La conclusión de Traductores de la utopía es melancólica. La Cuba revolucionaria recibió mucho de Nueva York y de su contracultura, escribe Rojas. En vez de emanar de Manhattan, el hongo nuclear soñado por Guevara se dispersó con el viento y hacia el sur, dotando a la isla de un repertorio crítico que abonará en beneficio de esa socialdemocratización de la isla que Rojas desea con el optimismo de la voluntad. Prefiero el pesimismo de la inteligencia, si de ponerse gramscianos se trata, pues la calidad libertaria de aquella nueva izquierda de los años sesenta me parece bastante dudosa. Para seguir leyendo…
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