Janet Batet: Postcomunismo, propaganda y arte cubano contemporáneo

Actualidades | Artes visuales | Memoria | 30 de noviembre de 2015

La caída estrepitosa del bloque socialista en 1989 de la cual fuera epítome -y metáfora visual insuperable el derribe del muro de Berlín, se instala como nítida línea decantadora entre las denominadas eras comunista y postcomunista; entre el mundo bipolar marcado por la guerra fría y la globalización.


El caso cubano no es una excepción y pese a que Raúl Castro haya ratificado al Partido Comunista de Cuba (PCC) como “fuerza dirigente superior” de la sociedad cubana en el sexto Congreso del PCC en enero del 2012, lo cierto es que la inoperancia ideológica y económica de la revolución cubana, así como su descrédito a nivel social, marcan las pautas fundamentales que evidencian la existencia de una era postcomunista en Cuba.


Designing Post-Communism: recent political imaginaries in Cuban Contemporary Art (Diseñando el Post Comunismo: recientes imaginarios políticos en el arte contemporáneo cubano), constituye una primera aproximación al tema. La muestra, curada por Gerardo Muñoz, incluye piezas de cuatro artistas cubanos: Filio Gálvez, Hamlet Lavastida y Rodolfo Peraza y Ezequiel Suárez.

Con la excepción de Ezequiel Suárez (La Habana, 1967), quien reside en La Habana y cuya obra se hizo conocida hacia finales de la década de los ochenta, los otros tres artistas, nacen en la década de los años ochenta, bajo el signo de la Glasnost y la Perestroika que en el caso cubano tendría como paralelo el denominado Período de rectificación de errores y tendencias negativas. Los tres, además, viven y trabajan fuera de la isla y encarnan esa generación más reciente de las artes plásticas cubanas, hijos directos de la utópica transformadora de los ochenta y el despecho cínico de los noventa.


Si bien, la línea de deconstrucción de la retórica visual socialista en la que se inscribe la obra de estos tres artistas es parte de un cauce latente desde el comienzo mismo de la revolución y donde sobresalen figuras como Antonia Eiriz, Rubén Torres-Llorca, Glexis Novoa, José Ángel Toirac, Tania Bruguera y Alberto Casado, entre otros, lo peculiar aquí es que Gálvez, Lavastida y Peraza tienen un total desapego emocional hacia estos íconos visuales a los que se acercan con curiosidad cuasi antropológica ¿o de taxidermista?, procurando –mientras hurgan en la carcasa– desmantelar la lógica inmanente que subyace tras los escombros de un aparato ideológico-visual que otrora ejerciera una fascinación colectiva.


Para ello, Hamlet Lavastida (La Habana, 1983), se apropia de uno de los estatutos definitorios de la política cultural cubana dentro de la revolución: el discurso pronunciado por Fidel Castro en el Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971. Para ello, Lavastida reproduce fragmentos del discurso horadando con la ayuda de un Xacto. El resultado es una secuencia monocroma de esténciles que tapiza la pared, creando una peculiar instalación de carácter conceptual en la que la oquedad de la caligrafía se hace eco del vacío que subyace tras la megalomanía del discurso. Como complemento a esta obra, Labastida presenta una vitrina con una selección de documentos de la época. Entre ellos el libro-memoria Cuba’71, memoria del Congreso de Educación y Cultura así como fotos de época que evidencian la obnubilación ejercida en la época por la revolución cubana.


Trabajando desde la gráfica política, asoma la serie de Filio Gálvez (La Habana, 1987), inspirada en los carteles producidos por el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR), encargado de la producción de la gráfica política. La serie de carteles reproducida por Gálvez y heredera de una gráfica constructivista soviética venida a menos, destaca por el uso del rojo y el negro –colores asociados a la idea de sacrificio- y las consignas monumentales a las que Gálvez contrapone expresiones típicas del argot popular cubano, que son colocadas en sentido inverso y contraviniendo la lectura del mensaje original.


Juega y aprende, de Rodolfo Peraza (Camagüey, 1980) es una excelente pieza interactiva en el que el artista se apropia de las dos más efectivas armas ideológicas de ambos sistemas socioeconómicos. Por un lado, el confort despolitizante del que es exponente la sociedad capitalista, productora de bienes, y, del otro, el adoctrinamiento político desde las más tempranas edades de la sociedad socialista. Para ello, Peraza crea una juego de video, inspirado en Space Inviders de Nintendo, popular juego de Nintendo popularizado en la década de los ochenta. En Juega y Aprende, pasar de un nivel a otro, el jugador debe aniquilar el texto en pantalla que se conforma de extractos del Manual de Educación formal dirigido a estudiantes de segundo grado. Extrapoladas de su contexto original, las frases resaltan por hipertrofiada verborrea política, cuyos bloques de texto avanzan imperturbables, amenazando al jugador que tiene que tirar a cada una de las grafías para desarticular las patéticas consignas. Al final del juego, las siluetas de Lenin y El Ché Guevara aparecen como epígonos del tan preconizado “hombre nuevo.”


En el caso de la instalación fotográfica de Ezequiel Suárez, asistimos a un registro de la arquitectura de herencia socialista que proliferó en La Habana hacia las décadas de los años setenta. Estas despersonalizadas barriadas suburbanas, hechas a base de elementos prefabricados y conocidas como repartos, son retratadas por Suarez desprovistas del humano, como la sobrevivencia fantasmagórica de la retórica socialista. Símbolo y síntoma también de la imposición de una tipología ajena a la isla.


Marcada por el carácter iconoclasta, la parodia y la deconstrucción, Designing Post-Communism…, es una muestra modesta pero bien hilvanada, una puerta entreabierta a la investigación y el debate sobre el tema.