Un día de hace ya algunos años descubrí que la literatura cubana estaba incompleta. En realidad, no era que estaba incompleta, sino más bien inédita. Pero, ¿dónde estaba inédita? Por ese tiempo mis lecturas estaban limitadas por lo que podía encontrar en las librerías habaneras. No había escuchado todavía el eco, desfigurado y lejano, del golpe que produjo para muchos intelectuales cubanos el exilio. Me había surgido la más básica e ingenua de las preguntas: ¿Cómo ser un escritor en Cuba sin literatura nacional? Lo que podía sospechar gracias a los cuentos de la antillana de Acero de Eduardo Heras León, o a la procacidad ligera de Al cielo sometidos de Reinaldo González. Eso no era lo que yo buscaba. Para seguir leyendo…
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