Jamás conversé con él. Nunca lo tuve cerca, pero me acompañan sus libros, el retrato que escolta mis largas horas de escritura. De él prefiero sus humoradas, como aquella que ocurrió también en esos días de la Biblioteca Nacional. A pesar de su miedo, su maledicencia no se aplacaría; se cuenta que Bola de Nieve hizo un largo y laudatorio discurso sobre la revolución, tanto que Virgilio no pudo contenerse, y se le escapó una pregunta que fue escuchada por los más cercanos: “¿Y este se cree la viuda de Robespierre?” Así de impenitente era. 😉
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