Juan Abreu: Pedro Vizcaíno

Artes visuales | 2 de enero de 2018

Estoy en la Pequeña Habana, o en lo que queda de ella. Llevo días encerrado en un automóvil, recorriendo Miami, maravillado de que la ciudad consiga parecerme aún más inhabitable que en mi anterior visita. Afuera, el calor es una especie de horror flotante y el cielo una chapa incandescente. He conducido hasta aquí para ver la obra de Pedro Vizcaíno. Antes, he visitado una excelente muestra de este pintor, apretujada en una pequeña sala del Wolfson Campus en el desangelado downtown de la capital del exilio.

La obra de Vizcaíno es una explosión. Los colores han sido liberados y la violencia es dueña del paisaje y no puedo dejar de pensar en que estos dibujos y pinturas, volcánicos, veloces, son muy de esta ciudad. El pintor es joven y estudió en las mejores academias de la Isla. Y ahora está instalado en la Pequeña Habana y tiene la cortesía de responder a mis preguntas.

Pedro, ¿quién es usted? ¿Qué busca? ¿Qué le impulsa? ¿Adónde quiere llegar?

Recuerdo que cuando era pequeño, me llamaban la atención las historietas del Pato Donald, el Pájaro Loco, Mickey… que me traía mi padre cuando regresaba de un viaje. Quizás ahí comenzó todo. Vivía con mis padres y mis abuelos. Mi abuela me educó para que fuera pintor. En mi casa de La Habana colgaban reproducciones de Miró, Picasso, Goya. Mi pintura refleja lo que veo a mi alrededor. Pinto para mí, para estar contento conmigo mismo. Busco un arte que sea sencillo, emotivo, directo, que conserve al niño adulto. Un niño que es sensible a temas universales, en los que la Historia del Arte tiene un papel muy importante. Creo en la belleza estética, en un arte que motive, que denuncie; un arte antiguerra, antivacío, antidecorativo, antimaquinaria, antirrepetitivo. Creo que el arte es una idea, una actitud ante la vida. Decía Keith Haring en su Diario: «Intento pensar con imágenes en lugar de con palabras».

¿Cuáles son las diferencias entre la obra que realizó en Cuba y la que hace en Miami?

En Cuba participé en algunas exhibiciones colectivas y formé parte de un grupo que hacía graffiti en las calles de La Habana. El grupo se llamaba Arte-Calle. Fue una manera de ganar experiencia. Era muy joven. En mi casa, dibujaba y pintaba sobre papel, pequeños formatos, por problemas de espacio. Me gusta el papel. Dibujaba figuras con colores estridentes, gráficas, planas. Tenía una marcada influencia de las corrientes vanguardistas francesa y norteamericana. Era un juego estético puro, irónico, cercano al bad-painting.

En 1992 salí a México, gracias a una beca de pintura que me dio Raquel Tibol. En México mi trabajo fue una especie de resumen de lo œltimo que había hecho en Cuba: low art, parodia, bad-painting, grotesco… Cuando me trasladé a Miami pinté cuadros con mucho amarillo y algunos con la imagen de Mickey Mouse. En uno aparece una cafetera cubana derramando el rostro de Mickey en una taza. Pensaba que así era el cubano de Miami, al estilo de Gloria Estefan.

Después conocí Nueva York y esta experiencia sí cambió mucho mi visión del arte. Surgen temas como el stress, la suciedad, la violencia en una gran ciudad, figuras con los ojos desorbitados. Una mezcla de cómics y pintura. Mis colores eran el amarillo y el negro. Luego, con el paso de los años mi temática se ha hecho más personal, aparecen los aviones, las pistolas, los tanques de guerra, los gangueros… dibujos sobre cartón, esculturas también de cartón, de cajas de embalaje… creo escenarios implosionados, de una energía concentrada, escenarios donde colisionan el bien y el mal, la vida y la muerte, el impacto de la tecnología sobre nuestra humanidad. Ahora mi trabajo es más libre.

Ha trabajado en un supermercado para ganarse la vida. De esta experiencia surge la utilización de cartón de embalaje y otros materiales desechables para sus esculturas y dibujos. ¿En qué consistía su labor en el supermercado y por qué le interesaron estos materiales?

Trabajé en un supermercado de noche, y dibujaba durante el día. Desempacaba rollos de papel higiénico y los colocaba en los estantes. También colocaba los productos en las bolsas de los compradores. Un trabajo mecánico, frío. No tenía mucho dinero para comprar materiales, así que comencé a usar los que tenía a mi alcance, que tocaba todos los días. Materiales de desecho, excrecencias del supermercado. Quería darle vida al vacío y al embrutecimiento del trabajo en un supermercado.

Surgió una ciudad de cartón, semidestruida, con las calles cubiertas de dibujos, aviones de cartón. Expresaba mi relación con la cultura pop. Transformaba los materiales, los rompía, los cortaba, invertía el sentido comercial del pop e incluía elementos grotescos, burlones. Una especie de pop expresionista, que da fe de una fascinación y de un odio por la cultura de masas. Quería mostrar las entrañas de cartón de la sociedad de consumo.

La violencia es un elemento clave en su trabajo. Cuando vengo a Miami siento una carga de violencia en el ambiente: ¿Es esa violencia la que reflejan sus obras?

La fascinación y el odio hacia la violencia vienen de la realidad circundante, el cine de Tarantino, las películas de terror, los cómics underground, la actividad de las gangas en la calle. Creo que mis dibujos tienen una responsabilidad social. Quiero que el espectador sienta esa violencia exterior, ya sea en Miami, Nueva York o Corea. El futuro depende de nosotros. Podemos destruir o crear belleza. Creo que la belleza es una forma de decir «¡Basta de violencia!».

Otro elemento importante, a mi juicio, es cierto carácter vertiginoso, la velocidad a la que parecen sometidos sus personajes (armas, taxis, aviones, bocas, teléfonos móviles), si es que podemos llamarlos así. Yo lo asocio con el ritmo desquiciante de la televisión, de los juegos de vídeo. ¿Hay algo de cierto en esto?

Sí, es cierto. La naturaleza del arte cambia en beneficio de la comunicación. Me gusta la velocidad de ciertas imágenes. Las historietas influyen, las películas animadas, la televisión influye, definitivamente. Me fascina la velocidad y deseo captar rasgos específicos del movimiento en muchas de mis figuras; pretendo preservar el sentimiento, la emoción de lo humano en las cosas.

Sus dibujos más recientes nos sumergen en un mundo de máquinas feroces que sin embargo tienen una gran ternura, como si a pesar de ser peligrosas no pudieran desprenderse de un destino infantil, juguetón. ¿Cree que su obra explora esos territorios en los que lo terrible y lo inocente conviven en busca de armonía, de plenitud estética?

En mis dibujos conviven lo inocente y lo terrible. Vivo con la postmodernidad al hombro, en ella la realidad y la simulación se confunden, se besan, se aman. Pero el niño que hay en mis dibujos sabe que hay que salvar la belleza. La maldad y la bondad están entrelazadas, es imposible separar una de otra; muchas veces son lo mismo. Creo que mi deber es mostrar el estupor que impera en las sociedades de masas, sometidas al condicionamiento mediático, a la propaganda compulsiva. Eso está en mi obra, lo terrible del siglo que ha concluido, y lo terrible del que ha comenzado.

¿Qué opinión tiene del ambiente artístico y cultural de Miami? ¿Hay público para una pintura que rete las convenciones y quiera algo más que ser otro objeto en el mercado y complacer las necesidades de los coleccionistas? Al hacerle esta pregunta, no puedo dejar de pensar, horrorizado, que estamos en una ciudad donde Romero Brito es un pintor famoso…

Miami es una de las ciudades más pobres de Estados Unidos. Hay mucho robo, mucha corrupción política. A pesar de esto es una ciudad que se desarrolla rápidamente. El ambiente artístico y cultural es interesante. Pero debe mejorar la política cultural de los museos y de ciertos curadores.

Muchos coleccionistas, por otra parte, no creen que en Miami hay buenos artistas. Aunque lo contrario está más que demostrado. Hay un público que busca arte serio, que rete las convenciones, y buenos coleccionistas; cada vez hay más. Las magníficas colecciones de Rubell o Margullies son una buena prueba. Deben surgir más espacios alternativos, galerías menos comerciales.

En este mundo convertido prácticamente en una gran transacción y en el que la bobería y la superficialidad son cartas de triunfo. ¿Cree que el arte aún conserva el poder que alguna vez tuvo para definir, y cambiar en cierta medida, el destino de la humanidad? ¿O ese poder ha sido usurpado totalmente por la tecnología?

Creo que la tecnología crea una nueva cultura, otra forma de ver la realidad. La era postrelato ofrece un gran menú de opciones artísticas. Se puede conservar el espíritu crítico sin apartarse de la búsqueda de lo bello. Ejemplo de ello es la obra de Phillip Guston. Pienso que hay que conservar la poética de lo efímero, recuperar el sabor y el latir. La tecnología es un peligro para la vocación humanista del arte, pero, por otro lado, ahí tenemos la frase de Andy Warhol: «La razón por la cual pinto así es porque quiero convertirme en una máquina».

Tomado de Cubaencuentro