La ficción de las identidades nacionales, con su evidente nativismo reaccionario y su culto racista al patriciado criollo, seguirá taladrando el discurso oficial de algunos gobiernos, como el cubano, que se imaginan ya no como líderes sino como «símbolos» de la izquierda global. Nada más parecido a las tesis de Alain Finkielkraut en Francia, o a las de Samuel P. Huntington en Estados Unidos, que toda esa monserga de la «identidad nacional cubana» establecida en la Constitución de 1992 y en la política cultural conducida por Armando Hart y Abel Prieto en las últimas cuatro décadas en la isla.
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