José Rodríguez Feo me lo presentó una mañana, a su manera, descuidadamente: Mira, aquí tienes al ensayista más brillante que tiene ahora mismo Cuba. Él, muy serio, me extendió la mano: Leonardo Acosta, un amigo. Quedé muerto. Pepe no prodigaba ese tipo de halago, nunca jugaba con eso. Así opinaba y tenía muy buenas razones para hacerlo, entre ellas El barroco de Indias y otros ensayos que Casa de las Américas acababa de publicar. Sucedió en la mitad de los ochenta. Para seguir leyendo…
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