En La Habana, una junta de ingenieros está encargada de la preservación del derrumbe para uso espectacular: conservar la belleza de los escombros –que es la auténtica obra revolucionaria– y retocar los restos decimonónicos y los coloniales. El castrismo se deconstruye y su desmontaje se ha vuelto un asunto de microgestión. Mientras que Fidel Castro convalece de su interminable dolencia intestinal, en las entrañas de la urbe florecen los negocios gastronómicos. Es decir: el capitalismo reingresa a La Habana por la puerta de la cocina. Para seguir leyendo…
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