicó un fragmento de su novela La ruta del mago. ¿Le gustaría que se siguieran publicando cosas suyas en Cuba?
No me desagradaría, pero sí me agradaría que contaran conmigo y que me pidieran permiso para escoger lo que yo quiero escoger, y que no sea como en este caso, que no me lo dijeron y no contaron conmigo para escoger un fragmento que yo nunca, nunca, hubiera escogido para publicarlo allí. Porque si se va a publicar un fragmento de una novela no es lo mismo que un relato, que un poco como que se contiene a sí mismo, yo creo que el autor tiene definitivamente que definir qué es lo que puede ser más representativo de esa novela y no creo que escogieron un fragmento afortunado.(**)
Aquel buen amigo que tuve
Usted tiene o ha tenido, de alguna manera, una relación personal con el ministro de Cultura, Abel Prieto. ¿Cómo me explica esta dualidad que se da tanto en nuestro país, entre la amistad y las diferencias políticas?
No quisiera hacer una generalización, yo creo que eso es muy peligroso, en todos los casos y en este más todavía. Abel y yo fuimos muy, muy amigos, cuando éramos adolescentes. Estudiamos juntos en la universidad, tuvimos una relación muy, muy estrecha, descubrimos juntos libros, autores, nos leíamos continuamente lo que escribíamos, nos sentíamos como parte de un grupo, de una generación con todos esos sueños que tienen los jóvenes de llegar a tener una revista, de llegar tal vez a publicar juntos, etc….Y yo creo que ese es un vínculo muy fuerte, por lo menos para mí lo es, o sea ese vínculo que se establece en la adolescencia con otros creadores jóvenes igual que tú, que tienen tu misma edad.
Yo no esperé que Abel fuera a convertirse en un funcionario ni muchísimo menos en el ministro de Cultura, pero él decidió eso y no voy a cuestionar sus razones. Y siempre he tratado de preservar esa imagen que tengo de él, de aquel joven sensible, realmente amante y devoto de la literatura, aquel buen amigo que yo tuve, y eso ha hecho que yo no rompa mi vínculo con él.
Por supuesto no nos hablamos con frecuencia. Solamente nos hemos visto una vez en más de 25 años, fue el año pasado [1998], y estuvimos conversando mucho rato y la única manera en que podíamos dialogar era dejar la política por completo a un lado, y eso fue un acuerdo mutuo que tuvimos. Y lo que hicimos fue hablar un poco de nuestras vidas y de nuestras experiencias personales, y de libros, y de lo que escribíamos. Le dije a él que a mí me gustaría que él fuera un escritor, un buen escritor, yo creo que Abel tiene mucho talento, y que no estuviera envuelto y atrapado en toda esa tela de araña que significa su posición, pero no hay nada que yo pueda hacer.
Si mañana hubiera un cambio político drástico en Cuba, ¿cómo usted se imagina la transformación en el panorama de la cultura cubana? ¿Cree que mucha gente regresaría a Cuba o tal vez seguiría esta atomización de la cultura, de los intelectuales y artistas cubanos?
Creo que durante un tiempo existiría esa atomización, pero a la larga -habrá casos excepcionales, como siempre los hay en todas partes- sí habría un acercamiento. Es lo que ha ocurrido en otros sitios del mundo. No veo por qué nosotros tengamos que ser la excepción. Creo que siempre habría guerras, pero guerras entre intelectuales las hay en todos los lugares, incluso hasta las democracias más grandes, pero no sería esta cosa, esta escisión que es como infranqueable. Te confieso que si hubiera un cambio drástico en Cuba, sería el primero que estaría dispuesto a regresar y a vivir allá, o por lo menos me gustaría vivir en los dos lugares durante un tiempo, y a la larga creo que terminaría viviendo en Cuba. Pero tendría que haber un cambio radical.
¿No pensaría regresar bajo las actuales circunstancias?
Nunca, nunca.
Volver a Cuba
¿No cree que ha habido algunos cambios en la situación cubana? Es decir, los 90 no son como los 70…
Ha cambiado algo, pero no lo suficiente como para que yo me sienta cómodo viviendo allí. Sin embargo, yo he ido, he ido a ver a mi familia, he ido a ver a mis amigos, en dos ocasiones. La posición mía, por cierto que es muy criticada… Hay personas aquí en el exilio que piensan que uno no debe regresar allí bajo ninguna circunstancia. Pienso que para mí el afecto y las relaciones personales que tengo con mi familia y con amistades es mucho más fuerte que cualquier otra cosa. Aunque déjame ser totalmente honesto, cuando pasan cosas allí que a mí me desagradan enormemente -y siempre está pasando algo que me desagrada-, por momentos yo digo “no voy a regresar, no tengo ganas de volver allí”. Pero a la larga el afecto es más fuerte.
¿Qué tipo de cambios son más visibles ahora en los 90 en relación con la experiencia que usted vivió en los 80?
El hecho de que venga gente de Cuba, músicos, grupos de teatro, escritores, artistas y expongan sus cosas aquí. Uno de los últimos ejemplos fue la exposición del pintor Manuel Mendive. Un cuadro suyo se quemó aquí en 1988, y ahora vino y expuso y hubo tres o cuatro que fueron a protestar allá afuera de la galería, pero no pasó nada, y vendió todos sus cuadros. Creo que una historia más elocuente que esa no puede haberla.
Miami tiene fama de ser una ciudad intolerante. ¿Cree usted que ha cambiado la situación en los años 90 o el ambiente sigue siendo un poco intolerante?
La palabra intolerancia es una palabra de la que se ha abusado demasiado. Creo que hay de todo, tienes que pensar que aquí hay una historia muy particular, mucha de la gente que está aquí son gentes que llevan muchos más años, que tuvieron que cambiar de vida de un día para otro, absolutamente. Entonces hay todo un rencor, porque sienten que su vida se partió en dos, y que aquella otra parte de la vida no querían dejarla; fue una cosa forzada y entonces todo eso crea un resentimiento, crea un resquemor y crea una desconfianza hacia todo lo que venga de allá, lo que es lógico, es lícito, están en todo su derecho, pero eso no es tampoco un caso general.
En Miami se han ido superponiendo generaciones y tú te puedes encontrarte con gente que lleva muchísimos años aquí y que, sin embargo, viaja a Cuba, y te encuentras con gente que ha llegado muy recientemente y que viene llena de odio y no quiere saber nada de allá… Todo como que se ha mezclado un poco. Cualquiera que venga aquí a aplaudir a Fidel Castro definitivamente no va a tener la menor acogida, pero creo que el espectro se ha ampliado en cuestión de diversidad de opiniones. Están llegando otras personas que en Cuba vivieron distintas experiencias. Uno de los factores de la intolerancia es la idea de que tiene que haber una opinión unida. Al haber una opinión fragmentada y al haber distintos tipos de personas ya la intolerancia es imposible, porque son muchas voces, y para que haya una intolerancia absoluta tendría que haber una sola voz.
Miami, 13 de julio de 1999
(**) Nota de Edición: En agosto del 2002, Carlos Victoria decidió dejar por escrito, de puño y letra, su última voluntad respecto a la posible publicación de su obra en Cuba: «Las posibles publicaciones futuras en Cuba deben aparecer obligatoriamente con una nota biográfica que mencione mi expulsión universitaria, mi encarcelamiento y la confiscación de todos mis manuscritos”. La carta está en poder de sus albaceas en La Habana (su hermana Josefa Consuegra Losada) y Miami (el periodista José Antonio Evora) y es explícita en cuanto a que cualquier edición «podrá hacerse únicamente con la autorización de ambos”.
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