Jacobo Machover: Interviú a Roberto ‘Bobby’ Batista / Los últimos días de Batista
«Mi salida de Cuba era inesperada. Me fui con mis padrinos y con mi hermano más pequeño, Carlos. Salimos el 30 de diciembre de 1958. Llegamos al aeropuerto de Nueva York, que aún no se llamaba John Fitzgerald Kennedy sino Idlewild, ese mismo día. Fue un acontecimiento muy importante para mí, muy trágico en mi vida.»
Las palabras del hombre que habla así, Roberto «Bobby» Batista, dejan entrever la imagen del niño traumatizado de 11 años, que,acompañado por su hermano menor, Carlos, de nueve años, llegó a Nueva York sin tener conciencia del momento histórico que estaba viviendo Cuba. Lo recibieron en el aeropuerto grupos de manifestantes que, a través de los dos niños, expresaban la hostilidad de los opositores hacia su padre, el presidente Fulgencio Batista, todavía en el poder pero solamente por poco más de 24 horas.
[…] Como había abandonado la Isla el 30 de diciembre de 1958 y no en la madrugada del 1 de enero de 1959, como su padre, era factible deducir que la huida había sido preparada y que no se había desarrollado en medio del pánico, como lo ha dejado ver la leyenda forjada por las ficciones cinematográficas.
Su escena primigenia, la que quedó marcada para siempre en su memoria, fue la llegada a Nueva York, ciudad donde nació en 1947, durante el primer exilio de su padre, cuando este, que había sido democráticamente electo en 1940, dejó el poder en manos de su opositor, Ramón Grau San Martín, cuatro años más tarde, en 1944. Grau lo había obligado a irse de Cuba y pasar a residir en los Estados Unidos, entre su propiedad de Daytona Beach, en la Florida, y Nueva York, antes de autorizarlo nuevamente más tarde a regresar a la Isla.
«Yo no sabía que me iba de Cuba. En el año 1957 habíamos estado en Nueva York para Navidades y fueron unos días muy agradables. En 1958 yo me preguntaba: ‘Ay qué raro, no vamos allí este año’. El día 28 de diciembre me dijeron: ‘Oye, que te vas con tus padrinos a Nueva York’. Y me fui con mis padrinos y con mi hermano más pequeño, Carlos, que falleció en Madrid en 1969. No estaba muy al tanto de lo que pasaba, la verdad. Yo oía rumores… Sabía que había un personaje en la Sierra Maestra que se había rebelado contra mi padre pero él no nos involucraba para nada en el proceso histórico… ¡Cuál no fue mi sorpresa, al llegar a Nueva York dos niños, uno de 11 años, otro de nueve, ver que había una muchedumbre que estaba prácticamente al pie del avión, y venga a insultarnos y a vejarnos, todo eso en razón de nuestro padre! Estuvimos un buen rato bloqueados por temas de inmigración porque, ¿qué pasó con la inmigración? No lo sé, pero me imagino que ante la muchedumbre gritando, el momento histórico que se estaba viviendo con mi padre, con Cuba y con la gente de la Sierra Maestra, que la gente de Inmigración se preguntaba: ‘¿Aquí qué pasa? ¿Entran o no entran?’ Y cuando logramos salir del aeropuerto esta muchedumbre (con un montón de fotógrafos y periodistas) nos siguió. Yo creo que era gente que deseaba regresar a Cuba y que empezó a gritarnos malas palabras. Llegamos entonces al hotel de nuestro destino y allí estaba otra gente aún más numerosa, más periodistas, más fotógrafos. Fue algo por el estilo de los paparazzi hoy día.»
[…] Gracias a los relatos familiares, Bobby pudo reconstituir las circunstancias del exilio forzado de su padre y, también, de los demás miembros de la familia.
«Algunos de mis hermanos mayores salieron hacia Nueva Orleans, en un avión, con jefes del Ejército. Había todo un equipo allí. Mi padre, mi madre y otro de mis hermanos salieron después, en Nochevieja, hacia la República Dominicana, gobernada por Rafael Leónidas Trujillo.»
Aquella noche no se parece para nada a la que intentaron mostrar mucho después varios largometrajes de ficción. El más emblemático es El Padrino 2, de Francis Ford Coppola, pero también se pueden citar Havana, de Sidney Pollack, y The lost city (La ciudad perdida), del director y actor cubanoamericano Andy García.
«Esa noche fue una noche prácticamente de luto. Fue en el campamento militar de Columbia, en una sala pequeña. Había un número muy reducido de ministros y de amigos, había militares también. No hubo fiesta. Mi padre llegó de la finca Kuquine como a las diez u once de la noche y le dijo a mi madre: ‘Prepara a los niños, que nos vamos’. Y mi madre le preguntó: ‘¿Por qué nos vamos?’ Mi padre le contestó: ‘Que nos vamos con lo puesto’. Ya Carlos y yo estábamos fuera.»
[…] Batista sentía admiración —no siempre recíproca— hacia los Estados Unidos, sobre todo hacia el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt, quien lo apoyó cuando se volvió el «hombre fuerte» de Cuba después de la «revolución de los sargentos» de 1933, y luego durante su periodo como presidente elegido democráticamente, entre 1940 y 1944. En esa época, Cuba participó en la Segunda Guerra Mundial, en el bando de los Aliados.
«Lo más triste es que mi padre siempre quiso mucho a los Estados Unidos. Cuando Fidel Castro tomó el poder en 1959, le negaron la entrada en los Estados Unidos. Se murió en 1973 cerca de Marbella, y le seguían negando la entrada. Él vivió, durante su primer exilio, entre Daytona Beach y Nueva York. Fue una época muy importante de su vida, a raíz de 1944, cuando dejó el Gobierno en manos del partido contrario, el de los Auténticos, que fue democráticamente electo. Ahí lo alabaron mucho. Claro, un presidente en una isla, que respetaba el sistema constitucional establecido legalmente…. Por ejemplo, tuvo opiniones muy favorables de Emil Ludwig, el escritor judío alemán, muy famoso en aquel entonces, quien había estado en Cuba durante su exilio americano y escribió un libro sobre la Isla, y del poeta chileno Pablo Neruda, el futuro premio Nobel de literatura… La Constitución de 1940, muy adelantada a nivel social, fue obra suya. Era su orgullo. Y sigue siendo el mío.»
Bobby reivindica a aquel Batista, el de la época de su mandato constitucional, durante el cual había llegado a incluir en su Gobierno a dos ministros comunistas, durante la Segunda Guerra Mundial, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, quien iba a ser, después de la revolución y hasta su muerte en 1997, el principal personaje del Estado, sumiso a los hermanos Castro. Pero no aprueba al otro Batista, el del periodo dictatorial, entre el golpe del 10 de marzo de 1952 y el colapso de su régimen el 1 de enero de 1959.
«No estoy para nada de acuerdo con el golpe de Estado del 10 de marzo. Creo que mi padre podía haber llegado a ser un gran estadista. Todo eso lo estropeó el golpe. No tengo ninguna explicación para eso. No creo en la teoría de que lo convencieron, no. Mi padre no era alguien para dejarse convencer. Yo creo que él pensaba: ‘Puedo dar este golpe porque Cuba es de nuevo muy débil. Promulgo los Estatutos constitucionales y a raíz de esos Estatutos vamos a celebrar unas elecciones y hacer que vuelva la Constitución de 1940’. Lo logró pero no lo logró de forma entera porque la oposición se negó a participar en las elecciones de 1954. Su meta era esa. Yo hablé de eso con mi hermano mayor Rubén, fallecido en Miami en 2007, quien me contó: ‘Me despertó mi madre y me dijo: Rubén, despierta, que tu padre ha entrado en Columbia y dio un golpe de Estado’. Y la reacción inmediata de Rubén fue: ‘¡Qué error!’ Yo, por mucho que hablara con mi madre y Rubén, no encontré un motivo verdadero. Apetito de poder tenía. Él pudo haber canalizado su apetito de poder de otra forma. Alguien me dijo: ‘Creo que estaba mal aconsejado’. No, no compro esa versión. Habrá gente que le habrá dicho: ‘Es el momento de actuar’. Pero mi padre tuvo que ver algo más. Él veía quizás que estaba en condiciones de hacer una gran Cuba. Es verdad que se cargó el régimen constitucional vigente pero fue un golpe de Estado nada sangriento. Cuba como que lo aceptó. Le salió el tiro por la culata porque la oposición fue brutal, violenta y sangrienta. Podía haber hecho las cosas de otra forma. […] La violencia se desató de manera incontrolada. Pero entre unos y otros el número de muertos llegó a menos de 800, nunca a los 20.000 muertos, como lo afirmó la revista Bohemia en 1959… La lección del 10 de marzo es que no hay nada como respetar una Constitución porque si todos bailamos el baile de la Constitución, construimos paz y progreso. Si nos enfrentamos, no hay paz duradera ni progreso. El futuro de Cuba reside en eso. Sin Constitución, no hay posibilidad de entendimiento entre los cubanos.»
Para Bobby, como para parte de los exiliados cubanos, Batista no fue en ningún caso la caricatura que el castrismo y sus simpatizantes forjaron en torno a su figura, la de una simple marioneta de los Estados Unidos y el amigo de la mafia.
«Una persona es una persona con sus virtudes y con sus defectos. El error garrafal de mi padre fue el 10 de marzo. Y eso lo digo con todo respeto hacia mi padre. No vaya a ser que digan: ‘Este hijo de Batista es un contestatario’. Lo mejor fue sacar adelante esa maravillosa Constitución de 1940 y después mantenerse de presidente democráticamente electo durante cuatro años y entregar el Gobierno a su opositor. Ese fue el gran logro de Batista. No todo el mundo quiere saber la realidad histórica. Mucha gente la quiere tergiversar. Hay que ver lo que hicieron con los manuales de educación. Cambiaron todo, a su imagen y semejanza. Escribieron la historia a su manera, e incluso la geografía, con una nueva distribución de las provincias. A la hora de la verdad, ¿qué va a heredar el pueblo cubano de todo esto? El recuerdo de Batista, el recuerdo de Fidel, el recuerdo de la Cuba republicana. ¿Y qué se va a valorar? ¿El recuerdo de estos 60 años de dictadura o los años de progreso que conocía Cuba en aquel entonces? El golpe de Estado dio lugar a un gran progreso económico. Todo el mundo tiene la fantasía del cabaret, de la pachangona… Pero, al dar su injustificable golpe de Estado, mi padre produjo una desestabilización general del país en sí.»
(*) Fragmento del primer capítulo de Los últimos días de Batista. Contrahistoria de la revolución castrista (Verbum, Madrid, 2018)
Publicación fuente ‘DDC’, 2018
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