Carlos Espinosa: Las pulsaciones de la derrota de Damaris Calderón

Autores | 26 de octubre de 2019
©Portada de ‘Las pulsaciones de la derrota’

Desde que se dio a conocer en la década de los 80 con el libro Con el terror del equilibrista, Damaris Calderón (La Habana, 1967) ha publicado más de una docena de títulos, aparecidos en Cuba, México y Chile. En 1995 pasó a residir en este último país, donde trabaja como profesora en la Universidad Finis Terrae. En Chile han visto la luz varios de sus poemarios, y justamente en 2017 recopiló una selección de los textos escritos allí en el volumen Mi cabeza está en otra parte.

En esa antología aparecen poemas pertenecientes a Las pulsaciones de laderrota, un libro que ha dado a Damaris Calderón muchas satisfacciones. Apareció originalmente en 2012, bajo el sello de Una Temporada en Isla Negra/ Dos Fridas. LOM lo reeditó un año después, y conviene apuntar que ambas ediciones iban ilustradas con óleos de su autora. En 2017, Ediciones Matanzas lo hizo accesible a los lectores de la Isla. En Cuba además fue galardonado con uno de los Premios de la Crítica, que se otorgan cada año.

No era, sin embargo, el primer reconocimiento que Damaris Calderón recibía por ese libro. En el año 2014, le concedieron por él el Premio Altazor, que desde el año 2000 se confiere a los creadores y artistas chilenos que han realizado durante el período de premiación trabajos relevantes en cinco áreas: Artes Literarias, Artes Musicales, Artes Escénicas, Artes Visuales, Artes Audiovisuales, las que, a su vez, se subdividen en 40 categorías. El Premio Altazor lo han recibido, entre otros, Antonio Skármeta, Gonzalo Rojas, Volodia Teitelboim, José Miguel Varas, Roberto Bolaño, Juan Radrigán, Patricio Guzmán, Oscar Hanh, Pablo Larraín, Diamela Eltit. La de 2014 fue, por cierto, la última edición, pues pese a que logró validarse como el galardón más importante de las artes en el país austral dejó de convocarse por falta de recursos. Unos años antes, Damaris Calderón también había sido merecedora del premio que auspicia la Revista de Libros del diario El Mercurio, con el poemario Sílabas. Ecce Homo.

La escritora ha definido Las pulsaciones de la derrota como un recorrido por Chile, su geografía, su historia, su poesía. Y en ese sentido, al comentar el libro Roberto Onell H. le ha señalado el mérito de ser una “conocedora de un país llamado Chile, sabedora sus rincones no tradicionales, de las perspectivas infrecuentes propias de la poesía”. Eso aparece plasmado de modo más directo y explícito en poemas como “Aconcagua”, “Ambato”, “Valparaíso puerto principal”, “Las sombras se tragan el sur”. Pero es un aspecto que a lo largo del libro tiene una presencia menos visible y más alusiva, que puede pasar inadvertida en una primera lectura.

“El poema de Chile se hace con todos los pedazos”. Es un verso del texto que da título al libro. Se hace además con los hombres y mujeres con cuyas muertes se pierden las menudas sabidurías que conmovían a Jorge Luis Borges. Así, Damaris Calderón rinde tributo a Nelson Venegas, a quien un auto arrojó a la cuneta y que consiguió “lo que pocos en una vida: / juntar tus hojas dispersas/ y coserlas con tu propia mano”. Y a Marcia Quiriloa, “mapuche urbana/ trasplantada a la población La Victoria/ me dice que no tiene otra cosa que sus manos. // Me ofrece sus manos a cambio de un taller literario/ donde la enseñe a escribir versos”.

Pero, aunque indudablemente Chile tiene una presencia significativa en el libro, Damaris Calderón aborda en él otros temas. Escrito desde una clara conciencia de género, en varios de sus textos habla de la situación de la mujer en diversos escenarios. Así, en el titulado “A una mujer en la mesa de disecciones, sin paraguas ni máquina de coser”, se lee: “Yo canto la epopeya de la mujer que pare sus hijos de la que los pierde/ canto (escucho) sus gritos en el quirófano/ como el ave guía que pierde a algún pájaro de su bandada/ o el marinero una embarcación de su flota. / Yo canto a la parturienta y a la mujer estéril/ a la que fue abrazada y besada en todas sus articulaciones. / Canto tu vida fuerte, hermana mía, / ese galopar incesante/ que no detuvo nada/ madre ni brida”.

“Palabras que me repito en la noche cuando me golpeo la cabeza contra un muro”, el poema que abre el libro, constituye una declaración de principios. En él, Damaris Calderón sacraliza a los hombres y mujeres derrotados, marginados, desplazados. “Todo es sagrado”, afirma. Lo tremendo no era ser Dios, ni ser el hijo de Dios, “sino el hijo de la mujer y del carpintero. Lo tremendo era pertenecer, entregarse, / amar la tierra, la carne, el polvo/ y levantarse en espirales infinitas”.

Las pulsaciones de la derrota es una obra que corresponde a la plena madurez de una poeta que escribe para superar el horror cotidiano. Quienes se internen en sus páginas no deben esperar una lírica introspectiva y de tonalidad confesional. No es una poesía de fácil acceso, pero sí intensa, honda y llena de desconcierto vital y brillantez expresiva. Es, en fin, una obra que da para mucho y de la cual no es posible dar una idea cabal de sus valores en una reseña como esta. Y a propósito de sus méritos literarios, el ensayista y crítico chileno Naín Nómez se ha referido a ellos al expresar:

Las pulsaciones de la derrota de Damaris Calderón es un libro punzante, cruel, irónico, escrito con un lenguaje exteriorista, pero poblado de metáforas y símbolos que aluden recurrentemente a ese borramiento de la persona, a ese hundimiento de la rebeldía preconizado por los epígrafes de Ciorán y Seferis que encabezan la obra. (…) La poeta vivisecciona sin piedad lugares, geografías, territorios, fotografías en movimiento de un mundo agobiante, palpando la vida con cierta mirada de amorosa premura, tocando sujetos y objetos para salvarlos del desastre final que se avizora en un ominoso futuro. Imágenes originales, juego entre la realidad natural y humana despiadada casi hiperreal, y su fantasmagórico simulacro, la sociedad neoliberal apenas se entrevé, pero es remecida por un lenguaje que la muestra en sus oquedades y retuerce sus sentidos hasta llenarlos de silencio y vacío.

“El lenguaje de Damaris Calderón vuelve una y otra vez sobre sí mismo para desenvolverse en el núcleo de su propia diáspora, de su propia desterritorialización figurada y concreta, de su propia singularidad que se escapa, fronteriza y/o arraigada, en la conciencia de la desesperanzada historia humana”.