El cine estaba lleno, lleno de gente obediente que miraba a la pantalla. Pero también había muchas personas interesadas en tocarse mirando a las señoritas de al lado. No sé por qué la función empezó a demorarse y no empezaba. Todos mirando a la pantalla esperaban y se entretenían hablando entre ellos o mirando las pequeñas broncas y trifulcas que se formaban entre el público decente y los señores calurosos, una especie de desamparados sucios, que no paraban de tocarse el pantalón. Cada cuatro segundos los voyeurs eran descubiertos y no les quedaba otra opción que huir. Ante los ojos de todos se escuchaba un grito mientras salía uno y otro. Mi entrada me la había comprado Claudia, mi ex mujer, que me estaba esperando en una silla de platea. Cuando me siento a su lado, ansiosos por ver el resultado de mi corto, me doy cuenta que a mi izquierda y detrás estaba este director de cine español tan gracioso, ameno, delgado, de unos sesenta años que no parecía tan mayor. David no me había visto, lo saludo. Para seguir leyendo…
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