La obra de Lester está hecha de tiempo. Es posible definirla como un intermezzo, es decir, una puesta en escena (una parada) que prefigura un acto aún más serio, más grande, más prolongado. Este acto es el arte y la cultura (lo que sea que esto signifique), pero también puede ser el tristemente célebre camino de la ruta 400, o la monotonía veleidosa (valga el oxímoron) de un P-4. En cambio, Ezequiel es como un cable caído de alta tensión dando latigazos de 10 mil voltios sobre el tendido eléctrico del “arte cubano”. La primera pieza de Esperando al arquitecto es una maqueta cuyo nombre encierra una lectura social: “La casa del artista que no engorda”. La casa, que asombrosamente está gorda, se refiere a la relación motivada entre el éxito comercial de algunos artistas y su peso corporal: “lo ideal sería trabajar todo el tiempo, cuenta Ezequiel, llenar la casa con tu trabajo y no el refrigerador de comida”. Para seguir leyendo…
Responder