Aunque en su Diario de Moscú (1927) deja cuenta de que al menos una vez se careó con Lunacharski, el comisario cultural insigne de la Rusia soviética, no alcanzó a ver el rostro de la distopía: los gulags del camarada Stalin, las novelas de George Orwell, el Quinquenio Gris, la prosa mimética de Manuel Cofiño, las cenizas irrefutables de Auschwitz. Mucho menos la coronación internacional de los obreros, ni el paraíso futuro del comunismo. Para seguir leyendo…
Responder