Rafael E. Saumell: El choteo y su relación con la jodedera consciente

Autores | Memoria | 2 de noviembre de 2016
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En Cuba la lista de humoristas es numerosa y va más allá de la prensa plana, el teatro, la radio, la televisión, el cine y la blogosfera. A la definición clásica de isla (“porción de tierra rodeada de agua…” según el Diccionario Real de la Academia Española o DRAE ), habría que sumarle lo siguiente: “y de chistosos y jodedores.”

A pesar de ello, no hay suficiente bibliografía dedicada a la reflexión académica de ese rasgo psicosocial tan asociado con lo cubano. Por esos motivos, el libro de Narciso J. Hidalgo se convierte en una contribución importante al tema pues se dedica a estudiar nada menos que el choteo en el acontecer de la cultura nacional. Se le puede clasificar bajo la categoría de estudios culturales. No jerarquiza las manifestaciones culturales en altas y en bajas, disputa el uso de términos como élites, ya partir de esas premisas teóricas analiza manifestaciones literarias y populares del choteo y la irreverencia en obras no tradicionalmente encasilladas como artísticas, digamos los diseños de las marquillas de tabacos, el teatro bufo, la música popular, etc.

En la “Introducción” Hidalgo cuestiona el criterio de élite porque lo considera una lectura histórica y cultural de la nación que privilegia una suerte de canon insular basada en una preceptiva eurocéntrica que va en detrimento de los aportes africanos. Aún más, apunta que entre los investigadores y ensayistas académicos que se especializan en la cultura cubana actualmente hay todavía representantes de esas posiciones. En concreto alude a los ensayos de Gustavo Pérez Firmat quien, de acuerdo con Hidalgo, “en su plataforma identitaria [de lo cubano se entiende]…ha eliminado los componentes africanos, ha eliminado la tensión y ha presentado la cultura cubana como una unidad indistinta (30).

De cierta manera, Hidalgo conecta esa visión con los principios político- historiográficos establecidos por Fidel Castro en su peculiar interpretación de las guerras independentistas de 1868 y 1895 y la revolución de 1959. A la hermenéutica teleológica de Castro, Hidalgo opone la de autores como Walterio Carbonell y Enrique Patterson que afianzan y sobre todo reivindican el legado africano en la formación de la cultura cubana y la actitud negativa racial de destacados protagonistas de los esfuerzos independentistas del siglo XIX.

Aunque no mencionado en el libro, Azúcar y abolición (1948) de Raúl Cepero Bonilla sigue siendo uno de los más textos más fuertes de nuestra historiografía a la hora de evaluar estos conflictos. Por ejemplo, Manuel Moreno Fraginals, quizás con entusiasmo hiperbólico, opinó que es “el ensayo histórico más brillante que se ha escrito en Cuba en este siglo [XX]”. Intelectuales del nivel de José de la Luz y Caballero, Domingo del Monte y Gaspar Betancourt Cisneros no quedan bien parados.

Hidalgo se concentra en la indagación y aplicación de los tres elementos presentes en el título: “choteo, irreverencia y humor”. Por consiguiente, lo primero que hace es definirlos, en particular chotear y choteo. La palabra había sido registrada con su significado actual por Esteban Pichardo en su Diccionario provincial casi razonado de voces [sic.] y frases cubanas (1836): “Choteado, da. -NORTE. adj.-Vulg.-Ridículo, defecto, chapuzero [sic.]; Chotear.-V. act.-Vulg.- En Villaclara significa mofar, hacer ridícula o defectuosa alguna cosa” (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1976: 218).

Fernando Ortiz recoge el término en Un catauro de cubanismos (1923). En fecha más reciente, Argelio Santiesteban explica: “…en 1923 Ortiz reportaba que el término equivalencia (como en la Península) a soplón o delator, y afirmaba que era de uso extendido. Hoy no tiene esa acepción, que sí la posee chiva , chivato , corneta y embore o imbore ” ( El habla popular cubana de hoy . La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1997: 147).

Precisamente Jorge Mañach recoge la acepción de chivato en su célebre Indagación (“Choteo, ‘guataquería’, rebeldía” ) . En ese punto opina lo siguiente: “La rebeldía produjo la República; la adulación ha engendrado eso que hoy llamamos “guataquería”. Pero a poco que la autoridad sea débil, indirecta o inerme, surge el choteo como una sostenida del yo” (Ediciones Universal, 1991: 70). Como escribí arriba, el aporte de Hidalgo radica en cuándo se incorpora el término a los estudios culturales y de interpretación de la psicología política de los cubanos, por qué motivo, con qué objetivos, cuál fue su progresión diacrónica durante la República (1902- 1959) y cómo se ha manifestado a lo largo de la revolución de Fidel Castro (1959…).

El ensayo está ordenado en una Introducción (“Choteo, identidad y cultura cubanas”), cuatro capítulos (“Irreverencia y humor”, “La joda-con-rigor en la literatura cubana”, “La joda-con-rigor en la pintura cubana”, “El choteo y la joda-con-rigor en las publicaciones periódicas”); un Epílogo (“Cuba, un país de contrastes”); y tres Anexos (“Tomado de “La ciencia ficción en la isla”. Raúl Aguilar”; “Tomado de ’40 años del proceso de la microfacción”. Augusto Rodríguez” y “Fuera del juego y el Caso Padilla” ) . Dados el contenido de los epígrafes se podría pensar que cada uno daría (de hecho es posible y necesario) para varios ensayos, incluyendo uno dedicado, enfatizado, a la expresión del choteo en la música popular.

Para Hidalgo y para cualquier crítico constituye un saber común que el instante liminar del choteo en el ámbito intelectual tiene lugar cuando Jorge Mañach (1898-1961) dicta su célebre conferencia “La crisis de la alta cultura cubana” (1925): “…a la seriedad colectiva, el ‘choteo’ erigido en rasgo típico de nuestra cubanidad. El choteo fue, en efecto, uno de los elementos perniciosos que entró entonces en el vivir cubano” (1991: 27). Hidalgo señala que para Mañach “el choteo está asociado a la indisciplina, el desorden y la irresponsabilidad, llegando a ser una manifestación amoral y colectiva que se erige en rasgo típico de la población cubana” (18). Luego vendría “Indagación del choteo” (1928), donde Mañach amplía y puntualiza esos criterios.

De acuerdo con Hidalgo en ese ensayo “encontramos un rosario de consideración que van desde las connotaciones más negativas sobre el choteo, como cuando lo califica mismo de ‘un hábito de irresponsabilidad motivado por un hecho psicológico: una repugnancia de toda autoridad… [El choteo ] ha sido entre nosotros un descongestionador eficacísimo” (18). Sin embargo, debe esclarecerse que Mañach sí fue capaz de admitir la existencia de un lado positivo del choteo: “Así se explica que…el choteo haya ejercido, en ciertos casos, una función crítica saludable…cuando se trata, como tan a menudo sucede , de una autoridad huera o improvisada que no se comporta como tal, el choteo es un delator formidable” (1991:85).

Hidalgo polemiza con Mañach debido a la postura de éste en lo tocante al legado afrocubano, a su posicionamiento eurocéntrico para definir qué es y cómo debe ser la cultura cubana. Realmente, en dos oportunidades se detiene un comentario sobre este tema aunque de forma periférica. La primera cuando explica el vocablo “parejería” en una nota al pie (número 7 en la edición que consulto): “…se asoció el vocablo cuando primeramente se le empleaba, como es notorio, para designar a los individuos de color que se conducían como blancos, que ‘se emparejaban’ con él’” (1991: 79). La segunda, (número 9), para precisar: “no pretendo insinuar aquí que el negro sea un agente de choteo. Por el contrario, aporta a nuestra vida de relación más solemnidad, seriedad y respeto de lo que pudiera suponerse” (1991: 82).

Habría sido interesante que Hidalgo las hubiera tenido en cuenta. Las indicaciones porque, además, podrían integrarse a sus comentarios acerca de los epígonos actuales de Mañach, en especial dentro de esta interrogación indirecta: “Cabría preguntarse si la crítica de estos estudiosos, que han aupado los esfuerzos y criterios de Mañach, apuesta porque la cultura cubana sea también un proyecto de élite” (57). No debemos olvidar que Hidalgo ha hecho tres objeciones a las ideas del autor de “Indagación”: a) “el humor de Mañach, si lo tenía, era muy poco caribeño y no pudo entender la jocosidad y el sentido lúdico del negro habanero…que choteaba el quehacer político y social” (26); b) “el choteo no es una solución para el desarrollo de la sociedad cubana ni ha sido una manifestación exclusiva de los negros; c) “el choteo, por su parte,

El papel desempeñado por las élites es una de las cuestiones que más polémicas ha generado. Las élites han sido omnipresentes en la evolución cultural de Cuba. Desde el llamado círculo delmontino, pasando por los gestores y líderes de las guerras de independencia, los conductores de movimientos y partidos políticos de la república hasta advenir en los líderes de hoy nombrados “históricos”. Siempre ha habido élites, a veces llamadas vanguardias o grupos artístico-literarios o políticos según las finalidades y medios perseguidos. En este último sentido, hay una meditación de Mañach bien curiosa que vincula al choteo con sucesos relevantes en la del siglo anterior. En la edición de 1955, añadió una nota al pie de página muy valiosa (número 9): “El proceso revolucionario del 30 al 40, tan tenso, tan angustioso, tan cruento a veces, llegó a dramatizar al cubano, al extremo de llevar en ocasiones a excesos trágicos. Ya el choteo no es, ni con mucho, el fenómeno casi ubicuo que fue antaño…” (1991: 82-83).

Las “minorías rectoras” protagonizaron los debates y los actos históricos que en las Américas y el Caribe pugnaron contra la conquista, la colonización, la esclavitud, la discriminación y la segregación por raza y clase. En las Américas y el Caribe, ha apuntado Alejo Carpentier, afloraron las ideas y las luchas por la independencia nacional y la igualdad de las razas. A raíz de los idearios de la revolución de las trece colonias y de la francesa, en una especie de cachumbambé americano/europeo, nacen los principios de abolición de la esclavitud, de la escritura de constituciones, de la fundación de partidos políticos, etc. A estas tramas basadas en la redacción de documentos reivindicativos, Antonio Benítez Rojo las ha calificado de “conspiración del texto” (“Azúcar/poder/literatura” 1988).

Claro, como Martí pudo reparar en México, la colonia continuó en la república. A Cuba, como a todas las antiguas posesiones europeas, se le puede aplicar vara idéntica. Igualmente, se tiene que agregar que, en los Estados Unidos, la independencia no traerá consigo ni de inmediato el cese de la esclavitud, ni mucho menos el fin de la discriminación ni de la segregación racial. Tampoco la igualdad legal de los ciudadanos frenó el “blanqueamiento” institucional de la cultura. Los referentes de Mañach para hablar de alta cultura son Francia y la región de Nueva Inglaterra, lo cual demuestra que para él, como antes para Domingo F. Sarmiento, no todo lo europeo era bienvenido.

En esa línea de pensamiento, tampoco toda la experiencia estadounidense era digna de imitar. Mañach reconoce las limitaciones de “ese crisol insondable de todas las escorias europeas” (23). La propia élite de la cual formaba no era monolítica. Estaba compuesta por otros intelectuales y artistas que no compartieron todos sus criterios sobre política, economía, cultura, raza y cultura, a pesar de militar o colaborar juntos en asociaciones como el Grupo Minorista, la Revista de Avance y Social . Acaso estas prevenciones contra “las escorias europeas” nos indican que el eurocentrismo de Mañach refleja, en jerga marxista, prejuicios contra ciertas clases, etnias y naciones de aquel continente.

Hidalgo expone la diversidad de matices estéticos y vanguardistas de la época en el segundo capítulo titulado “La joda-con-rigor…”. Entre otros argumentos, se enfoca en las limitaciones del choteo bajo el régimen de Fidel Castro: “Las restricciones ideológicas impuestas en todos los alrededores del quehacer nacional…se extendieron hasta finales de los setenta…En la Revolución, el humor abierto contra el sistema o las instituciones –todas gubernamentales- podían significar el fin del individuo como escritor y artista…El otro impedimento que ha tenido el choteo es que el estado controla todos los medios de información” (98-99).

En Cuba el humor costumbrista fue reemplazado durante décadas por el humor blanco, aquel que no apunta en contra de la burocracia gobernante ni sus instituciones. Más bien se dedicaba a tirar a relajo cierta tipología de individuos: el lumpen, el ‘penetrado cultural’, los ‘cheos’, o lanzar dardos contra el ‘problema del transporte’, ‘la importancia de la jaba’, la mala calidad de las letras de ciertas canciones, de modas importadas, de la cultura ‘camp’, de las conductas ‘extravagantes’, etc. No se metía con el sistema. Imperaba, como hasta el presente, la advertencia de “jugar con la cadena pero con el mono, no”. Si de humor costumbrista y político se trató tenía el autor que remontarse al pasado republicano al estilo del programa de TV San Nicolás del Peladero(José Manuel Carballido Rey). Si se buscaba humor blanco había que surgir a Alegrías de sobremesa (Alberto Luberta) en Radio Progreso y Detrás de la fachada (José Manuel Carballido Rey) en la TV.

El capítulo tres, dedicado a la pintura, es posiblemente el mejor. No conozco ningún esfuerzo académico que con tanta información y puntualidad trate el asunto de la “joda-con rigor”, al cual preferiría nombrar “jodedera” –Hidalgo usa esta palabra-, en el área de la pintura y de la caricatura a partir del siglo XIX hasta arribar al XX. Recoja informaciones y valoraciones francamente sugestivas cuando aborde el estado de las artes en las dos últimas décadas de ese período. Resultan también muy persuasivas las reflexiones sobre el “realismo sucio” y el “humor chabacano” en las novelas de Zoé Valdés y Pedro Juan Gutiérrez (167). Ahora bien, la pieza de resistencia de esta etapa la aporta el testimonio del pintor Aldo Menéndez quien declara lo siguiente: “Del choteo participa lo lúdico, pero nunca es un juego, ni fácil burlarse del policía que el sistema logra introducirte en la mente, ni tampoco del censor a la caza de nuestras manifestaciones. Uno se autocensura y siente temor: cualquier desafío a la autoridad presupone que en algún momento se te aflojen las piernas” (173).

En relación con las manifestaciones de choteo en las publicaciones periódicas, la línea temporal cubierta arranca también en el siglo XIX y prosigue con las revistas y diarios del XX hasta 1959 donde, previsiblemente, se interrumpe ese proceso al acabarse la diversión, es decir el choteo , tan pronto como entra a escena el comandante que, según una lectura irónica de la famosa canción de Carlos Puebla, mandó a parar…el choteo. Uno de los escritores entrevistados por Hidalgo, Ramón Fernández Larrea, afirma que con la muerte de “la libertad de expresión”, “habían asesinado el humor político en Cuba” (200). No obstante, es necesario determinar que el fallecido es el humor político de expresión pública porque nunca un dictador, debido a su supervivencia legendaria en el cargo, ha sido objeto de tantos apodos: “el caballo”, “quien tú sabes”,

Por supuesto, hay una generación de humoristas posterior al llamado “período especial”, a la cual se le ha dado la oportunidad de practicar un choteo incisivo. El comediante se puede reír y hacer reír a expensas de las múltiples privaciones de la vida cotidiana, tiene permiso para llamarlas por sus propios nombres pero hay una sola excepción en esta licencia: la “causa” resulta intocable.

Ignorar esa premisa equivaldría a escacharse. Héctor Zumbado, quizás el escritor humorista y ‘choteador’ por excelencia de los años setenta y los ochenta, acuñó con un vocablo genial para referirse a ese y otros tipos de calamidades: la “cagástrofe”. Por eso recalco que los líderes, históricos o no, y el sistema por ellos inventado no pueden ser objetos de broma en ningún libreto. El choteo, cabe, la jodedera también, el bonche, igualmente, vacilar a un oficial anodino, sin problemas. Hasta ahí sin berro. Ahora, si uno quiere desplegar las agudezas del choteo en los espacios públicos, y aprovecha la circunstancia con el fin de darles cuero al régimen ya sus mandantes, sobreviene la “cagástrofe”, el chistoso en resumen queda choteado. No hay una legislación escrita y codificada al respecto.