Los que viajan, políticos o empresarios, galeristas o productores, estrellas o turistas, buscan más un mercado que una utopía. Quienes venden la isla, desde el poder, han aprendido a ofrecer al viajero lo que éste busca: una anomalía amigable, un lugar intenso y superficial, adelantado en su atraso, sin Internet, ni derechos políticos, pero con reggaetón y lindas playas. El cubano de a pie recibe al viajero con una mezcla de orgullo y melancolía, admira a Obama y desconfía de Raúl, sabe que no vive bien, pero no tiene cómo mejorar. Para seguir leyendo…
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