Tras el fenómeno UMAP no había, como dice un analista recién recuperado de su amnesia de varias décadas, una “tormenta perfecta” de circunstancias propias de los años 60, sino la idea de que toda conducta que no encajara en el molde de unanimidad ideológica no sólo era criticable sino punible: merecía ser castigada, aislada, sometida incluso con las peores vejaciones que podamos imaginar. Lo cual volvió a aflorar en 1980, cuando los sucesos del Mariel, y sobrevive hoy como ideología básica de las fuerzas represivas. Para seguir leyendo…
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