Luis Reguillo Sánchez & Leandro Morales: Diálogo con Octavio Armand / Marxismo cultural y exilio cubano

Archivo | Autores | 16 de agosto de 2019
©Octavio Armand intervenido / Internet

Octavio, escandalar no salió letrada de tu cabeza como armada Ateneas de la cabeza de Zeus. Otros conspiraron contigo para que un proyecto tan estética e intelectualmente complejo como escandalar  fuera primero concebido y luego hecho realidad. ¿Quieres recordar esos otros que contigo idearon e hicieron posible la publicación de escandalar?

Como sospecho que me lanzan este dardo desde Roma, comienzo con un paréntesis que aspira a clásico pero se queda en pedante y que incluirá un latinajo: Horacio le recordó a Octavio que aunque había sido comparado con Zeus la cuestión no pasaba de ser sino una comparación. Ustedes horacianamente, solo que al revés, y en joda, no en oda, parten de una comparación anticipada pero negativa. Por supuesto que escandalar nada tiene que ver con un parto tan extraordinario: Atenea nace de un dios macho, poderosísimo, cuyo entrecejo fruncido dominaba al mundo – cuncta supercilio moventis –, y nace de su cabeza, seminal, generadora, útero masculino que desplaza hacia arriba la anatomía procreadora y paridora. Imagino que los dolores de parto serían cefalalgias.

Atenea nace de la cabeza de Zeus; escandalar nace de la mía. Ni Zeus ni Suez tienen nada que ver conmigo ni con la revista. Acabo de invocar al mítico dios padre invirtiendo su nombre, reduciéndolo a palíndromo, cuatro letras en idas y vueltas revueltas, para quitarme medio siglo y enmarcarme en el temprano deslumbramiento, que no alumbramiento, por la vanguardia. La inveterada costumbre de torcer, morder y hasta sacudir las palabras, buscando tras el sinsentido un sentido otro, que preste o devuelva vigor a lo exhausto, denota una perdurable admiración por Huidobro, cuyo Altazor no ha dejado de tener hechizo. Sin embargo, soy rigurosamente ateo en cuanto al pequeño dios del creacionista chileno. Mi primera persona, con la cual me llevo bastante bien y a la cual me siento unido, no tiene asidero alguno en teología o mística. No me siento ni mal ni incómodo en mí, pero ni siquiera con exceso de vino me consideraría divino: agnóstico, me dudo, y ateo, me niego. No creo en mi yo, punto.  escandalar (siempre en minúsculas) fue mi respuesta a la invitación de Víctor Batista Falla, el amigo que la patrocinó. Jamás había pensado en la posibilidad de dirigir una revista. La poca experiencia que tenía en manejo editorial se la debo a mi participación en Escolios, fundada y capitaneada en Los Angeles por Roberto Cantú, mexicano de Jalisco, no te rajes, y pilar de mi cardio desde hace más de cuatro décadas. A esa poca experiencia hay que sumar mi admiración por algunas revistas que me sirvieron, no de modelo, sí de orientación, como Orígenes y Plural.

En Una tarjeta postal para Jorge Ferrer he resumido algunos de los hitos que marcaron el rumbo y el horizonte de escandalar. Cuando en el año 1977 Víctor me planteó la posibilidad de la aventura, sugerí que la nao tuviera dos capitanes, dos co-directores: Lorenzo García Vega y yo. Víctor, creo que con razón, dijo que convenía uno, y quería que fuera yo. Acepté. Tuve unos meses para definir el proyecto. En esta fase conceptual — por lo visto aquí se van a llevar una sorpresa – trabajé solo, absolutamente solo, como cuando sueño o escribo un poema.

Decidí el título, que a muchos iba a sugerir escándalo, escandalizar, pero que resultaba ser todo lo contrario; decidí, como si se tratara de una receta culinaria, acerca de ingredientes y proporciones, poniendo el acento en poesía, pero sin descuidar ensayo, narrativa y traducciones; decidí que fuera literaria, o sea, deslindada de lo que entonces se solía hacer: revistas con mirillas y sobre todo miras académicas, lo cual implicó un costo para mí, ya que tuve que rechazar bastante material no solicitado que, aunque fuera de calidad, no rimaba con el viento que llevaban nuestras velas; decidí, además, que no fuera un gueto ni se convirtiera en uno, tampoco que se prestara como asta donde izar consignas, banderas ni ideologías, sin que esto obstara para contar con un núcleo cubano, del cual siempre formaron parte Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy y Lorenzo García Vega.

La realización del proyecto hubiera sido imposible de no haber contado con el apoyo de un excelente consejo de redacción. Entre sus integrantes: Octavio Paz, Javier Sologuren, Julio Ramón Ribeyro y Mark Strand, quien fuera un puente, un gran puente con la literatura norteamericana, sobre todo en poesía. El equipo contó con el diseño gráfico de mi hermano, Luis, que se ocupó de todo en este sentido, incluso la portada, nuestro reiterado homenaje tácito a Josef Albers; contamos con Roberto Cantú para asuntos relacionados con la imprenta, que siempre estuvo en Los Angeles, inusitado orto del planeta ; y además con la diligencia administrativa de Celeste Urban para que pudiéramos establecer escandalar, inc., una not-for-profit corporation, esto con ayuda de un voluntariado legal que incluyó, en su origen, a los estudiantes de derecho de la Universidad de Columbia, y para garantizar, dado el escrutinio ínsito en dicha condición legal, un manejo transparente del financiamiento, que precisamente por provenir de un amigo de confianza no podía convertirse en abuso de confianza: por esta persona jurídica, mi persona tercera, que no primera, o sea yo como sujeto de derecho, tuvo que asistir un par de veces a encuentros con inspectores del IRS, el Internal Revenue Service, que es como conversar con Torquemada o Ramirito Valdés.

Es evidente, desde el primer número de escandalar al último, la importancia de las traducciones. No podría ser de otra manera. Las traducciones en una revista conforman filiaciones y alianzas intelectuales (éticas y estéticas), pero también continuidades y discontinuidades artísticas e intelectuales en el tiempo, hacia atrás y hacia adelante. Claro, siempre con el presente (que es el tiempo fenoménico de las revistas) como plano de proyección. Es decir, en una revista se traducen las obras de unos autores borrando (traduciendo) consciente o inconscientemente, las obras de otros. Precisamente el vocablo borrar, que esgrimes en tu ensayo sobre la poesía de Strandmienta lo que la labor de traducir es en esencia: indeterminación entre lo propio y lo ajeno, entre lo familiar y lo extraño, entre lo próximo y lo distante. Esas instancias (lo propio, lo ajeno, lo distante, lo próximo, lo extraño, lo local, lo cosmopolita, lo central, lo marginal, lo conocido, lo desconocido) conviven en el cronotopo escandalar. Luego, lo que la traducción evidencia es lo que toda revista borra en tanto fenómeno cultural. ¿Pero no era esa acaso también la circunstancia borrosa que con respecto a la cultura y la lengua norteamericana, a la cultura y la lengua latinoamericana, se hallaba Octavio Armand al momento de concebir la necesidad de escandalar y la necesidad de traducir a Mark Strand¿Qué soñaste primero, la necesidad de traducir la poesía de Strand o la necesidad de crear una revista?

El concepto de ‘escribir borrando’, en mi caso, tiene una raíz caligráfica, no literaria. Viene de la infancia, de mis tropiezos con el Método Palmer. Más jóvenes, ustedes quizá no fueron sometidos a esa tortura. Yo sí. Mi caligrafía era pésima, como consta en dos crónicas sincrónicas: El Método Palmer como tragedia y El Método Palmer como tragedia. Un ejemplo: tenía que borrar mis excesos en los ejercicios de círculos y rayas, pues siempre irrespetaba dos de las líneas rectas paralelas del trigrama, la superior y la inferior, acatando la recta del medio solo porque me obligaba a atravesarla sin imponer límites, como si fuera una elástica frontera para mi ilimitado contrabando de garabatos. Imagino que aquellas frustraciones inspiraron la idea, praxis entonces, de escribir borrando. Escaramuza luego musa. Es decir, al cabo de los años apliqué lo desaplicado, traduciendo lo caligráfico a lo literario.

«Borrando»… Puede ser que sea caligráfico, pero más por lo que a la infancia vuelve que por lo que de la infancia viene. Así, creemos que en vez de raíz del sentido sería más exacto hablar de rizoma del sentido de lo caligráfico (lo borroso) en tu obra toda, escandalar comprendida. Sin ir más lejos, escandalar es la respuesta (política-literaria) de Armand a la siniestra conspiración del marxismo cultural latinoamericano para borrar al exilio cubano; que lo cubano donde estuviera fuera (fuera de Cuba) fuera (dentro de Cuba) lo que faltara. Existencia sin lugar que evoca precisamente ese poema de Strand que reza, aunque según los contenidos de una premisa para nada política, la misma problemática: Wherever I am/I am what is missing.

Y así, delirando análogos, llegamos a tu respuesta a Ortega y el debate con Ángel Rama. El verbo borrar, con todas sus derivaciones y resonancias semánticas en otros verbos (omitir, por ejemplo) nos interpela a la vuelta de cada interrogante. Interrogantes en las que también resuenan los contenidos de la poesía de Strand. Sin ir mas lejos, en Minidiscurso para borrar al escritor cubano del exilio tú interrogas interrogándote:

¿Estoy aquí? ¿Estoy aquí?… Nunca siento la realidad tan intensamente como en esos momentos cuando pregunto ¿estoy aquí? Siento que soy, y que soy tremendamente, casi criminalmente. No se trata de una ausencia sino de un borrón: me borran, me borro, y permanezco como algo latente en un lugar que nunca llega a ser mío y que sin embargo nunca dejo de ocupar.

Las traducciones en escandalarcomo la revista misma, son también parte de ese intento desesperado (estético-intelectual) de poner en un plano de mayor visibilidad política (internacional), menos borroso, la tragedia de los cubanos, borrada de los anales de la política latinoamericana.

Se me cayó la máscara.

Se me cayó la cara.

De la boca cerrada,

Una a una,

Se me cayeron las palabras.

Soy todo lo que queda

De mí mismo.

Comienzo con “Ruina”, de 1978, donde me borro con arqueología, para excavar en eso que sigo siendo y buscar la protohistoria del borrón. Pero cuatro décadas después, me pregunto, ¿qué quedará de mí? Siempre me he sentido ausente. Falto en algún espacio o tiempo que se supondrían míos, o me faltan cosas que se supondrían mías, como si yo apenas fuera muñón de lo mío y ahí extrañara lo arrancado o perdido.

La ausencia me atrae como un imán. Compartía ese sentimiento con Mark Strand. Su poesía es un continuo autorretrato oblicuo. Un autorretrato hecho por cualquiera excepto él, como se evidencia en “Mi vida, por otro”. Su yo escribe y se describe como segunda o tercera personas. No se trata por supuesto de duplicación o multiplicación sino de disminución, resta, diminuendo. Conjugar tal primera persona, que no logra condensarse, sedimentarse, solidificarse, imposibilita la construcción de algún próvido yo piramidal. Y ser palimpsesto es precisamente eso: vivir o convivir con un yo propio y ajeno a la vez, yo que se distancia del yo, borrándolo y retomándolo para borrarlo otra vez. Como su poesía, la persona de este amigo recientemente fallecido era un palimpsesto. Yo también lo he sido. Lo soy.

Al inscribir el palimpsesto en lo vivido hay que sugerir posibles vínculos entre esa forma tan particular de escritura, o de reescritura, y la vida. Hablamos de una superficie mutable expuesta al cambio abrupto, como si existiera precariamente entre una afirmación y su negación. Es la inminencia del borrón, incierta frontera entre estar y no estar, ser y no ser. Si lo asomáramos como una estética de la frontera, habría que precisar que aquí la frontera no es tanto un lugar como un verbo. No se trata de un sitio donde se está sino de una conjunción donde se es. Como notas en pentagrama, o agua que fluye, no resulta posible situarse o permanecer en esa línea; hay que atravesarla constantemente, asumiéndola, incorporándola, expresándola. Ser frontera es estar de frente, enfrentar, enfrentarse; primera persona atrapada entre una cosa y otra, entre lo que suele llamarse realidad y alguna otra cosa, un yo siempre al borde del tú o en el precipicio del otro, de los otros.

Debo llevar el tema a mis vivencias como cubano, pasando de la poesía a la prosa, del poema “Ruina” al primer párrafo del ensayo La partida de nacimiento como ficción, publicado en la última entrega de la revista.

Esta es la historia de una ausencia. Un ensayo de escritura prenatal. Un día como hoy – hoy es el 10 de marzo de 1979 – me empezaron a borrar de la historia cubana. Quizá siempre estuve borrado de esa historia también borrada. Pero yo fui niño una vez y todavía me quedan copias de una prolija partida de nacimiento. Aquí está. La estoy leyendo porque quiero nacer de nuevo, aquí, ahora, otro día, cualquier día menos hoy.

10 de marzo, fecha trágica para Cuba. Ese día del año 1952 Fulgencio Batista dio un golpe de estado. Comenzó una tiranía que tras ser derrocada dio paso a otra tiranía, una que lleva sesenta años en el poder. Mi familia, que vivió un primer exilio en el año 58, tuvo que afrontar un segundo exilio, al que no sobreviviré. Por eso mientras leía mi partida de nacimiento aquel 10 de marzo del 79 sentía que yo no había nacido; que ese documento excesivamente municipal y tan firmado y notariado era una ficción. Una mentira.

Pero la cuestión no terminaría ahí. Si dos exilios constituían de por sí borrones, luego se intentaría otro penúltimo punto final: borrarme del exilio, que equivalía a borrarme de un borrón. Nos perseguían, a mí y a todos los cubanos del exilio, che guevaras de bolsillo. Che guevaras en minúsculas. Es lo que entonces llamé doble exilio: al estar fuera de Cuba y fuera también del exilio latinoamericano, desaparecíamos como en espirales de humo. Que yo haya vivido dos exilios y además un exilio doble explica la polémica abierta en febrero de 1980 en el PEN Center de Nueva York. escandalar fue un esfuerzo por crear, del yo a tú con cada lector, un nosotros que se percatara del palimpsesto. Del borrón. Ese esfuerzo respondía tanto a la poética como a la ética de la revista.

Hace mucho años, creo que en 1977, durante una clase en Swarthmore College, pregunté varias veces ¿Estoy aquí? ¿Estoy aquí? Quedaron muy sorprendidos los estudiantes. Como las miradas de todos ellos se enfocaban en un punto, supe que ese punto era yo, y así me di cuenta de que en efecto yo estaba ahí, por lo menos como punto de fuga de un cuadro. Muchas veces en lo que escribo, ahora mismo y aquí, en esta respuesta, sigo preguntando a los lectores y a mí mismo ¿Estoy aquí?

* Esta entrevista/diálogo con Octavio Armand es parte del libro Gato por liebre: conversaciones con José María Álvarez y Octavio Armand / Publicación fuente ‘Viceversa magazine’.