Carlos Espinosa: La fotografía de Roberto Machado / ‘Aquel loco con la cámara’

Archivo | Artes visuales | Memoria | 17 de agosto de 2015
©Roberto machado, ‘Los elefantes de Cienfuegos contra los tigres de Marianao’, finales de los años 50.

Era médico. Había estudiado medicina en la Universidad de La Habana y ejerció su profesión durante veintiséis años. Pero muchos cubanos de la época lo conocían simplemente como “ese loco de la cámara”. Hablo de Roberto Machado (La Habana, 1905 – Silver Springs, Maryland, 1979), de cuyo nacimiento se cumplieron 110 años hace pocas semanas. La cámara por la que popularmente recibió ese apelativo era una cámara fotográfica. Para Roberto Machado, tomar imágenes con ella más que un pasatiempo, era una auténtica pasión.

De su vida, es muy poco lo que se sabe, pues fue esa una actividad que realizaba no de modo profesional, sino como un simple aficionado. En su caso, sin embargo, esa categoría resulta inadecuada, pues sus fotos poseen una calidad y un acabado técnico que ya quisieran para sí muchos fotógrafos que se ganan la vida con esa profesión. Viendo algunas de ellas, me preguntaba cómo descubriría él ese arte, por el cual sentía tanta fascinación. Lo único que he podido averiguar al respecto es que ya desde joven tenía esa afición.

Hay un hecho que demuestra lo mucho que la disfrutaba. En 1938 decidió hacer un alto temporal en su trabajo como médico, y se dedicó a recorrer la Isla acompañado de una cámara fotográfica y otra de tomar películas. Visitó ciudades y pueblos, así como numerosos parajes de la campiña cubana. A propósito de esto, he leído en una información que varias de las fotos tomadas entonces por Machado fueron publicadas en la entrega correspondiente a septiembre de 1939 de National Geographic Magazine. Debió ser en otra fecha o bien en otra revista: fui a la biblioteca de la universidad donde soy profesor, revisé todos los números de 1938, 1939 y 1940 y no aparece ninguna imagen suya.

Lo que sí parece cierto es que una de las películas que Machado rodó entonces se vio en 1939, en la Feria Mundial de Nueva York. Se le considera la segunda más importante hecha en Estados Unidos, y fue organizada para celebrar el 150 aniversario de la proclamación de George Washington como primer presidente del país. La New York Public Library tiene un archivo de todos los documentos y filmes de aquel evento, así que es probable que exista una copia del filme de Machado. Asimismo en 1946 un corto musical suyo fue premiado por la American Cinematography League. Se sabe que Machado también filmó documentales sobre la industria cervecera y la fabricación de cigarros.

Pero aunque el cine no dejaba de interesarle, lo suyo era la fotografía. A lo largo de las décadas de los 40 y los 50 tomó centenares de imágenes, que constituyen un inestimable archivo visual de la Cuba de la época. Eso además le dio un entrenamiento práctico que le permitió adquirir, desde el punto de vista artístico y técnico, un estilo personal. Por otro lado, hay un aspecto que contribuyó a acrecentar el valor de sus imágenes: su condición de aficionado. Al no estar obligado a hacer las fotos que pedían aquellos que las contrataban, Machado se hizo su propia agenda y fotografió lo que a él le interesaba, lo que le llamaba más la atención.

Su obra fotográfica comprende dos vertientes temáticas: el paisaje y la figura humana. A través de ellas, Machado se propuso documentar la vida del país, y en ese sentido dejó una colección de imágenes que representan una valiosa fuente de información histórica. A través de esas fotos, tenemos una importante documentación visual que recoge la existencia cotidiana en Cuba desde finales de los años 30 hasta finales de los 50. Algunas, sobre todo las más antiguas, recuerdan las tomadas por el norteamericano Walker Evans durante su estancia en La Habana en 1933.

Tomaba la misma fotografía una y otra vez

En sus fotografías de paisajes, Machado captó tanto espacios urbanos como escenarios rurales. En La Habana tomó logradas instantáneas de sitios emblemáticos como el Capitolio, la Plaza de la Catedral, la Iglesia de Paula, el Malecón, la Universidad, el Templete, el Hotel Nacional, la fuente del Casino Nacional, el Castillo del Morro, el Hotel Ambos Mundos, el Palacio de Aldama, el Hotel Residencial Rosita de Hornedo; y también de otros como el Laguito, el Club Río Cristal, los ríos Quibú y Almendares. Pero no olvidó tomar testimonios gráficos de las otras zonas, las menos turísticas. Dejó así imágenes de los barrios marginales de Cueva del Humo y Llega y Pon, que representaban la otra cara del elegante mundo capitalino.

También dejó imágenes del Valle de Viñales, el Salto el Hanabanilla, la playa de Varadero, las plantas procesadoras de sal, la construcción de la Carretera Central, el trabajo en los cañaverales y las carretas tiradas por bueyes. Algunas de estas últimas las tomó situando la cámara por debajo del nivel del ojo. Sobre ese detalle, en un trabajo sobre Machado que publicaron en la revista Américas, Francine Birbragher y Aleksi Siltala comentan que al hacer esto, el fotógrafo cubano “altera la perspectiva mostrando no solo las carretas de caña como símbolo de abundancia y riqueza, sino también la labor pesada y tediosa de la subdesarrollada industria azucarera”.

Los paisajes rurales de Machado se distinguen por el gran espacio que en ellos ocupa el cielo. Hay una foto, titulada Cielo cubano, que es especialmente hermosa. Y a propósito de esas imágenes de nuestros campos, el hijo del fotógrafo, Roberto Machado Jr., le comentó a Birbragher y Siltala: “Papá tenía una cámara grande, y una vez que se establecía en un lugar, tomaba la misma fotografía una y otra vez a medida que cambiaba la luz. Le llevaba mucho tiempo, pero yo lo disfrutaba. Esas eran salidas para toda la familia”.

En sus caminatas por La Habana, Machado se dedicó a tomar fotos de las personas. Muchas son retratos en los que la dignidad de estas aparece resaltada. Unas veces las fotografía en sus ratos de ocio (Amigos en el MalecónArqueroPaseando en la playa). Otras en su quehacer cotidiano: Heladero de GuarinaPescadorFotógrafo ambulanteVendedor de escobasPescadores de esponjasBodeguero de La Victoria, son algunos de los protagonistas de sus instantáneas. Hay una, en especial, que a mí me parece antológica. En ella se ve a un limpiabotas que tiene su sillón en el portal de un establecimiento. Mientras aguarda la llegada de algún cliente, se dedica a leer con atención el periódico. Machado lo inmortalizó en una foto elegante, sobria, de composición rigurosa, de impecable factura, repleta de matices en el uso del blanco y negro. En esos retratos, el artista —porque Machado lo es— consiguió captar la vida cotidiana en las calles con maestría técnica y un gran respeto por esos hombres y mujeres anónimos y desconocidos.

Machado se mantuvo activo con la cámara hasta finales de la década de los 50. Llegó entonces el año 59, a partir del cual el mapa político del país sufrió una transformación. Él no estuvo de acuerdo con ese cambio de rumbo. En 1960 tomó el camino del exilio y se fue con su familia a Estados Unidos. Allí, la falta de recursos y de tiempo hizo que tuviera que aparcar la que durante tantos años fue su gran pasión. Probablemente para tratar de compensar eso de algún modo, pasó entonces a dedicar su tiempo libre a pintar y dibujar.

El descubrimiento de su obra fotográfica ha tenido lugar póstumamente. Acerca de ello, la también fotógrafa Silvia Lizama ha escrito: “En septiembre de 1994 expuse mis fotografías en la Ciudad de México. Me hospedé en casa de mi prima, Cely Dafau y de su esposo, Jorge Machado, hijo menor del Dr. Roberto Machado. Durante mi visita, me hablaron de la pasión del Dr. Machado por la fotografía y de las muchas fotografías de Cuba que había hecho a lo largo de su vida. Cuando les pregunté si existían aún los negativos, me dijeron que temían que estos se hubieran perdido. Meses más tarde, descubrí que la viuda del Dr. Machado, la Sra. Imelda Agramonte, había guardado los negativos en una caja en un olvidado rincón de su sótano en Nueva Jersey”.

En enero de 1995, Lizama tuvo la oportunidad de revisar los cientos de negativos correspondientes a los años de 1930 a 1958. Lamentablemente, el paso del tiempo los había deteriorado de modo irreversible. Tras una meticulosa inspección y restauración, pudo rescatar 100 de aquellas fotos para su posible exhibición. Y al respecto, comenta: “Fue un esfuerzo sumamente grato. Fui capaz de ver bellas imágenes de una tierra de la cual solamente había oído hablar, pero que ahora estaba viviendo visualmente a través de la lente de un colega”.

Lizama logró que en noviembre de 1998, el Norton Museum of Art, de West Palm Beach, acogiera una exposición de esas fotos. Varias de las mismas pasaron a engrosar la colección permanente del Miami-Dade Public Library System, del Baptist Health System of South Florida y del Norton Museum of Art. Lizama además preparó el libro Cuba 1930-1958: Photographs of Dr. Roberto Machado (The Steinhour Press, 2001, 97 páginas). No debió de tener una gran tirada, pues hoy es imposible hallar ejemplares en las librerías de segunda mano y solo lo tienen 5 bibliotecas en Estados Unidos.

Sería muy conveniente que se hiciese una nueva edición de ese libro. Contribuiría a descubrir a este estupendo fotógrafo y a dar a conocer y divulgar su obra, en gran parte inédita. Sería un justísimo homenaje a aquel hombre que en sus magníficas imágenes de paisajes y escenas de la vida cotidiana, captó con nitidez el carácter y la belleza de Cuba y de sus habitantes. Y lo más admirable, lo hizo por puro placer, sin cobrar nada por ello.