Leonardo Padrón: Interviú a Eliseo Diego
Sala de espera.
La entrevista a Eliseo Diego tiene su historia y su tiempo. Un tiempo que antecede largamente la existencia de Los Imposibles como proyecto. ¿Pero quién duda que Eliseo Diego sea uno de los grandes en la historia de la poesía latinoamericana? Es un Imposible de marca mayor. Por eso decidí incorporar en esta edición la magnífica entrevista que me concediera en 1992, en su casa de La Habana, Cuba. En su momento, la entrevista fue publicada por El Nacional, cuando yo ni siquiera sospechaba que me dedicaría sistemáticamente a hacer preguntas en voz alta a grandes figuras del mundo cultural hispanoamericano. Dos años después nos llegó la dolorosa noticia de su muerte.
Notarán en el acto que el formato es distinto y que el diálogo no transita por las secciones fijas que definen al programa radial. No importa. Dejar abandonado un texto tan valioso en el laberinto de las hemerotecas era poco menos que un crimen. Aspiro haberle ganado este episodio al olvido.
El terrible esplendor de estar vivo.
La tarde que visité a Eliseo Diego me reconfirmó que más allá de las escuelas literarias, la fama, la vanidad de los periódicos, la nombradía y la competencia solapada de los egos, lo más importante de la poesía es la poesía (esa cantidad de ser humano que se derrama, esa construcción del asombro que sacude al espíritu, esa íntima cópula con la belleza). Eliseo Diego está en ese momento de la vida en que la voz se vuelve gangosa y el misterio ya es un viejo amigo. Le ha dado la vuelta a la vida y prefirió quedarse en la niñez del mundo. Siente a la muerte tocando puertas, buscándolo, preguntando por él, y eso lo hace ansioso por comunicar lo que sabe de «ese terrible esplendor de estar vivo». Una extrema inteligencia lo hace poseer un sentido del humor memorable y puntual. Eliseo Diego colecciona nombres de mujeres. Se abisma ante el prodigio de lo femenino. Y detrás de su pipa eterna su único humo es la poesía. Cada vez que puede, pronuncia un poema, propio o ajeno, con ceremonia y seducción. ¿De qué sirve decir que es otro mítico miembro del grupo Orígenes? Sirve su arrolladora ternura, su cobijo humano —digno de esa ciudad maravillosa que es La Habana— su manera de leer al mundo, sus ganas de ser el viejo bucanero de La Isla del Tesoro, sirve saber que es hermosamente cristiano y que con él la poesía rescata la fórmula química de su pureza. Fue una tarde que recordaré para el resto de mis días. No siempre se conoce a un poeta que se parezca tanto a un poeta.
«Ser viejo es un hechizo».
Era una tarde luminosa. Parecía domingo en el aire. No fue difícil averiguar su dirección. Me presenté en su casa sin aviso, sin conocerlo, sin venir de parte de alguien. No pudo haber más abrazo y hospitalidad en la sonrisa de su barba. A los dos minutos de saludo conversábamos en su estudio como si fuera la segunda parte de una tarde iniciada hace años, como si me hubiera estado esperando con un café exacto.
Quisiera que me diera, desde la perspectiva de los años, un balance de lo que ha sido la poesía en su vida, como asunción, como proyecto de mundo.
En realidad, para mí, la poesía nunca ha sido un género literario, o una profesión, ni mucho menos. Ha sido una manera de vivir y he escrito poesía porque no me ha quedado más remedio. No podría vivir, es el viejo episodio de Rilke. Si uno está escogido o señalado para ese oficio, no te queda más remedio que hacerlo.
La mirada con la que contemplaba a la poesía en sus inicios y la actual ¿Es distinta?
Yo creo que fundamentalmente es la misma. Cuando era niño, viví en una casa con un jardín que parecía hechizado, lleno de recintos muy pequeños. Mientras yo vivía en este jardín no necesité escribir poesía. Pero después —y he ahí un ejemplo práctico del mito del paraíso perdido— uno sale de la infancia y siente que le falta algo. Lo que le falta es la poesía y entonces tienes que restituirla de alguna manera. Y comienzas a escribir. Para mí ser poeta no es algo de lo que tenga que enorgullecerme, es una prueba de que me falta algo, de que soy un pobre necesitado de poesía. Todos la necesitamos. La sustituimos de distintas maneras. Cuando dejas de ser niño y te empiezan a tomar las ambiciones y los deseos, poco a poco vas sofocando al niño que tienes adentro. Alguna vez Hitler fue un niño a quien a lo mejor te lo encontrabas en un parque y te daban ganas de acariciarle la cabeza. Aun los grandes asesinos fueron niños alguna vez. Pero lo vamos matando, deliberadamente o sin darnos cuenta. Si logramos mantenerlo, aunque sea un poco despierto dentro de uno, vamos a ser más felices.
Pero no todo el mundo sustituye la ausencia de la poesía. Hay mucha gente con el cadáver insepulto de la infancia caminando por la calle.
Esos se separaron del bien y la belleza. En eso consiste, en último término, otro mito en el cual creo: El del infierno. El infierno es la separación, la concentración en uno mismo. El no mirar a los demás.
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Los maestros, los géneros, el misterio.
Muchas páginas de sus «Prosas Escogidas» destilan una gran seducción por Charles Dickens, como si Dickens hubiera sido una revelación de algo, como si le hubiera abierto la puerta de algún lugar.
Dickens fue un genio de la literatura, un maestro de la atmósfera. Yo estoy unido a él por una relación muy peculiar. Mi madre era bilingüe y siempre tuvo el empeño en que yo participara con ella en el mundo del inglés. Empezaba leyéndome The Pickwick Papers, la primera novela de Dickens. Después David Cooperfield, y así, hasta que me leyó toda su obra. Y el año siguiente empezaba de nuevo The Pickwick Papers. Prácticamente se lo sabía de memoria. Ese amor de Dickens, por supuesto, me lo transmitió. Además, yo entiendo que Dickens es un gran poeta.
Eso quiere decir…
Que para mí no hay distinción de géneros. Yo encuentro a la poesía como una gran mayúscula que está en todas las cosas.
¿Nunca ha sucumbido a la idea de escribir una novela?
Siempre he tenido una gran nostalgia por escribir una novela. Pero es mucho más fácil escribir semillas de novela, que novelas enteras. Las novelas son muy grandes, hay que trabajar mucho, documentarse. Como hace mi amigo García Márquez, que para escribir sobre Don Simón Bolívar tuvo que estudiar como un mulo. Y yo soy bastante holgazán.
Alguna vez usted la definió con una frase muy ingeniosa y sugestiva: «Este colmo de la forma literaria que es la novela». Eso puede ser muy ambiguo. ¿Qué quiso decir propiamente?
Es que a mí me parece que la novela es la forma más satisfactoria de expresar un tema. Yo creo en el «principio de la necesidad». Lo que es necesario, es bueno. Lo que no, sobra. Hay temas que exigen un desarrollo dramático. Y entonces están la novela o el teatro. Pero si lo que vas a escribir es un atisbo del misterio en que vivimos, pues lo que necesitas es un destello, nada más. Entonces el poema lo atrapa. Además las novelas que a mí me hubiera gustado escribir ya están escritas. ¿Para qué me voy a tomar el trabajo? Por ejemplo: La Isla del Tesoro. Yo hubiera dado mi mano dere…bueno, la izquierda (risas), por haber escrito esa novela o El Gran Meaulnes de Alain Fournier. Esa es una novela gloriosa.
¿Y qué novela latinoamericana le hubiera gustado haber escrito?
Figúrate. Don segundo Sombra, La Vorágine, Cien años de soledad, Pedro Páramo.
En sus Prosas Escogidas usted habla de cómo su temprana vocación narrativa le sirvió para llegar a la poesía pues le enseñó: «los tres golpes mágicos que después me han servido para entreabrir, ya que no abrir de par en par, sus puertas: la concisión o sequedad del golpe, la fuerza del impacto, y finalmente esa suprema atención del golpe de vista en que uno atrapa como a un relámpago lo que vislumbra huyendo por la tiniebla del silencio lento».
Hay un librito mío donde yo explico algunas cosas. Tiene un título muy raro: El libro de quizás y quién sabe. Se llama así porque yo no estoy seguro de nada. Yo veo que hay poetas que están absolutamente seguros de que tienen la clave del secreto de todo. Yo no. Fíjate en Neruda y Juan Ramón Jiménez. Se odiaban a muerte. Juan Ramón decía que todo lo que escribía Neruda era basura. Y Neruda lo mismo de Juan Ramón. Y los dos estaban totalmente equivocados: ambos eran grandes poetas. Yo no estoy seguro de nada. En ese libro yo hablo de la poesía como el acto de apresar un indicio del misterio del universo. No hay algo más fantástico que la realidad. Eso del realismo mágico es una tontería, una redundancia. La realidad es magia. Tú fuiste un niño, ahora eres un joven, y después te pasará como a mí, serás un viejo. Es un hechizo. Dentro de mí está un muchacho de veinticuatro años. Tan terrible es que te conviertan en un cerdo como en un viejo. Cuando te caigan los años, sentirás que te han hechizado. Es muy desagradable, pero es fantástico. El proceso de cómo venimos al mundo es fantástico. No hay escritura de ciencia ficción que pueda imaginar criaturas como nosotros. Imagínate el proceso de la vista. Es una cosa increíble. La conciencia. El pensamiento. El misterio del mal y del bien. El hombre es el único animal que mata por placer. Qué raro es eso, ¿no? ¿Cómo es posible que un animal se complazca en el sufrimiento de otro? Este misterio es parte de las cosas que me azoran, que me asombran.
El misterio de la realidad.
Así es. Por ejemplo, el misterio de la alondra volando. Hay un poema de un poeta español que dice: «Como la dulce calandria volando/ emprende su canto/ subiendo su vuelo/ hacia la parte más alta del cielo/ con sus alillas sutil aleando/ pero después de subida, callando/ contempla la forma de aquella subida/ y con alegría mezclada a su vida/ muy vagarosa/ se viene calando/ fácil a propia/ terrena manera». Fíjate, es una belleza. La calandria, o alondra, maravillada ante su propio vuelo. Entonces los gramáticos te van a decir que no se puede, no es lícito rimar gerundios, ¡pero es que es absolutamente necesario! Los gerundios te dan en esta pequeña estrofa la sensación del vuelo del ave. ¿Ves? Hay dos maneras: un científico la mata, la disecciona, le ve el corazón, cómo funcionan las alas, los tendones y conoce cómo es la alondra. Y la otra es atraparla viva y eso sólo lo puede hacer el arte. Es una interpretación muy personal que parte de la idea de Leonardo Da Vinci: «El arte imita a la naturaleza». Y esos han sido mis maestros. Los poetas clásicos españoles. Y los poetas anónimos, sobre todo. Una vez mi mujer y su hermana que es una gran poeta (Fina García Marruz: Bella y Fina eran las dos muchachas más lindas de La Habana), cuando una tenía ocho años y la otra nueve, su padre les regaló una antología de poesía en lengua castellana, desde los orígenes hasta los poetas de esa época que eran Juan Ramón Jiménez, García Lorca y Alberti. Al cabo de unos días, el padre preguntó cuál poeta les había gustado más. Y las dos dijeron a coro: «Anónimo». Creían que anónimo era un poeta. Don Anónimo. Y efectivamente era el que había escrito más y mejor. Ese cuento se lo relaté a Rafael Alberti en Madrid y se murió de la risa.
*
El dolor, la noche total, la muerte.
¿Por qué, si uno hace un inventario de lo que se ha escrito a lo largo de la historia, mucha de la materia de la poesía es el dolor?
Ese es uno de los grandes enigmas del universo: el sufrimiento. El mal y el sufrimiento de los inocentes. Yo, cuando más triste estoy, me siento muy mal, asunto que me pasa con frecuencia, porque estas cosas se pagan muy caro (la poesía). Leo un poema de Gabriela Mistral, una de las grandes poetas de la lengua española un tanto olvidada. El «Nocturno de José Asunción». ¿Lo recuerdas? «Como esta noche que yo vivo/ la de José Asunción sería/ cuando acabarse se tendía»; después de ese otro verso que dice: «La vertical del ahorcado/ con su dentera de agonía». Ese poema te pone los pelos de punta. Y a mí me suele consolar en los momentos de angustia porque si el ser humano es capaz de enfrentarse a cosas tan terribles y dominarlas con la palabra y convertirlas en poesía entonces el ser humano vale la pena.
¿Recuerda ese verso tremendo de Vallejo?: «Dios mío, si tú hubieras sido hombre/ Hoy supieras ser Dios».
Vallejo para mi es algo muy grande. Y justamente a ese verso, que como poema no tiene objeción alguna, podríamos encontrarle respuesta en un escritor inglés. Charles Williams, gran amigo de Tolkien, que escribió un ensayo sobre el tema del mal y el sufrimiento de los inocentes. Él decía: «Como Dios sabe que la inteligencia humana es incapaz de comprender por qué en un universo construido por alguien, que se supone es el bien supremo, tienen cabida estos dos elementos inaceptables para la experiencia del hombre, como él sabe que no puede explicar la necesidad de que estas cosas terribles estén presentes en el universo, dio la única respuesta decente y se hizo hombre y asumió la muerte y el sufrimiento de nosotros. Se sometió al mal». Yo nunca he encontrado un argumento que me satisfaga más.
En lo que hemos hablado está subyacente algo que a mi manera de ver es el secreto del poema y, si no me equivoco, es lo que Eliseo Diego postula: La mirada que se tenga de las cosas y de las situaciones. ¿Cómo lo entiende?
Exactamente como tú lo dices. En el prólogo de Por los extraños pueblos digo: «Básteme si yo les digo que la poesía es el acto de atender en toda su pureza». Si tú atiendes a las cosas, entonces las ves. Hay gente que llega al final de la vida y no se entera de que ha vivido.
En algún texto hacía referencia a cierto color, cierta hora del día que de alguna manera está presente en usted y que uno podría llamar como la ambigüedad del crepúsculo.
¡La ambigüedad del crepúsculo! Una de las cosas que más me ha fascinado. Esa luz tenue que no sabes si es principio o fin. Leonardo, te voy a confesar una cosa: cuando tenía tu edad, el atardecer me agradaba mucho. Ahora le tengo algo de miedo. Porque sé que viene la noche, y ahora la noche también está cerca de mí, muy cerca.
¿Le tiene miedo a la muerte?
Hay un blues americano que dice: «I’m tired of living and I’m afraid to die». («Estoy cansado de vivir y tengo miedo de morir»).
¿Entonces, usted está en la ambigüedad del crepúsculo?
Totalmente. Y todavía no sé si va a ser una especie de amanecer o de noche total. Esa es la pregunta. Pero yo también me imagino algo: el hecho de estar vivos, de ser estas criaturas increíbles que somos, nos está diciendo que si la muerte está ahí es natural, como nacer. Entonces algún sentido debe tener y no ser un simple acabamiento. Yo he escrito sobre eso algunas cosas.
Y pidiéndome que alcance uno de sus libros, comienza a leer un relámpago de sus páginas, hundiéndose en su propia certeza:
«Cuando por fin mañana sea de veras/ cuando mañana sea mañana/ definitivamente la mañana de los otros».
Y mientras, en el fondo del cuarto, su voz de grieta nombra a la muerte, en la pared se refleja una sombra de niño huyendo hacia un jardín hechizado e inocente.
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