Muchos de los prisioneros a los que Solzhenitsin da voz en Archipiélago Gulag describen el campo, justamente, como el reino del homo homini lupus. ¿Cómo es posible, se preguntaba Sartre en El fantasma de Stalin, que estos abnegados compañeros, sacrificados miembros del Partido, fueran de pronto traidores, hienas al servicio del imperialismo? Para seguir leyendo…
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