Rafael Lam: Conversando con Wifredo Lam
Tuve la oportunidad de saludar a Wifredo Lam en su visita en 1967 al Salón de Mayo efectuado en el pabellón Cuba. El pintor se notaba agotado, pero muy estimulado de haber convocado a tantas luminarias en Cuba. En 1981 volví a saludarlo, hablamos de aquel acontecimiento del Salón de Mayo. Le dio mucha alegría encontrarse con un paisano de la dinastía Lam. Por supuesto que hablamos de nuestros familiares.
¿Nuestros padres son de Cantón?
Mi padre era muy progresista y respetado, sabía leer y escribir en chino, tenía una cultura rica, dominaba muchos dialectos; de mi padre aprendí algunas palabras de la comida china, mi casa siempre estaba llena de paisanos asiáticos, nos reuníamos en las fiestas del casino chino. A Sagua llegó un barco de China que mi padre recibió con mucha alegría.
¿Cuáles eran las comidas chinas apreciadas en la casa?
Verdura, carnes y pescado en salsa oscura. El sicuá, una sopa de verduras con carne y el imprescindible arroz. En La Habana yo disfrutaba el arroz frito (arroz ya hecho con carnes ahumadas y variadas, salsa china y frijolitos), la sopa china de los paisanos de la Plaza del vapor que siempre recordaba en Europa; aquello era lo más grande del mundo.
Lam y la música
Es bien difícil que un cubano como Wifredo Lam, no sintiera amor por la música, en sus entrevistas y testimonios, esa afición la hemos podido comprobar en su amor por los instrumentos musicales, su amistad con músicos como Stravinsky, su admiración por la rumba y sus relaciones con Fernando Ortiz y Lidia Cabrera.
Seguía conversando con el heraldo de la civilización americana junto a René Portocarrero, mientras algunos fotógrafos inmortalizaban ese encuentro.
¿Wifredo, que relación tuvo usted con la música?
Desde niño me inquietaba un violín que tenía mi hermano Enrique, quince años mayor. Aquel instrumento me causaba una extraña ilusión que me sobrecogía. No podía resistir la tentación de tenerlo y de imaginar que era como un galeón fantasma. Quizás aquellos sueños me precipitaron a mi inquietante deseo de viajar a otros lejanos lugares.
¿La Habana era muy musical?
En La Habana yo asistía a los conciertos de Erick Kleiber y de músicos sinfónicos cubanos; hasta un día me dedicaron una obra y me nombraron vicepresidente de honor de la Orquesta de Cámara de La Habana. Kleiber era un director completo, nada de la música le era ajeno. Había roto con los nazis, era insobornable y lo nombraron en Cuba director de la Orquesta Filarmónica de La Habana. Como buen europeo, era muy cuidadoso y disciplinado en el estudio de la música, se levantaba de madrugada a analizar las obras que tenía que ensayar en esa mañana.
¿De qué otros músicos fue amigo?
De muchos músicos cubanos y de Igor Stravinski y Jascha Heifetz, los dos visitaron mi casa. Yo contaba a Antonio Núñez Jiménez la anécdota de la visita de Stravinski a mi casa en Marianao, donde el techo se estaba cayendo y me preocupaba que le cayera encima un pedazo del techo. Total, que, tras la visita del músico, se desprendió todo aquello y fue la hecatombe.
¿La música que le interesa nunca hubiera sido la del colonizador europeo?
Los europeos tienen mucha cultura de “lujo” (de ornamentación). Europa es algo así como un museo grandioso, pero museo al fin, la gente la ha idealizado bastante. Algún día ese museo se desgastará y habrá que recurrir a la cultura prístina de África, India y América. En Cuba los burgueses tenían una cultura prestada, decían que yo era un pintor negro, me discriminaban. Nunca había visto gente tan alejada de su propia realidad. Yo me alegraba que mi pintura no haya gustado a esa gente detestable. En aquella etapa existía en Cuba el mal de la Malinche, de la traición cultural, que siempre se imponía en Cuba con aquella gente aburguesada. Eso hizo mucho mal a la intelectualidad cubana que mucha de ella estaba perdida. Desde que yo estaba en París tenía la idea fija de introducirme en el arte africano, en lo mío, necesitaba meter esa energía de protesta de mis descendientes negros.
¿La música era su única atracción de niño?
Como todo buen cubano mi entretenimiento favorito era jugar pelota (béisbol).
¿Qué posición le gustaba jugar?
El cátcher (receptor). También tiraba piedras y me fajaba y me escapaba de la casa, a buscar lo desconocido, me lanzaba al agua del río y jugaba con fango, me iba a comer caña, a montar caballo y me sonaban duro.
¿Hablemos de La Habana?
La Habana era una ciudad de miedo, para nosotros pueblerinos, resultaba enorme, monumental, tenía miedo de perderme en sus calles. Yo viví en la calle Panorama en Marianao. Cuando La Habana era una de las ciudades más fastuosas del mundo, Madrid, por ejemplo, era un deplorable pueblo de campo medieval, ni baños existían y en el consulado cubano hacían colas para emigrar a Cuba.
¿Por qué se fue a vivir tan lejos?
Desde niño quise estudiar en Europa, visitar España, conocer los españoles en su casa. Resultó después que en España me encontré con mucha gente asiática procedente de Asia, de manera que los españoles, además de africanos tienen de asiáticos.
¿Su obra La Jungla, expresa ese mundo selvático?
Es la revancha de mi país contra los colonizadores europeos. Ahí están los mitos africanos, dentro del cañaveral, la cultura de plantación donde tanto sufrieron y vivieron los africanos y donde crearon mucha de su cultura musical y danzaria. Ese es mi combate contra el llamado “buen gusto” de la burguesía, que no es tan buen gusto nada.
¿Carpentier y Fernando Ortiz fueron muy menospreciados por defender esa cultura del colonizado?
Ellos eran mis amigos, Fernando me honraba con su visita, yo trabajaba bajo la influencia de ese sabio. Lydia Cabrera me llevaba a babalawos; esos babalawos me protegieron muchas veces en todos los avatares de mi vida de trotamundos. Lydia me dijo una vez: “Europa no es lo tuyo, dirige tus ojos hacia Cuba que ahí está tu mundo y la fuerza del futuro”.
Me gusta mucho la anécdota de Picasso sobre aquella rumbera sensacional.
Los españoles tienen el africano metido en la sangre, por eso Picasso se entusiasmaba cuando las veía bailando en 1939, cuando ya Cuba era atracción musical en Europa. En la década de 1930 ya los españoles y franceses estaban invadidos por la rumba cubana. Picasso me llevó a los Champs Élisées. Fuimos a un café cerca del Arco de Triunfo, en un cabaret de Montparnasses y nos encontramos con aquella orquesta de timbaleros tan vilipendiada en Cuba y admirada en la llamada “alta cultura” europea. Picasso me decía: “!Eso sí es música!”. Era una negra sensual y espectacular. En realidad, Europa estaba sedienta de ritmos que sacudieran su música y su vida nocturna. Ellos, desde la década de 1920, presentaban un folclor un poco mortecino.
¿En el tiempo en que usted llega a París, 1939 se estrenaba en La Habana el cabaret Tropicana y en París se consagraba la música cubana?
Yo estaba al tanto de los artistas cubanos que habían triunfado en París, no faltaba más. Desde la década de 1920 y 1930, Moisés Simons, Don Azpiazu, Rita Montaner, Fernando Collazo, habían desalojado al jazz y al tango de los salones parisinos. Al lado de ellos se mantuvo muy diligente Alejo Carpentier, un animador de la cultura cubana en Europa. Desde la década de 1920 Cuba emprende una ofensiva musical. Los franceses fueron descubriendo América. Son informaciones que no dominan todos los cubanos. Muchas veces los propios cubanos ignoran el poderío del arte y la cultura de su país. Déjeme contarle que, cuando yo llego a París, Picasso me dijo que yo me debía sentir orgulloso de mi sangre africana, cuna de la civilización, él sabía la importancia de esa raza, en el poder del arte. El arte africano había invadido a Europa y ese clima me compulsó en lo africano, lo tengo que reconocer. Lamento que muchos intelectuales no entiendan esto.
¿Para usted París fue una fiesta o algo distinto?
Yo no estuve metido en ese mundo bohemio del que hablan muchos otros. No era un intelectual con chaqueta de terciopelo que visitaba los cafés para hacer tertulias. Mis problemas eran de supervivencia y creación conceptual, iban más allá de la bohemia.
Recordemos El Mural del Salón de Mayo, algunos como José Antonio Portuondo lo calificaron el “último grito de París”, sin habernos quitado de encima el terrible lastre de neocolonialismo,
Fue un mapa de contradicciones, como me dijo Alain Jouffroy, entre formas, técnicas, sentido poético y político diferentes. Algunos temían que aquello de un concierto se convirtiera en una cacofonía. Fue como un caos, pero consciente, intuitiva y musicalmente. Hay desorden y orden, no hubo jerarquía europea, por lo tanto, no existió el perjuicio. Fue un testimonio de la época.
Poco tiempo después de estas declaraciones y reflexiones tan valiosas, Lam fallecía el 11 de septiembre de 1982 en Europa, dejando una obra inconmensurable para el Caribe, América y el mundo.
Publicación original en Cubaencuentro.
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