Carlos Espinosa: La inmortal fugacidad de Jesse A. Fernández
Tres décadas después de su muerte, la obra fotográfica de Jesse A. Fernández (La Habana, 1925-París, 1986) sigue disfrutando del interés y la alta valoración que tuvo en vida de su creador. A finales del año pasado, el Nelson Atkins Museum, de Kansas City, acogió una selección de fotos suyas. Se trata de la primera y más grande compilación de su trabajo jamás presentada en Estados Unidos. Y este otoño instituciones y galerías de tres países han programado sendas muestras. Hasta el pasado mes de noviembre se pudo ver en la parisina Galería Guiraud Jesse A. Fernández-Une ouvre 1952-1986. Otra exposición de sus imágenes está expuesta, hasta el 22 de diciembre, en el Florida Museum of Photography, de Tampa. Y en la Casa de Colón, en Huelva, hasta el día 10 se exhibe la exposición Errancia y fotografía. La integran 135 piezas y está auspiciada por el Instituto Cervantes y el Otoño Cultural Iberoamericano. La ciudad andaluza es, no obstante, solo el primer sitio en donde recalará. Entre 2018 y 2019, viajará a las sedes que el Instituto Cervantes tiene en París, Nueva York, Chicago, Roma, Palermo, Fráncfort y Berlín.
La de Huelva se cuenta entre las varias exposiciones de Jesse que se han realizado en España, donde su trabajo se ha exhibido regularmente. Este es además un país con el cual él tuvo una entrañable relación. Sus padres eran asturianos y a los siete años retornaron a su tierra natal, huyendo de la dictadura de Gerardo Machado. Aquí residieron hasta el final de la Guerra Civil, fecha cuando volvieron a Cuba. En España se publicó su segundo y excelente libro de Jesse, Retratos (Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1984), y el Centro de Arte Reina Sofía fue el primer museo de primera categoría que le dedicó una amplia e integral retrospectiva. En Madrid pudo mostrar su otra faceta artística en la exposición Cajas (1976), síntesis simbólica y conceptual de su personal lectura de la historia y la cultura universal. Asimismo, de 1974 a 1976 residió en Toledo, que consideraba “la ciudad más bella del mundo”.
Tuvo una vida relativamente corta, pero muy intensa y que estuvo marcada por el nomadismo. Dijo que siempre se sintió “habanero y atento al ritmo del danzón”. Pero, aunque no dejó de ser cubano, fue de todas partes y de ninguna. A los quince años ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, donde tomó clases por varios años. En 1945 se fue a Filadelfia, con el propósito de cursar estudios de ingeniería electrónica, pero los abandonó para continuar los de pintura en el Art Student League, de Nueva York, bajo la tutela de George Grosz y Preston Dickinson. Un compatriota, el pintor Wifredo Lam, lo introdujo en el efervescente mundo artístico de esa ciudad. En las reuniones que tenían lugar en el Painters’ Club en la calle 8, conoció, entre otros, a Willem de Kooning, Jackson Pollock, Robert Motherwell, Milton Resnick.
“Fue un pintor de vocación que la vida transformó en fotógrafo de ocasión”. La definición es de Guillermo Cabrera Infante, quien fue su amigo y ha escrito sobre él en varias ocasiones. En efecto, Jesse descubrió la fotografía por casualidad y la aprendió por sí mismo, en los años cuando trabajó en una agencia de publicidad en Colombia (1952-1954). A partir de entonces, siempre llevó su Leica en los numerosos viajes que hizo por América Central, México, Turquía, Marruecos, Italia, Tailandia, Indonesia. La calidad de sus imágenes permitió que pronto sus imágenes aparecieran en publicaciones tan importantes como Time, Paris-Match, The New York Times. En 1958 pasó a ser director artístico de la revista Visión.
Ese mismo año volvió a Cuba, para realizar un reportaje sobre la vida artística para la revista Life. Viajó allí de nuevo en 1959, a solicitud de Cabrera Infante. Durante esta estancia, tomó fotos de los primeros meses del triunfo revolucionario que hoy son icónicas. Muchas de ellas aparecieron en el diario Revolución y en Lunes de Revolución. En un número monográfica de ese suplemento cultural, titulado A Cuba con amor, todas las instantáneas eran suyas. No las anima una intención meramente documental, sino que buscan conseguir un registro poético. Eran parte de un proyecto que Cabrera Infante y él habían realizado algunos años antes. En aquel momento, recorrieron la Isla desde La Habana hasta Santiago de Cuba. Jesse tomó 5 mil fotos en blanco y negro y 2 mil en colores. Tras aquel viaje en el 59, nunca más retornó a su país natal, donde hasta hoy sigue siendo un proscrito.
Profesionalmente dejo de tomar fotos en 1961, aunque siguió haciéndolo para él. En 1977 se radicó en Francia, donde vivió hasta su fallecimiento. En 1980 publicó el libro Les Momies de Palermo, En esas fascinantes imágenes se muestran los cuerpos momificados de las catacumbas sicilianas de finales del siglo XVI. Su obsesión por ese lugar lo mantuvo durante un mes tomando fotografías de los cadáveres disecados, que guardan una estrecha relación con los dibujos realizados por él a comienzos de la década de los 60. En aquellas obras estaba ya presente su afición por la representación de calaveras, a las que a menudo incorpora fondos manuscritos. Al morir, estaba preparando una serie sobre las tumbas de personajes famosos.
Empatía entre fotógrafo y fotografiado
Conviene señalar que su faceta como artista plástico no constituye una obra menor, de mera alternancia a su innegable pasión por la fotografía. Es parte fundamental de una sostenida creación a lo largo de más de treinta años dedicados exclusivamente al arte. Pero es indudable que, aunque fue un magnífico dibujante y un buen pintor, sus cotas más altas las alcanzó como fotógrafo. Y dentro de la fotografía, sobresalió como retratista. Celebridades y personas anónimas se beneficiaron de su mirada y de su sensibilidad. Sabía hallar instantes, deseos y rumores en ellos, pues como él sostenía, “más allá de la técnica, lo importante es la persona que está detrás del instrumento. Siempre esa mirada será distinta, aunque ya la hayan visto miles antes. Aunque nos cueste aceptarlo, somos únicos, irrepetibles, originales. Está en cada uno de nosotros descubrir quiénes somos, revelarnos”.
En el texto que acompaña su libro Retratos, explicó: “Mis retratos delatan un diálogo sin palabras, una empatía entre el fotógrafo y el fotografiado. No ha sido mi propósito realizar, por lo tanto, un retrato formal, fingido, de estudio. Yo intento plasmar, con la mayor autenticidad posible, la imagen íntima de un ser humano situado en su ambiente habitual o en las circunstancias en que me fue dado conocerle. En este punto debo declarar que mi método de trabajo coincide con el de aquellos fotógrafos que consideran que la fotografía entraña una ética, la cual me obliga a ser lo más fiel posible a la realidad ambiente y a tratar con el máximo respeto al fotografiado. No pretendo falsificar la personalidad del retratado, ni alterar el entorno en el cual se mueve. Por ello rechazo toda técnica pictórica aplicada a la fotografía. Resumiendo, me importa la persona. No me importan su función, ni sus títulos, ni sus premios”.
Sus retratos, ha comentado José Marín-Medina, no son imágenes fieles, sino evocaciones subjetivas de aspectos determinados del personaje. Por su parte, Osbel Suárez, comisario de la retrospectiva que el Reina Sofía dedicó a Jesse en 2003, expresó que para este “la fotografía entrañaba una ética que vinculaba directamente al retratado con la circunstancia específica en la que lo había conocido. No hay en sus retratos más dramatismo o espontaneidad que la provocada por el personaje y su entorno, como en la foto en la que aparece Marlene Dietrich bailando mientras todo a su alrededor parece que no existe, el destello de su pendiente ilumina sólo su perfil y su compañero de baile, Joseph von Sternberg, apenas se vislumbra entre las sombras”.
Alérgico al estudio, capturó sus modelos en las calles, las estaciones del metro, los teatros, los ambientes íntimos. En un excelente artículo de 1980, el poeta español José Miguel Ullán se refiere a ello al comentar: “Mirando está Joan Miró lo pintado, expresivo y lábil, en un espacio que recuerda pinturas primitivas. El amargo Cioran aparece en un ámbito casi japonés, transparente y cordial. Octavio Paz posa de probo funcionario. Buster Keaton rezuma senectud. pesadumbre, desolación: «Era en 1958, durante una conferencia de prensa. Solo crucé unas cuantas palabras con él. Estaba ya alcoholizado y vivía en la miseria.» Duchamp juega con nadie al ajedrez: «Fue vecino mío, en Nueva York, durante quince años. Se hallaba totalmente marginado. Todavía no había llegado el movimiento pop para reivindicar su labor de pionero». Hemingway no va de cazador arrogante: «Era así de dulce en la intimidad». Lezama Lima, sentado ante una mesa de café, con fondo de botellas de vino, luce una espléndida corbata, bigote diminuto y asombrosa mirada: «Momentos antes de hacerle la foto. me dijo: «Apartemos las botellas de cerveza, no vayan a creerse que estamos enredados en cuestiones baquianas»”.
Fue uno de los grandes retratistas de escritores, músicos, pintores. La lista de los fotografiados por él es casi inabarcable y permite realizar un paseo cultural por el siglo XX: Julio Cortázar, José Lezama Lima, Carmen Amaya, Ernest Hemingway, Dámaso Alonso, Severo Sarduy, Susan Sontag, Emil Michel Cioran, Carlos Fuentes, Buster Keaton, Jorge Luis Borges, Marcel Duchamp, Henry Moore, José Bergamín, Max Aub, Francis Bacon, Elizabeth Taylor, Joan Miró, Willem de Kooning, Sam Francis, David Hockney, Antoni Tàpies, Gabriel García Márquez, Amelia Peláez, Néstor Almendros, Salvador Dalí, Mario Vargas Llosa, Edgar Varese, Nicanor Parra, Ronald B. Kitaj. Muchas de esas fotos son de una simplicidad brutal y, en muchos casos, son las mejores hechas a esos personajes.
Acerca de la razón por la cual se dedicó sobre todo a los retratos de intelectuales y creadores, Jesse argumentó: “¿Por qué sólo de artistas? Quizás porque entre ellos y yo fluye una suave corriente de simpatías mutuas. En mi vida profesional he fotografiado a personalidades del mundo de la política, las finanzas y las ciencias, pero ninguno de esos retratos los he considerado próximos a mi sensibilidad. Sólo el arte me interesa y es en este ámbito en el que se mueve este libro. Ni más ni menos”. Y le confesó a José Miguel Ullán: “A mí me causa tristeza que ya no vivan escritores como Ortega o Azorín. Creo que sacarles fotos sería escarbar en lo más recóndito de aquella época. La fotografía otorga una información no intercambiable con la que nos deparan otras fuentes. Por eso mismo me encanta Nadar: a través de su retrato de Nerval uno puede sentir el pulso de la época. entrar en relación profunda con el personaje, recibir el estímulo para leer su obra. Es un aliciente muy fuerte, porque informa por medio de lo simbólico. La pintura, por el contrario, nunca informa. El fotógrafo ve, el pintor es visionario”.
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