Como los personajes de Virgilio Piñera, las obras de Carlos Quintana portan ese signo ambiguo que constituye el absurdo, la apariencia extrema de una narración basada en la descripción de las pasiones humanas. Su pintura se consuma en el acto de desvelar, una y otra vez, lo que esconde la subjetividad de alguien que experimenta perennemente el ansia incontenible de vivir el furor exaltado de su propia pasión. Justamente ese empaque visceral de las obras del artista, nos sitúa ante la duda sobre los límites, las fronteras donde termina la crónica de la realidad y comienza el territorio de lo onírico, ¿acaso diferentes? Para seguir leyendo…
Responder