En su relato “Caballo muerto”, Raúl Flores Iriarte igualó el tiempo del cine y la vida con el de la literatura. La pequeña sala Charlot, en la que resulta imposible ubicar a una muchacha solitaria y a un negro joven vestido como un dandi, es el interior de un animal putrefacto. La temperatura es fría. Muy fría. Y huele mal. Como un caballo muerto. Pero lo que huele así no es solo la sala Charlot. La fetidez va ganando poco a poco locales destinados a servicios públicos disímiles y espacios privados, y también sucede a ras de calle: en mitad de una cuadra cualquiera, esquinas, calles enteras, barrios… Para seguir leyendo…
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