Michael H. Miranda: Interviú a Juan Abreu / Quiero que mi escritura sea un hueso lúcido

Autores | 30 de junio de 2019
©El mundo

Lo que da sentido a la libertad es su categoría estética y de eso sabe mucho Juan Abreu. En décadas de escritura y pintura, Abreu responde siempre con un definitivo no a la pregunta de si es pintor o escritor: es un hombre libre. Y ser libre es, sobre todo, poder ser, elegir ser.

La razón para que tengamos una segunda conversación es esta: la Editorial Hypermedia ha publicado Emanaciones, un volumen cercano a las setecientas páginas que recogen las entradas, salpicadas con algunas imágenes, de su blog homónimo entre los años 2008 y 2011.

Varios cientos de fragmentos que son como cápsulas emanadas del mapa de una vida marcada por tres momentos absolutos: el totalitarismo cubano de los setentas, los Estados Unidos posteriores al éxodo del Mariel, y la España donde ha vivido por más de veinte años. 

Pero sobre toda esta última España, donde, afirma Juan Abreu, “se libra hoy la batalla más importante de la Civilización Occidental: la batalla entre el ciudadano y la tribu”.

Los diarios se escribieron siempre en cuadernos que aludían a un ritual, el hecho de escribir a mano; tú escribes los tuyos directamente en la pantalla. Entonces: ¿por qué este libro? ¿Qué transformación ocurre en el texto que muda de una pantalla al papel? ¿Los piensas como dos tipos de escritura?

Más que aludir a escribir a mano, creo que los diarios aludían y aluden a cierto tipo de intimidad, a cierta cercanía con la realidad y al punto de confluencia entre la ferocidad del acontecer y el cómo vivimos y narramos ese acontecer. 

Por otro lado, aunque escriba en la pantalla, yo siempre escribo en papel y para el papel. Mi mundo literario pertenece al papel, no a la pantalla, aunque usemos en ambos casos las mismas palabras; una vez que ponemos las palabras en una pantalla, el resultado pertenece al mundo de la imagen, no al de los objetos. 

Hasta que no está impreso en papel, un libro no es completamente un libro. Un libro digital es una imagen con palabras. El libro impreso posee la luz de la belleza del objeto artístico, algo que nunca podrá tener un libro digital. Le tengo un gran cariño a algunos de mis libros de papel, ese tipo de relación no se puede establecer con un texto en una pantalla.

Creo que esto responde a tu pregunta acerca del por qué de este libro. Pero, además, las Emanaciones en papel han sido reescritas, corregidas, y en todo sentido mejoradas e incluso he añadido entradas enteras que censuré en su momento, de modo que considero que en gran medida es otro texto. Un texto más verdadero. Más completo. El texto definitivo, podríamos decir.

No dudo que esté todavía en la mente de algún lector corroborar si el diario es o no literatura. (Las preguntas que ya son extemporáneas las hacemos siempre por el puro placer de provocar). Lo que me interesa saber es algo más: ¿qué tipo de literatura crees que es? ¿Cuál es su lugar en el universo genérico tan difuso de la literatura contemporánea?

Todos mis libros son fragmentarios y bastante inclasificables, aunque siempre las editoriales y los críticos se las arreglan para adjudicarles un género u otro. Es una cuestión de mercado, me parece. Tampoco me importa mucho. 

Hay quien pensará que mis Emanaciones son literatura de no ficción, pero debo aclarar que no creo que exista tal cosa. Emmanuel Carrère, que inventó ese engendro, es un buen escritor, pero es bastante farsante; ha hecho una carrera vendiendo algo que no existe: la novela de no ficción. 

Hace poco hablaba con un amigo escritor en Nueva York y me decía que, para él, mis Emanaciones eran una novela. Yo estoy de acuerdo, en cierta medida. Me gusta la idea de estar escribiendo una novela de la que soy el principal personaje y cuyo argumento está sujeto al azar, como lo está mi vida; una novela interminable. 

Bueno, quiero decir una novela a la que solo pondrá fin la muerte.

Leyendo Los diarios de Emilio Renzi, me llamó la atención que Piglia considerara que era necesario edificar una obra sólida, de ficción o ensayística, que respaldara o sirviera de base o punto de partida a la escritura de un diario. ¿Existiría Emanaciones si no existieran tus novelas?

Existiría. No digo que todo lo que he escrito no confluya de alguna manera en ellas. En las Emanaciones hay periodismo, ensayo, aforismo, panfleto, comentario social, cuentos, crítica literaria, viñetas humorísticas, crónica, literatura de viaje…

Todos esos “géneros” los he practicado durante mi vida de escritor, y ahora desembocan en las Emanaciones. No sé si Piglia (o Renzi) tiene razón. No sé si tiene que haber una obra previa, pero sí debe existir escritura previa.

La mayor ambición de un escritor ha de ser dejar la trágica carcasa de carne en la que está atrapado y convertirse en un personaje de ficción. En Emanaciones es donde mejor, tal vez, he alcanzado mi propósito: ser de palabras. 

España, como centro de literaturas, es un país muy prolífico en diaristas, desde el diario de Colón al de Jacinto Verdaguer en Tierra Santa, y desde Pla hasta Iñaki Uriarte, Jesús Aguado, Marcos Ordóñez y ese monumental proyecto que está realizando Andrés Trapiello con su Salón de pasos perdidos. También es en España donde Lorenzo García Vega comenzó a concebir una escritura diferente que pone en su centro la fragmentación del diario. La escritura diarística, entonces, ¿tiene alguna relación con el lugar donde vivimos? 

No creo que tenga ninguna relación con el lugar donde vivimos. 

Conozco poco la obra de Trapiello. Pero lo que conozco es algo muy diferente de mis Emanaciones. Yo busco decir la verdad. Decir lo que verdaderamente pienso. No creo que eso se pueda hacer, pero tratar de hacerlo es imprescindible para un escritor que intenta escribir su vida. Un escritor que no es un escritor de fantasías. 

Creo que la obra diarista de Trapiello es ficción, como la mía, como todas, es verdad, pero la suya mucho más. No estoy juzgando su literatura, por lo que he leído es un buen escritor, pero yo busco otra cosa, no literatura. De hecho, lo que me gustaría es escribir sin literatura.

Con García Vega tengo más puntos de conexión. Pero creo que García Vega, a quien conocí y cuyo trabajo admiro, se perdió en el estilo, en un barroquismo tortuoso; además, era un hombre amargado por su condición de exiliado, lo que nos separa definitivamente: yo celebro y exalto mi condición de exiliado, creo que el exilio es algo maravilloso. 

Se hace y se ha hecho mucha literatura mala, llorona y oportunista, con lo del sufrimiento del exiliado. Yo lo veo de otra manera. Huir es muy importante.

Yo pienso como Bernhard: ver más significa huir más lejos. 

Pareciera que, para lograr que un diario atraiga la atención, hay que inventarse una vida al filo. Sin embargo, algunos se mueren de aburrimiento o terminan suicidándose, como Pavese, otro diarista. La idea de que un escritor de diarios es siempre alguien que vive peligrosamente, ¿te provoca algo? ¿Hay que tener siempre algo que contar, una opinión que dar, una sensación que trasmitir? 

No creo que tenga que pasar algo peculiar para escribir un diario. Toda vida es peculiar si quien la vive se atreve a mirarla verazmente. Yo sigo a mi cerebro (qué frase, ¡como si hubiera un yo fuera del cerebro!) y como mi cerebro no para nunca, solo tengo que sentarme a escribir esa narración incesante que es mi cerebro. 

Parece una maldición, pero es muy divertido. Es importante que sea divertido, en caso contrario te conviertes en un escritor grave, trascendentalista, o aún peor: en un literato que hace literatura responsable o algún horror semejante. 

Y en lo que respecta a opinar: a mí me gusta opinar sobre todo. Opinar incluso sobre cosas de las que no sé nada. Creo que es pura arrogancia. Disfruto especialmente diciendo lo que la gente no quiere o le da miedo oír. 

Soy muy hiperbólico. Adoro ser hiperbólico. No solo por el encanto que hay en decir disparates, sino porque las hipérboles y los disparates anuncian con mayor frecuencia la verdad que viene. Solo hay que darles tiempo.

¿Qué busca el lector Juan Abreu en la lectura de los diarios ajenos? ¿Reflexionar? ¿El placer de la lectura?

Busco lo mismo que en cualquier libro: la luz que produce el objeto artístico. Se encuentra poco esa luz, es cierto. Pero a veces… Por ejemplo, en las Memorias de Casanova, la cantidad de luz que encuentras compensa todo el tiempo invertido en la búsqueda.

En el prólogo del libro, Arcadi Espada observa con agudeza que tu escritura va por detrás de la actividad sexual, como debería ser siempre. Por mi parte, veo la omnipresencia de lo sexual en tu obra como una operación inversa del acto de desaparición del autor que algunos escritores han promovido. En las entradas de este libro, sin ir más lejos, el autor se muestra siempre, comparece reclamando una mirada, una atención de privilegio… ¿Compartes esa percepción

Tiene razón Espada, en el sentido de que mi escritura se refiere a lo sexual (y a lo general) que no puedo contar, a un aproximarse a lo indecible. Lo indecible es un abismo y uno va hasta el borde y allí, cobarde, bailotea. Los demás confunden con frecuencia esos bailoteos con el coraje, pero uno sabe que es bailoteo. 

Es lo que te mencionaba anteriormente sobre la imposibilidad de decir la verdad, de decir lo que uno piensa. Salvo Léautaud, que se ha acercado mucho a una escritura real, sin literatura, nadie, que yo sepa, lo ha conseguido. 

Ese es el gran reto de la literatura actual. Es algo que nos interesa mucho a Arcadi Espada y a mí. Él cree que es posible escribir la verdad, escribir lo que se piensa verdaderamente; yo no. Pero eso no hace tu interpretación menos correcta: lo sexual acentúa, como ningún otro rango vital, la presencia del autor. 

Un autor desnudo, exhibido, que reclama para sí la mayor atención. 

Un autor que no quiere desaparecer, pero sí convertirse en otro.

Dices que en primera instancia solo escribes pensando en ti, no en quien te va a leer. ¿Es esa la clave de una escritura libre? ¿No fijarse uno mismo los límites tiene que ver con algo instintivo nuestro?

No. La base de la escritura libre es ser libre. A estas alturas de mi vida solo me preocupa la verdad de lo que escribo y la música de lo que escribo. Bueno, “música” es muy pretencioso. Cierto ritmo. Y la síntesis. La síntesis es muy importante; me interesa cada vez más. 

Reinaldo Arenas decía que la sabiduría consistía en ir desprendiéndose del conocimiento. Yo interpreto eso de la siguiente manera: la escritura ha de ser lo más concisa y lo más limpia posible. 

Mis emanaciones me han permitido perseguir ese tipo de escritura. Sufro si una emanación se extiende más de un párrafo; tres, es insoportable.

Otro tipo de libro no permite esa búsqueda de precisión, esa economía. Tienes que contar una historia y eso exige mucha prosa de relleno. “Fue hasta la ventana, contempló el paisaje bla bla bla”. 

Quiero que mi escritura se deshaga de toda la grasa y de toda la carne y hasta de los músculos y solo quede el hueso, un hueso lúcido. Quiero que mi escritura sea un hueso lúcido. 

Las emanaciones son el vehículo ideal para alcanzar esa suerte de economía melódica y esa limpidez. 

En la página 119, ya en enero del 2009, aparece la primera mención explícita al nacionalismo catalán. Diez años después, el tema está mucho más exacerbado. Tú has vivido en Barcelona durante toda esta década. ¿Te atreverías a decir que la España que hoy conocemos existirá en el 2029?

Es muy probable que no. España implosionará mucho antes. 

En España se libra hoy la batalla más importante de la Civilización Occidental: la batalla entre el ciudadano y la tribu.

Si gana la tribu, es decir, el nacionalismo, Europa se adentrará en una larga etapa de dictadura sentimental, racismo, violencia, estupidez y oscurantismo.   

Hay un par de líneas en tu libro que me conmovieron mucho y creo que es un magnífico resumen de lo que ha sido el nervio de tu vida y tu literatura. Son aquellas en las que dices que tu problema central con el castrismo nunca ha tenido que ver con la política (que también, desde luego), sino con las lágrimas de tu madre al ver partir a sus hijos… 

Sí, para mí se trata de eso. Soy incapaz de odiar a alguien por diferencias políticas (el aumento de la lucidez trae aparejado un aumento de la piedad), pero sí puedo odiar, y mucho, a los que hicieron sufrir a mi madre. 

Hacer sufrir a mi madre nunca lo perdono, y convierto al responsable de ese sufrimiento en mi enemigo. Y trataré, hasta el último aliento, que ese enemigo pague por lo que ha hecho. Con las únicas armas que tengo, claro, que son mis libros. 

Es evidente que los cubanos libres han perdido la batalla contra el castrismo, pero ya veremos en cien años, quién dice la última palabra. 

De todas las pieles que el exilio nos obliga a despojarnos, ¿de cuál te costó más trabajo desprenderte? ¿De cuál no te hubieras desprendido nunca? ¿Cuál ha sido la que más te obligó a transformarte?

Yo no siento nostalgia. Todas las pieles que he perdido en el camino las considero alegremente perdidas. Que te arranquen la piel es muy saludable.

¿Alguna vez te has preguntado qué hubiera sido de tu vida si, uno: no te hubieras montado en aquel barco de 1980, y dos: nunca hubieras conocido a Reinaldo Arenas? 

Bueno, hubiera sido una vida muy diferente. Reinaldo ha sido un gran referente y una gran inspiración, no solo literaria sino también moral, para nuestro grupo. Un hombre de una enorme dignidad y de una valentía y un compromiso con su obra admirables. Yo sin él no sería quien soy.

Y en cuanto al barco en que escapé de la isla de los Castro, qué puedo decirte. De no haberme subido a él seguiría siendo un esclavo, o peor: tal vez hubiera terminado convertido en un escritorzuelo de los que produce la isla a un ritmo no por mediocre menos demencial. 

Uno nunca sabe hasta dónde puede envilecerse. La decencia no es genética, es un bien adquirido. Será por eso que es tan rara. 

Publicación fuente ‘Hypermedia Magazine’, 2019.