René Camilo García: Los hijos de San Lázaro

Autores | Memoria | 8 de enero de 2017
©El Estornudo

Llegar a El Rincón no es fácil. Por remoto, por concurrido, por el lento camino empantanado. Llegar a El Rincón no es fácil, sea en carro, en carricoche, a pie, de rodillas o arrastrado. Llegar a El Rincón no es fácil, lo sabemos, pero casi 57 mil personas han arribado a este santuario en la semana previa al 17 de diciembre, día de la celebración principal. Si esta es la avanzada, ¿cuántos más irán en camino?

“Padre, ¿la cifra de 57 mil no parece un poco desmedida?”,  le pregunto, tras oficiar una misa, al diácono Oscar Jesús Iglesias López.“Para nada. El cálculo manual tendrá algún error, pero es verídico. En ambas entradas de la Iglesia colocamos personal para contar los feligreses. Cada dos horas, dan el parte y lo computamos. El sábado 10 de diciembre, por ejemplo, entre las 7:00 am y la 1:00 pm, entraron por esas puertas casi 8 mil 500 personas”, explica sentado en un banco junto al altar principal, bajo la recia mirada de los santos de yeso.

El tumulto en el templo legitima las palabras del clérigo. La devoción a San Lázaro, en vez de erosionarse con el tiempo, parece acentuarse como tradición. Lo testifica el mosaico humano que decora cada diciembre este lugar, situado a unos 30 kilómetros del centro de La Habana.

Devotos

Lázara Cairo Rojas, psicóloga de 55 años, pasó más de una década y media peregrinando a El Rincón. Prometió que lo haría por su hermano, de quien no sabía nada desde 1980. “Él se fue para los Estados Unidos y nunca tuvimos noticias suyas. Pensamos que había muerto, o que le había pasado algo grave”, recuerda la mujer. Ella nació un 17 de diciembre en Guantánamo, por eso la nombraron como el santo. Ante la desesperación y la incertidumbre, recurrió a la Fe.

“En 1995, al fin, llegó una carta. Él explicó que había estado preso 10 años, por una trampa que le hicieron. Sentí un gran alivio al saber que estaba vivo, por eso seguí la costumbre de visitar a San Lázaro”, dice.

Para Lázara, “los cubanos están fanatizados con esta deidad, con sus milagros”, y muchas veces la adoración nace de falsas apariencias.

“Una vez vi a un hombre llegar frente al altar y soltar las muletas. Caminó sin caerse y levantó la exclamación de la gente:pensaron que era un favor milagroso. Luego me enteré que él caminaba desde antes. Le habían dado fisioterapia en el hospital, pero prometió usar las muletas hasta el 17 de diciembre, para soltarlas frente al santo en forma de agradecimiento. Ese tipo de visiones ayudan a impulsar el mito, a hacer creer a las personas que San Lázaro fue quien curó al enfermo”.

Félix Cantillo González, de 29 años, quien se dirige a El Rincón con prendas de saco, es devoto desde pequeño. “Ese es el santo que me protege, que me guía, que me ha permitido lograr todo en la vida, por eso vengo en cada diciembre, para agradecerle. Aunque nunca he hecho una promesa, lo tengo siempre a mi lado, y no me voy a separar de él”, dice, y sopla luego el humo de su tabaco.

El misionero

Una de las particularidades del culto a San Lázaro en Cuba lo constituyen los llamados “misioneros”. Frente a la Iglesia de Regla, a un costado de la Bahía de La Habana, un anciano de 60 años recibe a los visitantes. Repleto el cuello de collares, se echa sobre el suelo y pide “salud” para todo aquel que se le cruce por delante. Viste pantalón y camisa de yute. A sus pies, la imagen del viejo con muletas. Discreta, a un costado, una cesta de mimbre para recibir ofrendas.

“Changó, que es Santa Bárbara, es mi Ángel de la Guarda, el santo que llevo sobre la cabeza; pero a mí San Lázaro, que me quiere tanto, es el que me protege”.

—¿Y cómo usted lo sabe?

—Porque me lo dicen los espiritistas, las cartománticas, la gente que vela por mi vida espiritual. Ellos son los que me anuncian cuándo el santo quiere que vaya a verlo.

—¿Y este 17 el santo quiere que vaya?

—No, no. Yo voy cualquier día. Este año ya fui y cumplí.

—¿Por qué hizo una promesa?

—No, chico, no. ¿Cómo te explico…? Lo mío con San Lázaro es distinto. Yo no hago promesa, él es quien la hace conmigo. Yo no tengo que hacer promesa, ni darle nada a la Iglesia. Lo mío es presentarme, darle las quejas, los problemas de la vida, hacerle los pedidos. Eso es lo que él quiere conmigo a cambio de difundir su culto por las calles.

—Comprendo. Y usted, ¿cómo se llama?

—¿Yo? Ya no me acuerdo. Pero todo el mundo me dice Lázaro.

Mientras explica, van cayendo las monedas de los peregrinos. Se escucha el breve tintineo de metal en el fondo de la cesta. Hoy ha llenado la bolsa.

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