Sanche de Gramont: Cuba, al borde del desastre [1963]
Si Cuba fuera una persona, los médicos no le darían más de seis meses de vida. Si Cuba fuera una empresa comercial, hace ya tiempo que habría presentado expediente judicial de quiebra.
Pero la Cuba actual es un producto híbrido de cuatro años de edad, con un cordón umbilical de 8.000 kilómetros que la une a Rusia. Se evitan los resultados naturales del chapucerisino económico y político gracias a esta línea de vida atada, al mundo comunista.
«Debemos estar agradecidos a los países socialistas por la ayuda que nos brindan», proclaman grandes cartelones en la Habana. Sin embargo, a pesar de esta ayuda de un millón de dólares diarios, el país está sumido en profundo caos económico. «Aquí nunca sale bien nada», dijo recientemente el embajador soviético Alexander Alexeyev a un diplomático occidental.
Una de las innovaciones de la revolución es la tarjeta de racionamiento que da derecho al ciudadano a raciones mensuales de un pollo, cinco huevos, tres libras de carne, una libra de pescado, una hora de café, una libra y medía de vegetales (generalmente fríjoles negros), seis libras de arroz, seis litros de leche (leche fresca, para niños solamente) dos libras de grasa o manteca y una botella de cerveza.
Cuando ocurre, como generalmente sucede una de cada cuatro semanas, que los supermercados administrados por el Estado no tienen existencias, se puede comprar un huevo por 39 centavos y un pollo par cinco o diez pesos en el mercado negro.
Cuba produce millares de toneladas de frutas al año, pero no para su propio pueblo, Las toronjas cubanas son enviadas a Polonia y los plátanos cubanos a Checoslovaquia. Hace unas cuantas semanas había abundancia de piñas en la Habana; un embarque destinado a Rusia no se pudo despachar por falta de envases, y las piñas fueron puestas en el mercado local antes de que se pudrieran. Los cubanos tienen muy poco con que contar, excepto que a veces los errores del Estado resultan en su beneficio.
En el sector comercial del distrito del Vedado escasea, o no hay, agua corriente. Las bombas fabricadas en la Alemania occidental se han descompuesto y los alemanes occidentales han rehusado enviar piezas de repuesto después de la ruptura de relaciones diplomáticas. Las colas de mujeres junto a tanques motorizados de agua es espectáculo familiar por las mañanas. A los hoteles de lujo se les suministra agua de mar en camiones.
En dos de cada tres de los grandes hoteles de la ciudad se descompusieron los sistemas de aire acondicionado en un verano achicharrante. El propio primer ministro Castro intervino en el asuntó, ya que estaban en la ciudad muchas personas importantes invitadas a la celebración del 26 de julio. Mas fue éste un problema que la retórica del doctor Castro no pudo resolver.
La oficina nacional de turismo calcula que en 1963 más de 3.000 personas habrán sido invitadas a visitar Cuba, la mayoría procedentes de países comunistas. Vienen con todos los gastos pagados, lo cual hace de Cuba el único país del mundo que pierde dinero con el turismo.
Puede que sea también uno de los pocos países en los cuales las líneas aéreas nacionales se niegan a aceptar moneda del país en pagó de billetes el pasaje. El peso cubano, aunque artificialmente equiparado con el dólar, no vale nada fuera del país. La línea aérea cubana tiene que pagar en monedas de fácil conversión los gastos de abastecimiento de combustible y reparaciones e insisten por tanto en cobrar en dólares en la ventanilla de billetes.
El desprecio del doctor Castro por el dólar es estrictamente metafórico. La escasez de artículos de consumo lo comprende todo, desde pasta de dientes hasta llantas de automóvil; el azúcar y los cigarros puros son las únicas excepciones. Como consecuencia de las restricciones en otros productos alimenticios, el consumo de azúcar subió este año de 350.000 a 500.000 toneladas. A este respecto, un cubano me dijo: «El azúcar es como pan para nosotros.»
Junto con el 50 por ciento de las tierras y el 90 por ciento de las industrias, el Gobierno ha nacionalizado la mayoría de los comercios al detalle y tiene que pagar sueldo a empleados que no tienen nada que vender y, además, pagar indemnizaciones. La Habana es la única capital del mundo en que los maniquíes de las tiendas van descalzos.
El doctor Castro se quejó una vez de que “Vendemos azúcar a los Estados Unidos y nos mandan caramelos». Ahora Cuba está vendiendo su azúcar a Rusia y a cambio recibe, entre otras, cosas, carnes en lata que los cubanos juran que está preparada con grasa de oso. «Le di una poca a mi perro— me dijo una dama cubana—, y al pobre animalito le salió mal aliento.
La maquinaria y los artículos manufacturados que envía Rusia, dicen burlonamente los cubanos, son invenciones de un genio soviético llamado el profesor Regaspatoff, que dicen que es una contracción de «Registered United States Patent. Office» (Inscrito en la Oficina de Patentes de los Estados Unidos). Un ejemplo es la Coca-Cola. Cuando la planta embotelladora de La Habana fue nacionalizada, sólo quedó en ella un químico. Como no podía producir la fórmula secreta del concentrado básico, envió a Praga lo que tenía a mano, donde los químicos checos lograron una aproximación relativamente pausible.
Ron y Coca-Cola sigue siendo bebida popular era Cuba, aunque existe escasez también, ya que los cubanos tienen que depender del bloque soviético para obtener el corcho y el metal de las «chapas» de las botellas.
Hay ciertos materiales vitales que los comunistas no pueden suministrar como, por ejemplo, repuestos para automóviles norteamericanos. Los chóferes de autos de alquiler advierten a los pasajeros que su auto carece de frenos o de acumulador. El país está en el vértice de una conversión difícil de base industrial totalmente norteamericana en base industrial totalmente soviética.
Las tres principales refinerías de petróleo andan mal y trabajando a capacidad reducida por la falta de piezas de repuesto. La planta de ácido sulfúrico de Matahambre, en un tiempo de propiedad de franceses, está trabajando a un 50 por ciento de su capacidad.
No hay nada que le guste menos al régimen que gastar sus dineros de fácil conversión, mas el intercambio comercial con países no comunistas (el 20 por ciento del total) es a base de dinero contante y sonante y los materiales que los soviéticos no pueden suministrar hacen una herida considerable en el presupuesto cubano.
Como dijo el ministro de industria, Che Guevara, al grupo de estudiantes norteamericanos visitantes: «Las piezas de recambio son un problema. Son importantes para la producción. A veces tenemos que pagar por ellas precios más altos por causa del bloqueo.»
Guevara tocaba así un delicado tópico: el floreciente mercado negro de productos norteamericanos —que comprende firmas «pantalla» en Canadá, conocimientos de embarque falsificados y mercaderías que Cuba compra a cinco veces más que su valor original— está limando los bolsillos de algo así como media docena de individuos que controlan el mercado de piezas de recambio. La revolución se despojó de los jugadores de oficio y de la trata de blancas pero ha creado una nueva generación de «gangsters».
¿En qué otro país del mundo habría podido ofrecerse en venía un «Ford» del año 1938 calificándolo de «oportunidad única»? Sin embargo, los transportes públicos en la Habana siguen funcionando con relativa eficiencia gracias a autobuses polacos y checos.
El deterioro de los autos particulares no es de la incumbencia del Estado y el señor Guevara ha dicho que la marca de un Estado revolucionario es que cuenta con más tractores que autos privados.
Se dice que una de las tareas más urgentes del país es el aumento de la producción y, sin embargo, parece haber un desperdicio increíble de tiempo y recursos. El Gobierno tiene que mezclar zalamerías con amenazas para encontrar obreros voluntarios que corten la caña y recojan el café, y al mismo tiempo mantiene desocupados a millares de jóvenes sirviendo en las milicias.
Todos los edificios públicos de la Habana (todavía quedan algunos de propiedad privada) están custodiados por milicianas o milicianas para defenderlos de la amenaza de ataque por los Estados Unidos. Se sientan en banquillos con fusiles sobre las piernas en actitud de hastío o leyendo una versión cubana de revistas de muñequitos en la cual las fuerzas combinadas del imperialismo (Superman, El Fantasma, Red Ryder, El Príncipe Valiente y Dict Tracy) son apabulladas por un perrito cubano cuando se lanzan a atacar la «isla roja».
Otro uso indebido de personal, propio de los regímenes comunistas, es el nombramiento de «alquilones» del partido para ocupar posiciones importantes. El país está tan necesitado de maestros, que cubanos que apenas saben leer o escribir son enviados a zonas rurales a enseñar primer grado. Pero una joven cubana que regresó unas tres semanas atrás con tres diplomas de la Universidad de la Sorbona fue designada simple maestra también de primer grado, con un sueldo de 108 pesos mensuales, porque no estaba «comprobada» políticamente.
El administrador de una granja colectiva había sido antes empleado de oficina sin experiencia agrícola de ninguna especie, pero su lealtad al partido era irreprochable. Un doctor en filosofía trabajaba de comprobador en una fábrica de blusas porque su expediente político no está muy claro.
Se menciona el embargo norteamericano como la única causa de las condiciones económicas. Los cubanos están aprendiendo que las economías socialistas administradas por el Estado tienen sus azares. El régimen proclama que ha sustituido el motivo de utilidad por el motivo de orgullo en la revolución, pero este último incentivo no resulta tan poderoso como se había pensado.
La propaganda del Estado está ahora enfocada sobre estos dos enemigos de la producción: el absentismo (enemigo sutil y sombrío, según varias leyendas en las cajas de cerillas) y «burocratismo» (cuesta varias visitas a oficinas del Estado y por lo menos un día de esfuerzos para obtener una simple receta de aspirinas).
Los remedios con los cuales se quiere combatir el absentismo son a veces risibles y a veces rigurosos. A la entrada de una fábrica de tejidos en las afueras de la Habana hay una pizarra con los nombres de los que llegan tarde y de los ausentes. A los primeros se les representa con una figura dibujada con yeso cabalgando sobre una tortuga; los segundos son públicamente reconvenidos en presencia de sus compañeros de trabajo. En una de las cervecerías que producen la cerveza de la cual tiene el cubano derecho a una botella por mes solamente, un obrero advierte a sus compañeros que la tercera instancia de absentismo significa la pérdida de dos semanas de jornales.
A los obreros se les pide con frecuencia que trabajen dos o tres horas más de las normales, sin sueldo, como señal de patriotismo. Mito interesante es que el doctor Castro ha aumentado los salarios. El salario básico hoy en día para un obrero no especializado es de 85 pesos mensuales, pero el Estado le quita el 19 por ciento en virtud de estas deducciones.
Cuatro por ciento para el fondo de industrialización; 3 por ciento como impuesto sobre los ingresos; 5 por ciento para el seguro social; 2,4 por ciento para varios fondos sindicales y algo como el 6 por ciento para la reforma agraria y fondos urbanos.
En su reveladora entrevista con los estudiantes norteamericanos, le preguntaron a Che Guevara qué cosa le gustaba menos de su patria adoptiva (es argentino de nacimiento). Y contestó: «La falta de valor para hacer frente a las realidades, a veces económicas y a veces políticas, pero sobre todo económicas. Algunos camaradas siguen la política de las avestruces. De los problemas económicos hemos culpado a las sequías y al imperialismo. A veces hemos ocultado malas noticias, tan sólo para que sea después La voz de Américas quien las dé.»
Publicación fuente ‘Hotel Telégrafo’. La publicación original estaba ilustrada con 5 fotos de L. Chessex.
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