Ileana Medina & Manuel Zayas: ·Interviú a Monika Krause·
Monika Krause tenía apenas veinte años cuando se enamoró de un cubano, capitán de la marina mercante, enviado a la ciudad portuaria de Rostock. Como ciudadana de la República Democrática Alemania (RDA), necesitó de una autorización para poder abandonar su país. “Cuando a finales de 1961 solicité el permiso de salida y el de poder casarme, me amenazaron con expulsarme de la universidad si insistía en mi propósito de ir a vivir en Cuba. Fue ‘mi capitán’ quien obtuvo los permisos”, dice.
Krause emprendió un viaje sin retorno. Cuando regresó en 1990, ya la RDA solo existía en el recuerdo. Había caído el Muro de Berlín, levantado poco tiempo antes de su partida, y las dos Alemanias se habían reunificado.
En Cuba, Krause ganaría fama como promotora de educación sexual, con programas en la televisión y la radio. A la par, enfrentó algunos escollos frente a la homofobia rampante de la jerarquía comunista. Hoy vive en un pequeño pueblo del norte de Alemania, Glücksburg, desde donde accedió a responder este cuestionario.
Monika Krause ha publicado dos libros sobre su experiencia cubana: Monika y la Revolución (Centro de la Cultura Popular Canaria, Tenerife, 2002) y ¿Machismo? No, gracias (Ediciones Idea, Tenerife, 2007). El documental La reina del condón, de Silvana Ceschi y Reto Stamm, es un retrato testimonial de su vida.
¿Cuál es el balance que hace de su vida en un sistema comunista tropical? ¿Se vivía en Cuba mucho mejor o peor que en la Alemania comunista?
La primera fase de mi vida en Cuba la pasé en un estado de euforia, de expectativa, de ilusiones, de poder participar de algún modo en el proceso de cambios revolucionarios. Al mismo tiempo veía y sentía constantemente el desmejoramiento, la falta cada día más abrumadora de los productos alimentarios más elementales.
En pocas semanas —me remonto a los mediados del año 1962—, nuestra dieta diaria, invariablemente, constaba de arroz y frijoles, frijoles y arroz, arroz congrí. Conseguir un huevo equivalía a un premio en la lotería (el Combinado Avícola Nacional aun no existía).
Para aquellos que no disponían de contactos con familiares o amigos en el campo, la carestía de todo era la normalidad. Claro, el clima cubano —en comparación con el de Alemania— tiene muchas ventajas: no hace falta la calefacción, no se necesita ropa apropiada para cada estación del año, se puede vivir con muy pocas prendas de vestir.
Sin embargo, el transporte público adquirió características de servicio desconfiable. Escaseaban, o no existían ya, todo tipo de materiales de construcción para el mantenimiento de la vivienda. Mi primer hijo, nacido en febrero de 1963, tuvo que conformarse con que constantemente cambiara la composición de la leche (no había suficiente leche fresca, de forma que se la preparaba con leche en polvo, proveniente de diversas fuentes de importación).
La cantidad de pañales recibida por ‘la libreta’ no alcanzaba ni para comenzar. La falta de agua —por apagones o por rotura de la bomba de agua, que para repararse demoraba semanas, meses— me tenía al borde de la crisis: bajar tres pisos para llenar cubos, palanganas, cazuelas de agua de la cisterna y luego subirlos tres pisos —sin elevador— constituía una prueba de nervios casi insoportable. La tubería de gas estaba defectuosa y pasé un mes sin poder arreglarla.
¿Polvo de lavar? ¿Jabón de tocador y amarillo? Eran productos que aparecían de vez en cuando, pero nunca en cantidades suficientes. Durante mis casi 30 años en Cuba, la falta de agua, de gas, de alimentos, de prendas de vestir, de artículos electrodomésticos, de materiales imprescindibles para el mantenimiento de la vivienda, eran una constante.
En la RDA, ya en este tiempo el racionamiento de los alimentos no existía. Nunca faltaban los productos alimentarios esenciales: había pan (de diversas variedades), leche fresca y los derivados de la leche —quesos, mantequilla— y carne —de res, de puerco y pollo—, embutidos variados, todo tipo de granos, arroz, aceite vegetal, frutas y vegetales de estación (no se conseguían grandes variedades, puesto que apenas se importaban del área «capitalista»). Pero nunca a un niño le faltó la leche o su comida, ni a los adultos tampoco.
Podían adquirirse materiales de construcción para el mantenimiento de las viviendas. El surtido era pobre, pero nadie ha tenido que verse en la imposibilidad de pintar la casa, de arreglar una pila de agua, de comprarse una cocina nueva o una lavadora.
Los círculos infantiles ofrecían la capacidad requerida para permitir a las madres trabajadoras la permanencia en sus puestos de trabajo. El sistema de transporte público funcionaba, cumpliéndose los horarios puntualmente.
Sin embargo, la tensión, la imposibilidad en la RDA de expresar libremente criterios inconformes con la línea política, el miedo de contradecir, de desacatar, de no haber sabido guardar la apariencia, de no haber respetado «las reglas de juego» de una sociedad socialista, costaba muchos nervios portarse como una ciudadana «digna de ser estudiante en una universidad socialista», admirar incondicionalmente al gran país hermano, la Unión Soviética.
Los cubanos —chistosos, ocurrentes, afables, hospitalarios, sobre todo los amigos nuestros— me brindaron una acogida muy agradable. Lo mismo sucedió luego con mis colegas, pero siempre hubo un ‘pero’. Me resultaba difícil aceptar la falta de constancia, la exageración, los frenos, los obstáculos, los problemas reales e inventados y el eterno: «¡Ya verás, todo esto se resolverá!» «Patria o muerte!»
Por un lado me fascinaba mi trabajo; por el otro, me desesperaba vivir constantemente las contradicciones a todos los niveles: entre las declaraciones, las disposiciones, los lineamientos y la implementación de los mismos.
Para regresar al inicio, a la pregunta de si en Cuba se vivía mucho mejor o peor que en Alemania, mi respuesta es: ni mejor ni peor, sino muy diferente. Y al final, cuando había decidido regresar definitivamente a Alemania, sencillamente estaban gastadas mis energías, después de haberle dedicado a Cuba casi treinta años de mi vida, los años más importantes, cuando mi rendimiento intelectual, mis fuerzas y también mi capacidad de soportar reveses, estaban al máximo. Ya no quería batallar como Don Quijote contra los molinos.
¿Cuándo comienza a colaborar con la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y cómo se involucra en el trabajo de educación sexual?
En 1970, depués de haber tenido que interrumpir varias veces mis estudios en la Universidad de La Habana, terminé ‘con broche de oro’ la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Casualmente, recibí la oferta de Vilma Espín, presidenta de la FMC, de trabajar en el departamento de relaciones exteriores de esa organización. Gustosamente acepté.
Primero, realizaba trabajos de traducción y de intérprete y poco a poco fui promovida a asumir responsabilidades de mayor importancia. A menudo fui solicitada, tanto por Vilma Espín como también por el Comité Central y por otros organismos, para servir de intérprete y/o traductora.
Fue Vilma Espín la que me encomendó la tarea de elaborar un Programa Nacional de Educación Sexual que abarcara también los aspectos de la orientación y terapia sexuales y la planificación familiar, en 1976.
Yo no tenía idea de cómo concebir tal programa. Para comenzar, Vilma me entregó un montón de libros guardados en la biblioteca de la FMC, la mayoría en inglés, otros en alemán y en francés. De alguna manera todos trataban de planificación familiar, de orientación de la pareja o de la capacitación de los jóvenes para la vida en pareja y el matrimonio, con criterios ideológicos y acercamientos muy variados.
Al comienzo me declaré incapaz de realizar el trabajo, pero Vilma me aseguró que en Cuba nadie estaba capacitado para implementar educación sexual, que utilizara mi sentido común, sacara de la lectura los aspectos que me parecían importantes y que al final nos reuniríamos ella y yo para diseñar un proyecto de programa.
Igualmente me aseguró que para la puesta en práctica del programa, yo recibiría la capacitación necesaria. Otro paso importante fue la búsqueda de experiencias principalmente en Suecia y en la RDA. Ambos países dieron aportes muy importantes. Con estos y los elementos útiles encontrados en la literatura, estructuramos el ‘Programa Multisectorial y Multidisciplinario de Educación Sexual’.
¿Cuáles fueron los principales objetivos de ese programa, quizás único de su tipo en el mundo, y cómo se evaluó?
Los objetivos principales de este programa se basan en los acuerdos de Naciones Unidas, en su Plan de Acción Mundial de 1975, así como en el Programa del UNFPA (Fondo de Población de Naciones Unidas), de 1976, en lo referente a la planificación familiar, a la necesidad de bajar los altos índices de embarazos en adolescentes, a la salud y los derechos reproductivos de la mujer, a la educación de la población para el logro de conocimientos, actitudes y conductas sexuales responsables.
Hicimos nuestra la definición de salud sexual de la Organización Mundial de Salud (OMS): «Salud sexual es el estado de bienestar físico, psíquico y social relacionado con la sexualidad”, etc.
Igualmente, forman parte del Programa las resoluciones del II y III Congreso Nacional de la FMC y del Partido Comunista de Cuba (PCC), así como del Código de Familia, que hacen referencia explícitamente a la lucha por el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer, a la educación sexual y para la familia, a la superación del machismo, a los derechos y deberes de madres y padres en la educación de sus hijos.
Comenzamos, pues, con la formación de un pequeño grupo de especialistas —médicos, psicólogos y pedagogos— para capacitarlos como sexólogos. Después estos mismos debían llevar la responsabilidad de multiplicadores. La meta era preparar a especialistas en todo el país para crear consultas de orientación y terapia sexuales y de planificación familiar.
Principalmente, con financiamiento del UNFPA contratamos a profesores de la RDA y de Suecia, más tarde también de América Latina, los cuales realizaron una serie de cursos intensivos para capacitar al ‘pie de cría’, los futuros sexólogos multiplicadores (entre ellos yo).
Durante los primeros años, los especialistas extranjeros apoyaron a nuestro todavía pequeño grupo de responsables de la formación de profesionales a lo largo y ancho del país. Después realizamos este trabajo sin esta ayuda.
Paralelamente, me dieron la responsabilidad de buscar literatura sobre sexualidad para especialistas (médicos, psicólogos, pedagogos, sociólogos y otros, cuya labor profesional tuviera que ver con la educación sexual, la orientación y terapia sexuales y con la planificación familiar), para niños y sus padres, para adolescentes y para adultos, con el objetivo de conseguir cobertura nacional con este tipo de medios informativos.
Esta tarea era responsabilidad mía en su totalidad. En relativo corto tiempo, conseguimos una base bibliográfica considerable, con un total de casi un millón de ejemplares.
La evaluación de este programa —a cargo mío— nos proporcionó por primera vez en la historia de Cuba información sobre los conocimientos, actitudes y prácticas sexuales de los adolescentes cubanos, así como sobre sus preocupaciones, problemas, intereses y dificultades.
La realización de investigaciones y de evaluaciones constituyó un aspecto importante. Sin embargo, la respuesta de los sectores de Educación Superior y de nivel preescolar y primario fue negativa. A menudo hemos tenido que buscar otras vías para realizar este trabajo.
Durante un curso de «Sexualidad humana» que tuve que impartir en varios centros habaneros y en Santiago de Cuba, a médicos del segundo año de especialización como médicos de familia, apliqué un cuestionario para indagar sobre sus conocimientos, actitudes y prácticas sexuales y sobre su capacitación real y creída en orientación y terapias sexuales y planificación familiar.
Los resultados evidenciaban que sus conocimientos, sus creencias, convicciones, actitudes machistas y terriblemente discriminatorias frente a la problemática de la homosexualidad se parecían mucho a los de los adolescentes, con el agravante de que como médicos se creían (91 % de los hombres, 65 % de las mujeres) capaces de orientar y de realizar terapia sexual.
Los resultados de encuestas, investigaciones y evaluaciones podrán encontrarlos en mi libro ¿Machismo? No, gracias. Cuba: sexualidad en la revolución, y en Monika y la Revolución relato los resultados.)
En 1984 se estrenó el filme Conducta impropia, de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, documental que denunció los crímenes del castrismo contra los homosexuales y que causó convulsión en las autoridades cubanas. En ese año, usted reconocía a la publicación Gay Community News, de Boston, que las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) “fue una cosa realmente triste en la historia de Cuba”. A la luz de los años y viendo que la homofobia revolucionaria no acabó con el cierre de aquellos campos de concentración, ¿cómo define usted el trato que el régimen cubano ha dispensado a los homosexuales?
La película refleja fielmente la situación de los homosexuales en Cuba y también el trato que el régimen cubano les ha dispensado. Pero quiero subrayar un aspecto: no es solamente la cúspide del poder la que ha manifestado actitudes y conductas de agresión, discriminación, humillación, desprestigio, desclasificación, odio, repulsa, condena frente a los homosexuales, sino que se trata de un fenómeno ampliamente difundido en la población cubana.
No dispongo de elementos suficientes para explicar este fenómeno. Sin embargo, el hecho de que los dirigentes máximos hayan actuado con agresividad, que hayan creado las UMAP, que hayan hecho declaraciones a la prensa nacional como internacional, que hayan creado leyes y resoluciones criminalizando a los homosexuales, que los hayan calificado de lumpen, parásitos, corruptores de menores y de la juventud, que hayan desencadenado verdaderas campañas contra los homosexuales, todo esto ha contribuido a que la población se sintiera invitada a seguir su ejemplo.
Especial importancia cobra en este sentido la Resolución aprobada por el I Congreso Nacional de Educación y Cultura (La Habana, 1971, firmada por los profesores J. A. Bustamante, psiquiatra, Abel Prieto —padre del actual Ministro de Cultura— y otros dos profesores muy conocidos, cuyos nombres no recuerdo), que trata sobre el fenómeno de la homosexualidad y las medidas a tomar al respecto.
No recuerdo ni el título exacto ni el número de la Resolución, pero me consta su existencia: Vilma Espín me la entregó (original) para guardarla en el archivo del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), cuando yo era su directora. El simple hecho de aprobar una Resolución cuya aplicación se exigió rigurosamente, de manera que adquiriera más fuerza que una ley, demuestra que la homofobia había permeado a la dirigencia política.
La Resolución era la demostración «científicamente fundamentada» de que la homosexualidad es una degeneración, una perversión sexual irreversible, una enfermedad incurable; decía que los homosexuales se caracterizan por ser débiles de carácter, fácilmente expuestos al chantaje, ejercen influencia peligrosa en niños y jóvenes, son personas en las que no se puede confiar.
La Resolución fue la licencia omnipotente para arremeter contra los homosexuales. Fue aplicada regularmente como instrumento para «depurar las filas del Partido y de la Juventud», para mantener «limpios» los sectores de educación, medicina, psicología, o sea, todas aquellas ramas donde profesionales pudieran influir en niños y jóvenes. Los homosexuales no debían tampoco ocupar cargos de dirección, ni ser funcionarios.
Durante casi veinte años, la Resolución fue aplicada en las «asambleas de balance» del PCC, de la UJC, en centros de trabajo y de estudio. El Ministerio de Educación estableció que todos los alumnos —desde el nivel preescolar hasta el preuniversitario— que manifestaran una conducta sospechosa (varones, «amanerados», niñas «marimachas») se registraran como sospechosos de ser homosexuales en los expedientes escolares, de forma que el comportamiento, el desarrollo de cada niño cubano, quedara controlado y registrado rigurosamente.
El expediente no se le enseñaba a los padres, la mayoría no sabía de esta medida, pero lo cierto es que el expediente se ‘mudaba’ de centro escolar a centro escolar —si el niño en cuestión pasaba de la primaria a la secundaria, de allí al preuniversitario — el expediente lo acompañaba sin que el alumno o sus padres lo supieran.
Las «asambleas de depuración» de las filas del Partido y de la UJC, realizadas cada año, tuvieron como resultado una serie de suicidios, porque personas homosexuales o acusadas de serlo se vieron en una situación tan desesperante que optaron por matarse. Ayer estimados, queridos, admirados por sus conocimientos y su rendimiento, por su trabajo destacado, hoy quedaban como indignos, traidores, falsos, perversos, degenerados, solo porque la masa heterosexual no los aceptaba.
Solo desde finales de los 80 se han presentado algunos cambios en la dirección política respecto a la atención y el manejo del problema de la homosexualidad. Sin exagerar ni sobrevalorar el papel que he desempeñado al respecto, me atrevo a aseverar que he dado un aporte importante a que estos cambios se produjeran.
Ya en 1976, cuando estaba diseñando un programa de educación sexual y después de haber evaluado gran cantidad de información, principalmente sueca y alemana, se la presenté a Vilma Espín. Es el comienzo de sesiones de trabajo intensivas sobre homosexualidad, de debates muchas veces infructuosos, pero también exitosos.
Me di cuenta que los criterios negativos de Vilma Espín sobre la homosexualidad cambiaban paulatinamente. Cuando estábamos preparando la publicación de El hombre y la mujer en la intimidad, de Siegfried Schnabl, el capítulo décimo («La homosexualidad en el hombre y en la mujer») causó un impacto enorme.
La traducción bruta, sin haberse realizado aun las correcciones ni la revisión técnica, fue entregada a cierto número de funcionarios del Partido, del MINSAP, del MINED. Fue la primera vez que en Cuba se conoció un acercamiento muy diferente sobre la homosexualidad.
Por órdenes superiores —a la cabeza estaba Vilma Espín—, el capítulo fue reescrito, se le cambió gran parte, al final quedaba poco de lo escrito por Schnabl. Este tipo de ‘violaciones’ de obras con contenidos inaceptables para ‘la cúspide’ las he conocido una y otra vez en el decursar del período de preparación de literatura científica y científica-popular a mi cargo.
Ese libro fue editado en 1979 —100.000 ejemplares— y hubo una reimpresión en 1985 con igual número de ejemplares. En 1989 logramos la segunda edición cubana, con el capítulo décimo sin la intervención de la comisión de censura. Simplemente entregué a la imprenta el texto diciendo que estaba aprobado. En la hoja de créditos dice: “Revisión técnica: Dr. Sc. Med. Celestino Álvarez Lajonchere, Dra. Mónica Krause Peters (mis apellidos en Cuba), Dra. Stella Cerruti Basso”.
El libro ¿Piensas ya en el amor?, de H. Brückner, fue igualmente ‘violado’. Sobre todo el capítulo referente a la homosexualidad fue modificado tanto que apenas quedaba algo del autor. En una nota que redacté —sin el permiso de Vilma Espín— traté de dar a los lectores y sobre todo al autor una explicación del porqué de la intervención.
En la página de los créditos dice: «(…) para la versión cubana se ha reelaborado el capítulo 12 y se han hecho cambios y adaptaciones a otros capítulos, atendiendo a sugerencias y consideraciones de representantes del Grupo Nacional de Trabajo de Educación Sexual … y a la especial revisión de una comisión del Ministerio de Educación”. (Énfasis de la entrevistada.)
Yo tengo la impresión de que Vilma Espín actuaba de manera tan incongruente —hoy expresando criterios de aceptación de la homosexualidad como una característica sexual normal de una minoría, mañana dando marcha atrás, condenándolos con todas las denominaciones de antes— porque estaba presionada por algunos sectores como por ejemplo por los dirigentes máximos de Educación.
Los prejuicios, las ‘verdades absolutas’: «los homosexuales son perversos peligrosos que corrompen la sociedad» y «los homosexuales lo son por haber recibido una educación inapropiada en su infancia», es decir, «la culpa la tienen los padres» y «hay que reeducarlos», abundaban entre ellos.
Vilma Espín tuvo que enfrentarse a muros casi inquebrantables. No debe haber sido fácil para ella mantener su posición si la mayoría del Comité Central del Partido estaba en contra. Entiendo que ella habrá tenido que actuar con mucho cuidado para no sufrir el desprestigio.
Ella me instrumentalizó y yo permití que lo hiciera. Me fascinaba mi trabajo. Ella me había dado facultades y poderes que difícilmente haya recibido otra persona, pero tengo que admitir que este vaivén a menudo me ha decepcionado, mermó mis energías y a veces me daba miedo.
¿Qué instrucciones recibían los sexólogos para abordar el tema de la homosexualidad?
Las instrucciones eran claras y concisas: por orden de Vilma Espín yo debía aportar el máximo posible de información científicamente fundamentada, pero ella prohibió terminantemente la publicación. Pasaron años en este estado contradictorio.
¿Tenía usted posibilidad alguna de criticar abiertamente las leyes y reglamentos discriminatorios contra los homosexuales? Al respecto, ¿se tuvieron en cuenta alguna vez vuestras recomendaciones?
Yo violé la orden varias veces, porque no podía respetarla. La primera vez con la entrega —sin consulta previa a Vilma Espín— del manuscrito no censurado de la segunda edición de El hombre y la mujer en la intimidad. Vilma no se dio cuenta y no me pasó nada.
La segunda vez, ofrecí mi colaboración a Graciela Sánchez, de Puerto Rico, que realizó el documental sobre la homosexualidad en Cuba No porque lo diga Fidel Castro [1988], trabajo de grado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. No solo le presté los equipos del CENESEX, sino también tomé posición como directora del CENESEX, haciendo declaraciones, un llamado al cese de la discriminación, a la marginación, a la criminalización de los homosexuales.
No informé a Vilma Espín de mi transgresión. Ella conoció de mi falta porque el documental fue premiado como mejor trabajo de diploma y —de acuerdo con la costumbre de la Escuela de Cine de exhibir en los cines públicos de Cuba los trabajos premiados— se exhibió. En la primera exhibición se produjo un escándalo.
Se retiró de los cines, pero ya el impacto era un hecho. Vilma Espín estaba indignada, y a mí solo se me ocurrió responderle que yo no había violado la orden, tratándose de un trabajo de diploma y que no podía haber sabido que la película pasara por cines cubanos.
Su réplica: «No solo pasó por el cine cubano, sino que se proyectó en los EE UU, en Europa Occidental y en América Latina».
Para mis adentros me puse muy contenta, pero al mismo tiempo sabía que no debía abusar de la paciencia y de la protección que me brindaba Vilma Espín. Esta película formó parte de nuestro material didáctico. Es decir, fue enseñada a todos los participantes de cursos de postgrado. Y no solicité el permiso de Vilma Espín para hacerlo.
La tercera transgresión fue una entrevista que concedí a un periodista de la revista Alma Mater. Por supuesto que preguntó también sobre el tema prohibido. Le expliqué que no tenía autorización de hacer declaraciones públicas sobre el tema de la homosexualidad.
El periodista opinó que este artículo sería escrito por él y que debía ser publicado durante las vacaciones de verano —cuando la censura no se encuentra en su puesto. Manifestó que tendría mucha esperanza de que la publicación se realizara sin alteraciones.
Le repliqué que sin o con «censura» yo no tenía permiso de publicar nada sobre este tema. Su respuesta: “Déjeme el asunto en mis manos, que yo me responsabilizaré…”.
Yo seguí hablando —sin freno— y el artículo se publicó sin cambiar ni omitir nada respecto al tema prohibido. Si bien recuerdo: termino diciendo que, si la homosexualidad pudiera cambiarse recurriendo el (la) afectado(a) a la voluntad, en Cuba no habría ni un solo homosexual, pues ¿qué persona con dos dedos de frente aceptaría, voluntariamente, ser discriminada, vejada, excluida de la sociedad, degradada, humillada, si de su voluntad dependiera cambiar esta situación? ¡Nadie!
Esta vez la ira de Vilma Espín no tuvo límite. Mi explicación, mis pretextos, me sonaban ridículos a mí misma. La revista desapareció de los estanquillos en cuestión de minutos. Tuve la gran suerte de que el artículo desencadenara debates a todos los niveles de la UJC.
La dirección de la UJC solicitó a Fidel Castro una revisión de la vigencia de la Resolución y que les orientara cómo proceder. Fidel Castro pasó a Vilma Espín el asunto, con el encargo de procurar la solución. Y Vilma Espín me dio la orientación de elaborar, junto con el Dr. Álvarez Lajonchere, un documento de toma de posición. Esto sucedió en verano de 1990.
En septiembre del mismo año, Vilma Espín convocó una reunión con representantes del PCC, de la UJC, de los medios masivos de comunicación, del Ministerio de Educación, del Ministerio de Salud Pública, de la Facultad de Psicología (no recuerdo si participaron otros más). Se decidió iniciar un trabajo mancomunado en torno al tema de la homosexualidad.
Se responsabilizó al CENESEX —cuya directora era yo en aquel entonces— a apoyar a todos los ‘organismos afectados’, a elaborar documentos que sirvieran de base para el trabajo de publicación, de programas de educación, etc., y de vigilar el correcto cumplimiento de la labor. Sin embargo, Vilma Espín y el Ministerio de Educación mantuvieron una posición muy reservada y restrictiva, que solo cambió con mi sucesora Mariela Castro Espín.
La publicación del libro El hombre y la mujer en la intimidad, de Siegfried Schnabl ha sido definida como señal de que la homofobia institucional fue erradicada como política de Estado. Según tengo entendido, la distribución de ese libro estuvo limitada a profesionales de la salud y, si bien el autor subrayaba que la homosexualidad no constituía una enfermedad y que los homosexuales debían ser respetados como personas, en otras partes del libro se deslizaban párrafos homófobos. [i] En su opinión, ¿qué representó la publicación de ese libro en Cuba? ¿Quién velaba por este tipo de publicaciones? ¿Enfrentaron algún escollo?
No sé quién dijo que El hombre y la mujer en la intimidad haya significado el fin de la homofobia institucional, pues el solo hecho de que tratara ‘el tema prohibido’ no es suficiente para llegar a esta conclusión, máxime si se tiene en cuenta que el susodicho capítulo fue cambiado, censurado, y solo la segunda edición, de 1989, se publicó con el texto nuevo.
Es cierto que el libro —la primera edición de 1979— fue distribuido a profesionales de la salud, de educación, a estudiantes de medicina, psicología, pedagogía, sociología y a funcionarios. Esta medida fue necesaria porque en Cuba no había publicación alguna que tratara el tema de la sexualidad humana desde todos los puntos de vista.
El libro debía, en primer lugar, llenar un vacío, y debían tener acceso a él todos aquellos cuya labor profesional tuviera que ver, de algún modo, con la educación sexual y con la orientación y terapia sexuales.
El hecho de que de la imprenta desapareciera una paleta de libros que se vendieron a sobreprecio en el Parque Central de La Habana —¡y volaron! —, y el hecho de que en muchos lugares en la capital como también en provincias se vendieran sin ‘el cupón’, le dio al libro una característica casi clandestina que en realidad no tiene.
También quedó evidente que la población estaba necesitada de recibir información. Yo estaba al cargo de la búsqueda de literatura apropiada y Vilma Espín me responsabilizó con todos los trabajos correspondientes: negociación y coordinación con el Instituto del Libro (Editorial Científico-Técnica y Editorial Gente Nueva); velar permanentemente por el cumplimiento del cronograma; realizar el trabajo de revisión de las traducciones o traducir yo misma; realizar junto con el Dr. Lajonchere la revisión técnica y ayudar en la imprenta a elaborar las ilustraciones.
Vilma Espín velaba por todas las publicaciones sobre sexualidad y se reunía con personas que, de acuerdo con su criterio, debían dar sus opiniones al respecto —yo las llamo despectivamente ‘la censura’—, que constituían realmente los escollos más grandes.
No puedo responder el acápite de la pregunta con una cita literal de Schnabl, que debe encontrarse en la página 329, otra en la página 330, pues solo está a mi alcance el libro de la segunda edición, que solo tiene 314 páginas.
Es probable que Schnabl se haya expresado en una versión vieja de su obra de la manera que usted describe. No solo Vilma Espín fue capaz de revisar totalmente su actitud frente a la homosexualidad, también los sexólogos de otros países ‘modernos’ han tenido que cambiar sus criterios y sus actitudes.
En 1988 se practicó la primera operación de cambio de sexo en Cuba. ¿Cómo reaccionó el gobierno a esta operación? ¿Cuál era la posición del CENESEX sobre la transexualidad?
No fue hasta finales del 1983 que pude conocer el programa tal vez más sólido y consecuente de tratamiento del transexualismo: en Suecia, donde pude realizar un viaje de estudio, financiado por la SIDA (Swedish International Development Agency), se me permitió conocer todas las instituciones que participan en la implementación del programa de reasignación de género.
El Dr. Bengt Nylen, jefe del equipo de cirugía de reasignación de sexo en el Karolinska Hospital de Estocolmo se ofreció a realizar la intervención quirúrgica de transexuales cubanos y a capacitar a los cirujanos, sin cobrar. Solo solicitó poder pasar unos días de vacaciones en Cuba después de realizado el trabajo.
Vilma Espín recibió toda la información con satisfacción y nos encargó al Dr. Lajonchere y a mí elaborar un proyecto de programa sobre el transexualismo.
En el momento indicado tratamos de contactar al Dr. Nylen, y recibimos la terrible noticia de que había fallecido, víctima de un accidente. Esta situación significó un gran paso para atrás, un freno de nuestra labor y un golpe fuerte para los candidatos a ser sometidos a la intervención quirúrgica.
Cuando en Cuba se produjo la primera intervención quirúrgica de reasignación de género, se estaba celebrando una reunión del Comité Nacional de la FMC —yo era también miembro del Comité— y alguien sacó a discusión la noticia de la intervención quirúrgica practicada por primera vez. Yo estaba una vez más en el banquillo de los acusados. “¿Cómo pudiste autorizar esto sin consulta previa?” —se me reprochó una y otra vez.
El asunto es que yo no sabía de la operación. Lo supe cuando ya estaba hecha. Conozco al cirujano, un urólogo muy competente. Pero el actuó sin coordinar el asunto conmigo ni con el Dr. Lajonchere. Tampoco él conoció el programa sueco que estábamos aplicando —en una versión adaptada— en Cuba. El desconocía que la cirugía debe ser el último paso, por lo menos debían pasar dos años de «vida en el rol del otro género».
Esta etapa de dos años es sumamente necesaria, porque sirve para demostrar la condición de transexual del (la) afectado(a). La medida se debió también al hecho de que en Cuba, con la homofobia extremadamente agresiva, muchos homosexuales se declararon «transexuales», porque la prensa había hecho declaraciones en el sentido de que los transexuales —a diferencia de los homosexuales— no son «desviados», sino que nacieron con un sexo que es incompatible con el sexo psíquico y necesitan una reasignación quirúrgica.
La intervención quirúrgica debe ser el último paso porque es irreversible. Una vez quitado el pene y los testículos y fabricada una vagina artificial, no puede fabricarse un pene nuevo. Y si una persona supuestamente transexual no ha realizado la prueba más importante —que es vivir por lo menos dos años en su papel de persona del otro sexo, con el control y la evaluación de personal (psicólogo o psiquiatra) calificado—, existe el peligro de que su condición de transexual no quede demostrada.
En Cuba no encontramos condiciones idóneas para someter a los candidatos a la prueba descrita, que lleva implícita varias medidas: facilitarle una vivienda en otra provincia; facilitarle un trabajo en su nueva sede; mantener discreción absoluta, de forma que nadie en el nuevo entorno del candidato conozca de su problema; y facilitarle un tratamiento permanente con hormonas y las facilidades de realizar la epilación duradera.
El debate sobre la homosexualidad, la igualdad entre géneros o la no discriminación, sigue hoy activo en todas las sociedades, incluidas las europeas y las de democracia madura. ¿Cree usted que Cuba tiene algo que aportar al respecto?
Es cierto que el debate sobre la homosexualidad, la igualdad entre géneros o la no discriminación sigue ocupando espacios importantes en las agendas de muchos países. Según mis conocimientos, los países escandinavos reportan los mayores éxitos. En los países de la Unión Europea, el aspecto legal está resuelto —al igual que en Cuba—, pero la realización de los objetivos sucede a niveles diferentes.
Interesante para mí fue conocer los logros de España en los últimos veinte años, en cuanto a la igualdad, los derechos y la salud reproductiva de la mujer, la despenalización y los derechos de los homosexuales han alcanzado niveles impresionantes.
Rusia —país con una homofobia escandalosa— no reporta ningún cambio en lo tocante a la homosexualidad y tiene resultados muy pobres en lo referente a la igualdad, a la no discriminación. No voy a referirme a la situación en África, la India, los países de religión islámica, ni a América Latina, porque no pienso escribirle un libro, respondiendo a sus preguntas.
Es interesante saber que en la RDA, antes de caer el Muro en 1989, se quitó del Código Penal la ley que castigaba la homosexualidad. En la RFA esto sucedió dos años más tarde. También es interesante conocer que en gran cantidad de los Estados de EE UU la homosexualidad sigue siendo un delito.
Es posible que Cuba pueda aportar algo en lo que a igualdad de géneros, a la no discriminación y a la disminución de la homofobia se refiere, sobre todo en América Latina, pero no se crea que con discursos, cambios de leyes y con disposiciones pueda lograrse el fin de la homofobia. Y en Cuba, como en muchos países de América Latina y África, en Rusia (hay leyes violentas que castigan la homosexualidad ) y en muchos países europeos la homofobia está muy profundamente arraigada.
Para el logro de cambios son necesarios esfuerzos mancomunados de toda la sociedad, y el ejemplo vivo de los políticos tiene gran importancia.
En Alemania, el Ministro de Relaciones Exteriores es homosexual, numerosos parlamentarios lo son, el alcalde de Berlín lo es también. En los últimos veinte años se ha producido un cambio tremendo en la actitud de toda la población frente a la homosexualidad. Según la ley, los homosexuales pueden casarse, pueden adoptar niños, tienen los mismos derechos que los matrimonios heterosexuales. Y no existe ya la homofobia ni abierta ni encubierta que todavía se observaba hace treinta años.
Hay un ambiente muy franco al respecto: la prensa, la TV, el arte, todos los sectores participan. Difícilmente encontrará un maestro que se atreva a manifestar su homofobia —si la tuviera. No obstante, creo que la homofobia nunca desaparecerá del todo. Quedarán residuos y mucho depende del trabajo que realicen los homosexuales ellos mismos.
Para poder actuar necesitan, sin embargo, la autorización de formar asociaciones, o partidos, o como quiera llamárseles, que reciban el apoyo político y también el respaldo en cuestiones legales. En muchos países europeos, este trabajo de los homosexuales, por ejemplo, en asociaciones o en clubes o agrupaciones de interés, tiene una importancia enorme.
En Cuba no se permite este tipo de agrupación, no hay espacio legal ni el apoyo político, que se reduce a declaraciones, discursos, al cambio formal de alguna ley que está sobre el papel, que lo aguanta todo.
Me sorprendió leer en su libro autobiográfico Monika y la Revolución que en la década de los 80 muchas mujeres y hombres cubanos ni siquiera conocían la naturaleza del orgasmo femenino. Esto contrasta ampliamente con el imaginario de la cultura popular cubana: “machos” que se creen “máquinas sexuales” y mujeres con fama de “calientes” y liberadas. ¿Pone usted fin al tópico y al mito?
Efectivamente, muchas mujeres y hombres cubanos desconocían «la naturaleza del orgasmo femenino». En miles de cartas recibidas, en mis programas radiales de debate «en vivo y directo» (Radio Rebelde) conocí esta situación.
A raíz de la publicación de En defensa del amor, de S. Schnabl, recibí no solo amenazas de hombres airados por haber «echado a perder» a sus mujeres, por haberles hablado de algo de cuya existencia (el orgasmo) ellas antes ni siquiera sabían, sino también se quejaron muchas mujeres.
Ellas no querían que les metiera el diablo en el cuerpo, que estas cosas del orgasmo, del placer —tal vez era algo real en Alemania, pero en Cuba, por Dios— no sigas hablando estas tonterías: las mujeres tienen el deber de estar a la disposición de los hombres; ellos necesitan satisfacer su necesidad sexual, las mujeres tienen que estar a la disposición de ellos, sino ellos se enferman. Y no solo opinaban así mujeres de edad avanzada, no, jovencitas, alumnas de pre o de institutos tecnológicos.
En las consultas de pareja, de toda Cuba recibimos la confirmación de esta situación. Es cierto que los cubanos se consideran los machos omnipotentes, las máquinas sexuales que funcionan a toda hora, pero la calidad de este rendimiento para la pareja, o sea, para ambos, yo la sigo cuestionando. (Lo cual no quiere decir que todas las mujeres cubanas desconozcan o no hayan experimentado orgasmos.)
Es cierto también que en Cuba, en los últimos veinte años se ha observado un relajamiento de la ética y de la moral sexual, del nivel de responsabilidad en la pareja, un auge de la prostitución.
Yo no diría que estoy poniéndole fin al tópico y al mito, sino que debería hacerse una serie de investigaciones, de estudios, para poder encontrar respuestas relevantes a los muchos mitos y a las verdades a medias, así como a la situación real.
También es un hecho que, tanto en cartas como también en debates radiales, he recibido muchos mensajes de agradecimiento, de satisfacción por haberse editado en Cuba libros con información muy importante y valiosa, por haber publicado artículos, por haber hablado en debates y haber respondido preguntas «difíciles» por escrito o hablando en la radio.
En 2000, el CENESEX comenzó a ser dirigido por Mariela Castro Espín -hija de Raúl Castro y Vilma Espín- y cobró una importancia política inusitada, desconocida para centros de estudios semejantes en otros países. Un año después y siguiendo una directiva del Comité Central, a ese centro se le encomendó la tarea de desmentir las denuncias de persecución a los homosexuales, y de trabajar a favor de estos.
Como algo paradójico, el mismo régimen que los reprimió, acabó desarrollando políticas de Estado como la autorización de operaciones de cambio de sexo, jornadas contra la homofobia, un proyecto de ley para uniones civiles (todavía no aprobado), entre otras medidas… ¿Qué opina de la labor de Mariela Castro al frente del CENESEX y de esa operación de lavado de cara?
Mariela Castro es una mujer inteligente, posee una formación profesional sólida y ha lanzado a debate en ‘la cúspide’ la cuestión de la homosexualidad. Esto lo encuentro bien, pero —y aquí tenemos otra vez un pero— a la par de cambios de leyes y disposiciones y reglamentos, continúa la homofobia bajo los más diversos pretextos.
La homofobia está arraigada en la ‘cúspide’, y la población cubana se caracteriza por ser eminentemente homofóbica y se ha visto respaldada por los jefes en el poder durante decenios. Mariela tiene el respaldo del padre —que también ha desempeñado un papel importante en lo referido a la cuestión de la homosexualidad en las fuerzas armadas.
A cada recluta se le practicó no solo un examen médico sino también se le entregó un cuestionario, con el objetivo de asegurar el mantenimiento de la limpieza del ejército de homosexuales. Una vez encontrada la condición homosexual de un recluta, se le archivó para siempre, se le excluyó del servicio y se le dio un documento que tenía que enseñar obligatoriamente cada vez que solicitara un trabajo.
Este papel constituía la barrera más infranqueable en cualquier centro de trabajo. Al mismo tiempo estaba vigente la ley contra la vagancia. Al ‘vago’ que no trabajaba, se le castigaba; al homosexual se le castigaba doblemente, pues por ley no tenía acceso al trabajo y por ley tenía que trabajar. ¡El surrealismo cubano!
Volviendo al trabajo de Mariela, me parece que se están centrando las actividades, la labor del CENESEX, en la cuestión de la homosexualidad y de la transexualidad, como si Cuba no tuviera miles y miles de problemas que afectan a una gran parte de la población: el embarazo en la adolescente, el problema de las madres-niñas, el problema del aborto, el problema de la inestabilidad de la familia cubana, de los elevadísimos índices de divorcios, del relajamiento, de la promiscuidad, del alto índice de enfermedades de transmisión sexual, del SIDA, de la falta de responsabilidad, de los baches en el suministro de medios anticonceptivos, de la falta de continuidad en el trabajo de calificar a especialistas para el funcionamiento de los centros de orientación y terapia en todo el país, la falta de medios de información actualizada para especialistas…
La revista del CENESEX es excelente, pero ¿cuántas personas tienen acceso a ella? La internet ofrece posibilidades incontables para recibir información y para intercambiar experiencias, pero ¿cúantos profesionales tienen acceso? ¿Cuántos cubanos —viejos o jóvenes— tienen acceso?
Preocupante es también la situación referente a la prostitución. Niñas, mujeres profesionales, jóvenes, homosexuales, se están prostituyendo. Excepto reprimiendo, persiguiendo, encerrando a las (los) prostitutas(os), no veo otras medidas para erradicar este problema.
Efectivamente, la prostitución es otro de los temas sociales candentes en la sociedad actual cubana. ¿Cuáles cree que son las claves para entender el fenómeno de la prostitución en Cuba?
A mi entender, las claves para entender el fenómeno: falta de ingresos, falta de perspectivas no solo para los jóvenes sino también para las muchísimas personas desempleadas, incluso para muchas mujeres profesionales; a menudo, prostituirse con turistas extranjeros es el medio más fácil de conseguir «una lasquita de la torta». Una economía, infraestructura desastrosas y destruidas —todo esto contribuye a que surja una sociedad enferma. Y para mí, la sociedad cubana está gravemente enferma.
Cuando se crea el CENESEX en 1989, usted se convierte en su primera directora; un año después sale de Cuba. ¿Cómo pudo regresar a Alemania?
Regresé a Alemania con mis dos hijos, aprovechando una conferencia internacional en Rostock, que me habían autorizado un año antes. Mi hijo mayor estaba trabajando en Nicaragua, viajando a La Habana con frecuencia. Tenía pasaporte de servicio, con permisos de entrada y salida no limitados. El problema era mi hijo menor: no tenía pasaporte ni pasaje ni documento alguno que le permitiese viajar al extranjero. Como nació en La Habana, no le sirvió para nada su pasaporte alemán, era preciso conseguirle un pasaporte cubano.
Aproveché las buenas relaciones con Vilma Espín a quien le pinté un drama familiar —mi madre de casi 80 años de edad, enferma y ya cerca de la muerte, había pedido ver a sus nietos antes de abandonar la tierra. (La verdad es que sí, mi madre ya estaba vieja y enferma, pero no tanto como para temer su fin. Y es verdad también que ella quería estar cerca de mí y de mis hijos).
Vilma prometió conseguirme los papeles necesarios y mi hermana, viviendo en aquel entonces en la RFA, me situó el pasaje para el muchacho. A Vilma le dije que pensaba tomarme algunos días de vacaciones después de la conferencia y que mi hijo y yo regresaríamos a La Habana después. Fue la única y última vez que me vi en la necesidad de abusar de la buena voluntad de Vilma Espín. Claro, no tuve otra opción. No había alternativa.
¿Sigue al tanto de la evolución de las políticas sexuales y de género en Cuba en los últimos años?
Trato de mantenerme al tanto, aunque no de forma sistemática ni profunda. A fin de cuentas, le he dedicado a Cuba casi treinta años de mi vida, esto no se olvida ni se borra. Pero ya tengo 70 años y me tomo la libertad de disfrutar mi vida de jubilada.
¿Cree que algo ha ido avanzando frente al persistente machismo tropical?
Francamente, no sé qué decirle. Por un lado, Cuba tiene un Código de Familia como existen pocos o ninguno en el mundo. Pero —¡de nuevo!— la puesta en práctica está lejos, como de aquí a la luna.
¿Qué hace ahora Monika Krause? ¿Recuerda con nostalgia su época cubana, usted que trabajó tan cerca de las familias del poder?
Monika Krause vive ahora en un lugar paradisíaco, a orillas del Mar Báltico, en una ciudad que es la cuna de las casas reales de Europa. En un castillo, construido en medio de un lago, viven todavía hoy los integrantes de la familia real danesa, quienes, por ser bastante pobres, encargaron a la comunidad el mantenimiento del castillo, ofreciéndole a la ciudad el derecho de usar el edificio como museo y como escenario de actividades culturales diversas.
En cinco minutos de caminata estoy a la orilla del mar, en la playa. Lo único que limita el sentirse feliz en este rincón, es el clima. Hay muchos huracanes, muchos días de lluvia y oscuridad (de noviembre a marzo), pero también tenemos días de frío —como ahora, de 15 °C bajo cero—, sol, nieve: los niños patinando sobre los lagos congelados, las aves marinas sobre el fiordo de Flensburgo, que está totalmente cerrado.
Desde hace 13 años estoy nuevamente casada. Tengo un esposo maravilloso. Viajamos mucho. Sobre todo en la estación ‘fea’ del año, nos vamos a una de las Islas Canarias, dándole tiempo al invierno alemán a retirarse. Dedico mucho tiempo a la lectura —literatura especializada, las menos de las veces—: literatura contemporánea, nacional como internacional, donde ocupan un lugar cimero los Premios Nobel.
He descubierto una nueva ‘droga’: colecciono fósiles del Mar Báltico, del Mar del Norte, del Atlántico, y de todas las aguas que tengo el privilegio de visitar. Recuerdo a menudo mi época cubana, pero no con nostalgia, sino con el distanciamiento que permite la edad. Estoy viviendo la etapa más feliz de mi vida.
[i] Sobre los hombres homosexuales decía Schnabl: «Su andar suele ser gracioso: a pasitos cortos acompañados de contoneo. Muchos tienen el pelo suave y largo, la piel delicada y caderas relativamente anchas (…) Se considera que los homosexuales son muy sensibles, se ofenden con facilidad, son irritables, desequilibrados, fáciles de influir, nerviosamente inestables y hasta neuróticos» (pag. 329). Y sobre las lesbianas: «Las lesbianas activas conquistan y defienden a veces a su amante contra las competidoras, desplegando una gran agresividad en esto. Entre las mujeres homosexuales pueden darse violentas escenas de celos» (pag. 330).
Tomada de кино-глаз, blog de Manuel Zayas.
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