Juan Goytisolo: Queremos tanto a Cuba

Archivo | Autores | 18 de enero de 2015
©Cubierta de ‘Pueblo en Marcha’, Librería española, 1963

Uno. 

Hace cuatro años, recibí la llamada telefónica de un desconocido que me preguntaba si estaría dispuesto a saludar al comandante William Gálvez, uno de los legendarios compañeros de Fidel Castro en el desembarco del Granma, a quien no había vuelto a ver desde 1961 durante mi visita a la isla de Pinos a comienzos de la revolución. Le dije que con mucho gusto —era mi primer contacto con alguien perteneciente a los círculos cercanos al poder tras la ruptura de los intelectuales de izquierda con el castrismo a raíz del caso Padilla—, y lo cité en el café Glacier en la plaza de Marraquech. Nos reconocimos enseguida pese al lapso transcurrido y evocamos recuerdos comunes de nuestro encuentro: el hotel playero abandonado precipitadamente por sus dueños a la caída del dictador Batista y el baile de los soldados con muchachas isleñas al ritmo de un danzón cuya letra habíamos memorizado los dos.

Después de una charla de unos minutos, el comandante, hoy jubilado y consagrado al estudio de la historia de la revolución, fue directamente al grano: ¿qué tenía yo contra Cuba? No era un vendido al imperialismo como otros y defendía causas justas. ¿Por qué mis reticencias hacia los cubanos? Ahora, me dijo, no se perseguía a los homosexuales como erróneamente se hizo en los años sesenta y setenta y las religiones africanas volvían por sus fueros y gozaban de entera libertad. Le repuse que no tenía nada contra Cuba, al revés. Que una cosa era Cuba y otra el sistema que se perpetuaba en el poder; que la Cuba que viví permanecía siempre en mi memoria y la echaba de menos pero mis desacuerdos con el régimen eran profundos y no podía resumirlos en una charla de café. Luego pasamos lista a los conocidos a los que podía trasmitir mis saludos —le dije que sí a Antón Arrufat y no a Fernández Retamar— y nos despedimos amistosamente.

Dos.

Releer hoy las páginas de mi reportaje ‘Pueblo en marcha’, publicado primero en el diario Revolución dirigido entonces por Carlos Franqui y luego como libro en París, me retrotrae a la época de mi efímero fervor revolucionario. Su esquema repite el de Campos de Níjar, con la diferencia de que la denuncia de la miseria entonces reinante en el sur de España ha sido sustituida con el elogio de los cambios sociales introducidos en la isla por la revolución.

¿Literatura de propaganda? Sí y no, porque solo subraya los aspectos positivos aportados por aquella y omite cuanto no cuadra con ellos, pero mi entusiasmo de 1961 era tan sincero como el de decenas y decenas de millares de alfabetizadores de las Brigadas Conrado Benítez o de Patria o muerte, y resultaba imposible viniendo de un país bajo la férula de Franco no dejarse ganar por él. ¿Ilusiones, utopismo? La experiencia de lo ocurrido después induce a responder con la afirmación. Mas los sentimientos de igualdad y fraternidad vividos entonces por una juventud dispuesta a sacrificar su vida por ellos y que no podía prever el anquilosamiento burocrático y policial que se erigía en sistema en razón de monopolio de poder conforme al modelo soviético merecen con todo el respeto. Como nos enseña la historia del siglo XX, la literatura no puede convertirse en arma de combate sin dejar de ser lo que es: una creación que sin cesar se renueva, se pone en tela de juicio y duda de sí misma consciente de que no debe vender respuestas sino formular nuevas preguntas. Quienes hayan vivido las circunstancias de una ruptura revolucionaria, ya sea la de España en 1936, ya la de Cuba a la caída de Batista, no podían haber dejado de abrazar una causa que parecía entonces admirable y justa, pero solo los arribistas u obcecados por la ideología mantienen ese estado de ánimo, en vez de despedirse dolorosamente de él y de advertir que un nuevo y ominoso periodo histórico acaba de comenzar. Sobre la razón indemne de la ilusión marchita escribió un hermoso poema Luis Cernuda.

Tres.

“Acento isleño dulce a los oídos, cálida inmediatez con los habaneros con quienes te cruzas en la calle…”. ¿Cómo las vivencias de entonces pudieron ser reemplazadas por la pesadilla que pronto se abatiría sobre mis colegas cubanos: acoso, cárcel, marginación, exilio? Mientras hablaba con el comandante William Gálvez pensaba en Virgilio Piñera, Walterio Carbonell, Calvert Casey, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante, toda una generación inicialmente simpatizante con la revolución y que soportaría luego el peso de un sistema que truncó sus destinos y asfixió sus vidas. La realidad cruel de los campos de trabajo de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) a los que fueron a parar decenas de miles de homosexuales, el terror vivido por los intelectuales durante el grotesco e infame proceso a Padilla ¿podían borrarse de un plumazo y con ellos la amargura y frustración de quienes, atraídos por el señuelo de una sociedad más justa, verificábamos que habíamos auspiciado un totalitarismo calcado del de la hoy difunta Unión Soviética?

Cuatro. 

Las negociaciones entre Obama y Raúl Castro con miras al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE UU ¿van a introducir un cambio real en el interior de la isla? Yo creo que, a medio plazo, sí. La sociedad cubana ya no es monolítica como lo fue en los años setenta y ochenta del pasado siglo. La valiente labor de los defensores de los derechos humanos ha abierto en su seno pequeños espacios de libertad, y las modestas medidas de apertura económica y de concesión de pasaportes para viajar al exterior son también otro paso en el camino hacia una sociedad civil que anhela librarse de la camisa de fuerza que aún la sujeta.

La previsible llegada de millones de turistas norteamericanos y europeos y el contacto a través de las redes sociales con el resto del mundo crearán poco a poco, como la España de los años sesenta, una situación nueva e irreversible. El régimen de Franco no cayó por la lucha de la oposición sino que se derrumbó de resultas de su propio anacronismo. Lo que parecía atado y bien atado se desató. En la fase actual, en la que la excusa de achacar todos los males al imperialismo yanqui ha dejado de funcionar, quienes combaten en el interior de la isla por una sociedad abierta y plural deben exigir una serie de medidas irrenunciables como las que reclama la periodista y bloguera Yoani Sánchez, cuyos artículos sigo con vivo interés: liberación de todos los presos políticos, fin de las trabas a las redes sociales, libertad de opinión y asociación… Los que compartimos desde afuera las aspiraciones de millones de cubanos por una vida mejor y más digna debemos mantener nuestras esperanzas y solidaridad con ellos en el nuevo periodo de mutaciones y cambios generacionales que se avecinan.

Publicado originalmente en El País, España.