Carlos Espinosa: Celestino después que anocheció
Hace ahora medio siglo, salió bajo el sello de las Ediciones Unión Celestino antes del alba, novela con la cual se dio a conocer Reinaldo Arenas (1945 – 1990). Ese fue el único libro suyo que llegó a ver la luz en Cuba. En 1965, un jurado encabezado por Alejo Carpentier le había concedido la primera mención en el concurso convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. La tirada fue de dos mil ejemplares y contó con diseño de Darío Mora. Años después, cuando Arenas empezó a ser conocido en el extranjero, aparecieron varias ediciones piratas, llenas de erratas y distorsiones del texto. Eso motivó que, en 1982, él preparase para Argos Vergara, de España, la versión definitiva, que se publicó con un nuevo título, Cantando en el pozo.
Ya entonces fueron varios los críticos y escritores de Cuba que destacaron los hallazgos y aciertos del libro. El poeta Eliseo Diego, uno de los que con más entusiasmo saludó la obra de Arenas, comentó que su aparición fue un acontecimiento a la vez solemne y risueño. Y agregaba: “Pocos libros se han publicado en nuestro país, donde las viejas angustias del hombre de campo se nos acerquen tan conmovedoramente, haciendo casi de su simple exposición una denuncia mucho más terrible que cualquier protesta deliberada. Y junto con las angustias, el propio espacio en que se vive, la tierra, las plantas y sus nombres, el habla campesina, hasta las malas palabras, todo significado en el trajín de su agonía con la visión empeñada en transfigurarlo, y frente a la cual, para resistirle, debe todo apelar a su raíz, a su necesidad última”.
Con su primera novela, escrita a los 22 años e iniciadora de un ciclo compuesto por otros cuatro títulos al que dio el nombre de Pentagonía —“ciclo furioso, monumental y único, narrado por un autor-testigo”—, Arenas avanzaba por un camino nuevo en la narrativa cubana de la década de los 60. Un camino por el cual también transitaban obras como Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, y De donde son los cantantes, de Severo Sarduy. Como en el resto de su producción, en Celestino antes del alba su autor se desmarca de la tradición realista e historicista que entonces fue impuesta como norma estética, para apostar decisivamente por el despliegue imaginativo. En una conferencia que dio en la Biblioteca Nacional José Martí, se lamentaba de que a muchos autores cubanos solo les interesaba mostrarnos la realidad más elemental y simple, puesto que como transcurre frente a nuestra retina resulta mucho más fácil de manejar. Y defendió su postura de expresar las diferentes realidades que se esconden bajo una realidad aparente. Unas realidades que son infinitas y que varían de acuerdo con las interpretaciones que queramos darles. En su novela, el realismo, como apuntó Julio E. Miranda, deja paso a la realidad de lo irreal, como puerta inevitable para alcanzar la realidad total, múltiple y cambiante.
El protagonista de la novela es un niño campesino que, para sobrevivir a la ignorancia del medio, se inventa un primo imaginario, Celestino. Este viene a ser su alter ego, el otro, el cómplice, el poeta que escribe en las hojas de los árboles y una de las personas que forman su personalidad. Su ingenua fantasía infantil se opone a una realidad vulgar y lo rescata del entorno inmediato, llevándolo a otro ámbito, la gran realidad, la verdadera realidad. Se va formando así un mundo de filiación mágica, hecho a la medida de sus anhelos y necesidades, y en el cual las cosas suceden y no suceden, las personas mueren y no mueren, el mundo es objetivo y no lo es. Alguien sugirió el rótulo de surrealismo tropical para definir esta sucesión de anécdotas fantásticas que mantienen una atmósfera poética, y donde las fronteras entre realidad y ficción no se distinguen.
En Celestino antes del alba no hay la intención de desarrollar un argumento al modo convencional. Las preocupaciones de un escritor moderno, sostenía Arenas, deben ser otras. Y según él, el lector actual también debe exigir de una novela algo más que una trama interesante. Los elementos de la narrativa tradicional aparecen así trastocados y vueltos al revés en su novela. El relato es recurrente y en espiral, y avanza y se ramifica. En vez de progresar, se mueve simultáneamente en varias direcciones; en vez de una visión ordenadora, hay un grupo de voces; en vez de un discurso centralizado, hay uno proliferante y contradictorio. El texto adopta disposiciones que recuerdan la de la poesía concreta e incorpora formas teatrales, epígrafes, interrupciones, páginas en blanco y tres finales diferentes.
La escritura de Arenas se apoya además en un maravilloso impulso idiomático, una poderosa frescura y un lenguaje onírico y desbordado. Su elaborado tratamiento del habla popular permite que este trascienda hacia una poesía permanente a través de enumeraciones, salmodias ininterrumpidas y fantasías: “Esa es otra cosa que me gusta de este barrio: la neblina. Tan blanca… Estirar las manos y no vérselas casi… Y si me las veo, me las veo tan blancas que no parece que fuesen mis manos… El mismo abuelo, que está tan negro de tanto sol que aguanta, cuando es de mañana yo lo veo caminar por el potrero y parece un poco gigante, de lo blanco que se ve detrás de la neblina. Por eso yo todas las mañanas me levanto bien temprano y me vengo para acá y me subo hasta lo más alto del potrero, donde están las matas de mango, y me quedo horas y horas embelesado, mirando qué linda se ve la casa llena de neblinas, pues es casi como una casa de esas de cuentos. De esas que solamente salen en los libros como el que traía Celestino el día en que apareció por primera vez en la casa asustado, y del brazo de su madre muerta…”.
Con Celestino antes del alba, Arenas inauguró una galería de personajes (están, entre otros, el Fortunato de El palacio de las blanquísimas mofetas y el Héctor de Otra vez el mar) que encarnan al artista marginado y rechazado por la comunidad. En un medio rural como ese, la actividad literaria es considerada una labor estéril e improductiva: “«Eso es mariconería», dijo mi madre cuando se enteró de la escribidera de Celestino. Y esa fue la primera vez que se tiró al pozo”. Por eso Celestino es perseguido por la furia destructora del abuelo, que derriba los árboles en que él va dejando su huella. Celestino representa además el ardor universal de la creación, el creador en estado puro, que se enfrenta a una realidad de la que forma parte.
Primera obra de alguien nacido para escribir, al decir de Lezama Lima, Celestino antes del alba es una lectura sugestiva y al mismo tiempo inquietante. Cincuenta años después de su salida, se mantiene como uno de los grandes momentos de la narrativa cubana, y con el tiempo su valor emblemático no deja de aumentar.
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