Elvia Rosa Castro: Compro Diazepán / La obra de Aimée García

Artes visuales | 11 de octubre de 2019

Es muy posible que Aimée García sea una de las artistas en este mundo que más haya usado el recurso del autorretrato en sus obras. En el “caso cubano” autorretratarse es un gesto casi político pues va contra la idea en que hemos sido educados en la isla, donde lo colectivo y la masa siempre ha sido prioritario y ha anulado cualquier asomo e iniciativa individual.

Aimée García pertenece a una generación que emergió en la escena artística cubana en un período transitivo que se movía desde las creencias en las grandes utopías hacia una pérdida de fe o desencanto. Se trató de un período en extremo introspectivo en que el deslizamiento hacia nuevas creencias utópicas se apoyó en dos recursos formales básicamente: el pastiche y el autorretrato. El primero permitió esbozar comentarios sociales a través de imágenes legitimadas por la Historia del Arte, mientras que el segundo situaba al individuo más allá de la colectividad y patentaba al artista como autor de una obra donde a ratos se perdía la autoría a causa de los guiños intertextuales. Se trataba de un humanismo de nuevo tipo, en el cual el artista se ubicaba como protagonista y centro de contradicciones raciales, genéricas, domésticas, históricas, identitarias y sociales.

Aimée García no escapó a esta estrategia o coartada lingüística, sobre todo en el caso de la autorrepresentación. ¡Qué manera de retratarse por tu vida! En el otro recurso, la cita está diluida, no es tácita. El tema “Aimée” es un enigma pues en su obra estamos frente a imágenes retinianas que guardan, paradójicamente, una intranquilidad inmensa, lo suficientemente autobiográfica para ser legítima.

Aimée ha preferido siempre la pintura, ese es su territorio, pero no duda en realizar grandes (o pequeñas) instalaciones de metal bordado. En otro período priorizó la fotografía, aunque siempre regresa al género pictórico con una misteriosa tensión entre mansedumbre y crueldad, hedonismo y perversión, fragilidad y espíritu robusto. Entre estas categorías se mueve toda su obra.

Ella habla del sofoco existencial, y de las mordazas producidas por la censura y la vida cotidiana. Delata la represión de todo tipo así como la resistencia en contextos enteramente falocéntricos y castrenses. Todo esto es orgánico: ella es lenta pintando, muy lenta, casi paralizada por algo externo o un tormento que no descubriremos, al menos a corto plazo.

Dueña absoluta del “síndrome de lo oculto”, siempre va a deslumbrar al visitante, pero será una fascinación simultánea: retiniana pero inquietante, que nos llena de cosquilleo. Nos deja en ascuas. Sus pinturas, ella, parecieran “tumbas sin sosiego”.

LA BORDA (ERA). Desacatos más allá del corte y costura

El proyecto Detrás del muro suele obsequiar obras categóricas a ese patrimonio simbólico que es la Bienal de La Habana. Fe, de Adonis Flores en el 2012 y La dama de rojo, de Aimée García en el 2015, hacen que mi rotundez sea verificable y creíble. Hay dos o tres obras más pero creo que respecto a estas hay consenso. Por ejemplo, en la edición del 2012, de la propia Aimée, un manto negro tejido in situ cubría veinte metros del muro del Malecón, conocido también como sofá habanero. Pureza, ese era su título, también es muy buena obra. Sin mucho alarde, esquivando los lugares comunes y retomando su práctica de trabajar con las manualidades Aimée continúa, con este work in progress, lo que había adelantado en su muestra personal de Villa Manuela El jardín de la intolerancia. La frase que utilicé en ese momento es la que sigue: Aimée es dueña absoluta del “síndrome de lo oculto”.

Y en efecto, Pureza patentiza mi afirmación desde el propio título. Encriptamiento puro. Como decirle a un estudiante cubano que la franjas de nuestra bandera, blancas, pueden ser negras y puras? Hay algo disidente en esa extensión de tejido negro desde su título. La primera taquicardia es producida por un contrasentido lingüístico de intervención mínima y precisa: dos mujeres tejen un gran y hermoso manto negro para cubrir el muro del Malecón, un área de jubileo y luto profundo. 1994 recargado de memoria, respeto y homenaje. La muerte es negra. Y es pura. Y está dentro. En la cara desolada de una ciudad sin mucho orgullo ya. Pureza es también, junto a Electrocotidianograma de Sandra Ramos y Habana Libre, de Ernesto Javier Fernández, manifestación de nuestro impolítico.

Aimée en los anales de innovadores, creadora de un mausoleo portátil, dúctil y blando que además se emplaza en mayo, mes de bienal primaveral y nosotros tuvimos, fuera de época, una “Primavera negra”. Aguacero corto, cero narración y cero exceso en esta pieza. Porque ella no moja pero empapa. Si fuera a unirla con otra, sin dudas sería con Nube negra, una instalación grande y bella del mexicano Carlos Amorales.

Y Aimée continuó bordando. Le dio por coger los periódicos publicados en Cuba, sobre todo el Granma, el omnipresente, y bordó con hilo cada letra. La tachó con parsimonia, zorrería, cálculo y sangre fría, creando unas composiciones que tituló Discurso suprematista. Entre irónico y literal, el link es claro: reducida presencia cromática y composiciones geométricas (de preferencia lineales) que paran en abstracción. El Granma es, lo sabemos, la réplica bicolor del discurso de la Revolución, o mejor, de la oficialidad que se dice revolucionaria.

Según ella (ojo, no debemos creer mucho lo que dicen los artistas de sus propias obras!) estaba en su propósito crear un espacio de reposo mental frente a la abrumadora avalancha mediática a que estamos sometidos diariamente en general. Un “espacio de vacío”, dijo. Aimée explicando el zen-sentido de su obra. Y tiene razón! Ella vacía sí, hace drenar el discurso ideológico hasta dejarlo seco. Censura al censor. Hamlet Lavastida cala discursos, posters y todo el imaginario visual del poder de los sesenta en Vida profiláctica y Aimée borda. Resultan así piezas decorativas que banalizan cualquier sentido original. Mordazas y tapabocas que ocultan el discurso oficial. Ya se esfumó el síndrome. Ella quiere hacer visible que oculta y lo logra. Pasa de síndrome a pragmática. Clara y suave, que el bordado es cosa noble.

Con ellos (los periódicos bordados) emplazó grandes paneles que pueden dividirse según sea el espacio. Si pudiera tener un panel grande de ellos le daría una función de wallpapers: toda una pared tapizada con ellos puesto que, lo dije por allá adelante, son lo bastante decorativos para ese fin.

Pero Aimée no se desprende de la figura humana y paralelo a su curioso discurso ya estaba maquinando cómo resolver su dama, la de rojo. Sería (y fue) un modelo masculino bello, vestido con atuendo de gala color rojo: un híbrido entre uniforme militar y vestido de novia para baile diseñado en satín. Bordado sutilmente. Cuando ella me contó su idea pensé en su Jardín…de una manera elíptica pero de repente un chispazo me condujo al Tiziano y su Rapto de Europa, aquel manto rojo, aquella mujer bella que muchos codiciaban y por último el mar, lugar donde es consumado el secuestro. La dama de Aimée tendría esos ingredientes. Desde estudiante yo tenía ese libro, La edad de oro de la pintura veneciana, comprado en la Casa de la Cultura Checa junto a Water Music de Handel y Harold en Italia, de Berlioz. En mi complejo moderno de niña guajirita que no venía de la Lenin mezclaba todo eso con mis lecturas de Filosofía, buen rock and roll, música del Sur, dominó y el cabaret Turquino, donde podía entrar porque mi amigo tenía un pasaporte falso de ciudadano español. Pero yo tenía ese libro y creía que era culta y otro enlace vino a mi cabeza: puede que el Tiziano sí pero me cuadra más la noción temporal y casi de story board que hay en el Rapto de Europa del Veronés. Porque en definitiva, la pieza de Aimée pasa por la escultura viviente y la instalación pero también por el performance y este, por supuesto, contiene al tiempo: se trata de una acción que progresa hasta que su joven se despoja de sus ropas y todo el manto-vestido rojo queda tirado, como si hubiera sufrido un rapto.

Pero Aimée, que tuvo una época de homenajes y pastiches, ni siquiera había pensado en esa conexión que a mí me encanta pues había un aura de referencias pictóricas rondando todo aquello y podía servir de ardid frente a cualquier censura. Porque en realidad La dama de rojo es Cuba, travestida y prostituida, llena de dobleces morales y sacrificio, apuntalada por las agencias de todos sus “dulces guerreros cubanos”. De hecho, en el imaginario de las personas que al performer se acercaron estaban Santa Bárbara y El principito, y no faltaron quienes rindieran su culto en esas horas que duró la acción. Luego Cuba, que es puta, zona roja y zona rosa, se desnuda y su ropaje es exhibido en una urna todo el mes que duró la Bienal. De ara a pedestal, tal fue su ciclo. La patria voló.

Porque Aimée no moja pero empapa. Y tengo entendido que su última exposición, en la galería Couturrier, de Los Ángeles, volvió a tener por título Discurso suprematista y ahí, porque ella sabe que puede marear al mercado pero no siempre, o porque no sabe prescindir del retrato, Aimée volvió a su recurso lingüístico más conocido: el autorretrato. Ya podrán imaginar, se viste con esos periódicos bordados y vuelve a la narración, esta vez más contenida. El diseño del vestuario y la composición son exquisitos. Su alma sigue fresca.

UNA RAREZA “POVERA” EN TIMES SQUARE

En una discusión casi definitiva Coco le dice a Igor que ella es tan talentosa como él. El ruso, sin pensarlo y escudado en la vanidad de lo artístico, le responde a su anfitriona: “no es lo mismo”. ¡Claro que no es lo mismo! Hablando de genialidad, ambos lo eran; y hablando de eficiencia y amplio público, ella le sobrepasaba. Pero él no se percató de eso (no le tocaba, en puridad) y su respuesta encerraba mucho desdén y superioridad. A estas alturas del partido, ¿quién es más talentoso, Coco Chanel o Igor Stravinsky?

Aimée García, perteneciente a una generación de creadores cubanos calificada de cínica, sabe de ego y de aura pero también de eficiencia e instrumentalidad. Sabe que no es lo mismo el barniz aséptico de una galería o museo que el fermento y la contaminación del escenario público. Invitada por Cuban Artists Found y Times Square Arts a realizar un proyecto de intervención pública en Times Square, ella sabía muy bien que por muy megalómana que fuera su propuesta jamás sería lo suficientemente hegemónica comparada con la fascinación y el voltaje visual reunido en esa confluencia de esquinas. Pero lo fascinante por lo general abruma. Razón que llevó a Aimée a decantarse por un proyecto sutil, que contrarrestara el efecto obnubilante de ese contenedor de imágenes situado en el corazón de Manhattan. Times of silence es el título que Aimée escogió para una propuesta consistente en el emplazamiento de tres estructuras que, en calidad de vitrinas, muestran periódicos cubanos y norteamericanos totalmente bordados.

Una de las coartadas lingüísticas de Aimée García ha sido el bordado: ella borda metales y lienzos impresos.  Ahora le dio por apropiarse de periódicos y bordó con hilo cada oración. En la 12ma Bienal de La Habana emplazó grandes paneles de rotativos cubanos bordados que pueden desplegarse según el espacio. Tachó las oraciones con parsimonia, zorrería, cálculo y sangre fría, creando unas composiciones que tituló Discurso suprematista. Entre irónico y literal, el link es claro: reducida presencia cromática y composiciones geométricas (de preferencia lineales) que paran en abstracción.  Aimée remarca ese dato creando una obra abstracta a partir de una letra vacía, haciendo drenar el discurso ideológico hasta dejarlo seco. Censura al censor. Hamlet Lavastida cala todo el imaginario visual-oficial de los sesenta y Aimée borda. Resultan así piezas decorativas que banalizan cualquier sentido original. Si pudiera tener uno grande le daría la función de wallpaper, pues son visualmente muy atractivos y le estaría dando un destino noble a algo escatológicamente reciclable.

Con Times of silence ella continúa esa operatoria: bordando periódicos locales e insulares, no sólo está anulando un espacio de poder sino que está creando un espacio de reposo mental frente a la avalancha noticiosa y a la información visual de esa plaza en particular. Un alud tan hiperreal que se vuelve vacío y abstracto. Aimée propone una contrapartida a “la perfección inútil de la imagen” y, puesta al servicio público, ofrece un oasis gratis, un intersticio blando o una zona de silencio en medio del ajetreo stresante de Times Square. La contemplación zen-sentido –con cierta dosis de intriga- es el fin último de esa obra.

Tres estructuras emplazadas a manera de tótems que no llegan a tener la solemnidad del obelisco (tampoco lo pretende) pero que juegan con eficiencia su rol de ser una rareza “povera” dentro de la dominante high tech del área. Hilo, papel gaceta, bordado, en fin, artesanía versus una mole de leds, simultaneidad y performances. El preferido handmade efímero emplazado en el corazón imperturbable del asfalto.

Con Discurso suprematista y Times of silence –series medio deudoras de arte concreto- Aimée García otorga cuerpo a una veta conceptualista que venía asomando en su obra de manera esporádica. El enroque intertextual de Times… ha sido doble: tacha el texto y se apropia del nombre de la plaza para crear un sentido totalmente opuesto. Ella, que era la reina del autorretrato, ha sabido prescindir de él, diluyéndose en una obra también hermosa y de autorías múltiples.

Publicación fuente ‘Sr. Corchea’, 2019