Orlando Hernández: Aunque tú… Dibujos y pinturas inéditas de Nicolás Guillén Landrián

Archivo | Artes visuales | Memoria | 8 de enero de 2019

«Son como imágenes en movimiento”— fue el comentario que hizo en voz baja Yornel Martínez mientras examinaba cuidadosamente algunos de los dibujos que Gretel Guillén desplegó esa tarde sobre la mesa. ¿No era esa precisamente la definición más básica de lo que era el cine, la creación cinematográfica: imágenes en movimiento? Pusimos juntos todos los dibujos que tenían esas características. Y otros que parecían contener mensajes encriptados en una especie de taquigrafía. Y rostros y figuras y ambientes casi siempre con algunas palabras o frases, provenientes de canciones cubanas. Era muy probable que todo lo que habíamos visto en las películas de Nicolás Guillén Landrián (Camagüey, 1938- Miami, 2003), sus sentimientos, sus ideas, sus concepciones estéticas, sus sufrimientos, sus felicidades, se hallara también allí, oculto tras esos simples trazos hechos con rapidez y seguridad. Ambas creaciones provenían de una misma fuente, de una misma personalidad. Se trataba sin duda alguna de un espíritu enérgico, dinámico, que supo hacer una obra sincera, sensible, llena de inteligencia y a la vez afrontar con aplomo la confusión y el torbellino de la vida; eran las obras de un hombre que estuvo asediado por fuerzas oscuras que intentaron tragárselo, destruirlo, desconocerlo como persona y como artista. Y una vida así de convulsa debía aparecer reflejada en todo lo que hizo, en todo lo que dijo, por muy pequeño e insignificante que ahora nos pareciera, y aunque no pudiéramos darnos cuenta a primera vista de todo esto. Gretel había estado junto al artista durante los últimos 15 años de su vida y continuaba estándolo después de su muerte.


La idea era seleccionar un grupo de sus dibujos y algunas pinturas para una exposición en Studio 8, el pequeño y húmedo espacio familiar del artista Juan Carlos Alom y Aimara Fernández, donde también exhibiríamos el último documental de Nicolasito realizado en Miami: Inside Downtown (2001). Alom era uno de sus admiradores y sin duda alguna uno de sus mejores herederos, de manera que no había mejor lugar que aquel sótano para hacer la exposición que habíamos pensado. Las obras eran más o menos inéditas o vistas por muy pocas personas en Cuba. Su obra plástica nos parecía que era aún más frágil y desconocida que su potente obra cinematográfica, aunque ambas habían corrido la misma suerte (o la misma desgracia) de haber sido secuestradas, marginadas y escasamente divulgadas en Cuba, sobre todo después de su expulsión del ICAIC (1972) y más tarde tras su exilio forzoso a Estados Unidos en 1989.


Nicolasito –como muchos aún siguen llamándolo— es uno de los indiscutibles clásicos de nuestra cinematografía, un artista “de culto”, iconoclasta, de vanguardia, y para algunos, el verdadero “genio del cine cubano del siglo XX” (como expresó con convicción el crítico Antonio Enrique Gonzalez Rojas). Y todo esto, muy a pesar de la empecinada ceguera, del temor, la envidia o la malevolencia de los censores y poderosos personajes que en diferentes momentos de nuestra historia han cumplido con la tarea de “administrar” (para bien y para mal) nuestra cultura. Sus filmes habían empujado con tenacidad los límites del documental tradicional para hacerle espacio a visiones más complejas de la realidad cubana, situadas más allá de los burdos registros objetivos propios del reportaje, del documento, dándole entrada a comentarios marginales, poéticos, a sentimientos indefinidos, a opiniones críticas no siempre compartidas por los poderosos, haciendo con sus sugerentes montajes y sus exageraciones tipográficas en pantalla grandes poemas visuales que competían favorablemente con las repetitivas consignas de aquellos años 60. Su obra incorporaba elementos que permitían imaginar la existencia de esferas más altas o más profundas de nuestra realidad cultural y humana y de esta manera alejar a los públicos, al menos por un momento, de muchos de los discursos ampulosos y estereotipados que escuchaban a diario.


Todo aquello debería estar también en sus dibujos rápidos, fluidos, impremeditados, en sus pinturas, en sus poemas, y era eso lo que intentábamos descubrir o compartir con una generación que en gran medida los desconocía. Mirábamos aquellos papeles conservados celosamente por su mujer, su compañera, Gretel Alfonso Guillén, y tratábamos de encontrar nuevas pistas (aunque quizás no nos llevaran a ninguna parte); veíamos con curiosidad ideas e imágenes anotadas mediante garabatos, chorreos y tachaduras, o mediante el uso de esas taquigrafías imaginativas, de esas manchas desordenadas, de esos fragmentos de canciones, como si su mano estuviera diciendo o tarareando muchas cosas a la vez solo con simples gestos, quizás tratando de evitar que fueran escuchadas del todo, porque estaban cargadas de dolor, de amargura, de desilusión, por haber estado mucho tiempo guardadas junto al recuerdo de las persecuciones, los maltratos, los tormentos sufridos en los internamientos hospitalarios y en las cárceles por las que transitó durante muchos años.


Finalmente logramos agrupar la pequeña suma de 23 obras entre dibujos y pinturas, y la proyección de su último documental. Al menos era algo. Que el año 2018 no se acabara sin hacerlo presente. Desgraciadamente, fue una presentación efímera, tal y como si hubiéramos tratado de imitar, de mimetizar la celeridad con que habían sido hechos los dibujos: la muestra abrió a las 8 PM del 28 de diciembre del 2018 (Día de los Santos Inocentes) y cerró al día siguiente. Un verdadero abrir y cerrar de ojos. La intensa humedad de ese espacio subterráneo (probablemente la única galería de arte verdaderamente underground de la Habana) podría haber afectado con rapidez la conservación de los dibujos. Con relación al título, (“Aunque tú…”), fue sugerido por Gretel e inmediatamente aceptado. Aparecía escrito en uno de los dibujos expuestos. Se trataba de un fragmento del conocido bolero-son “Lágrimas Negras” de Miguel Matamoros. Pero más allá de reflejar el gusto de Nicolás por la música tradicional cubana, el título expresaba muy bien el sentimiento de alguien que había sido –como el personaje de la canción– realmente “echado al abandono”. Queríamos demostrar con nuestra pequeñísima exposición que pertenecíamos al bando opuesto, es decir, a los que seguíamos acompañándolo.