Con dos excelentes prólogos de Reinaldo Arenas, aquí los dejo con Desertores del paraíso (Playor, 1987), libro que en su momento publicaran juntos Lázaro Gómez Carriles y Jorge Ronet sobre aquel evento que involucró a cientos de miles de cubanos en 1980: dos testimonios de aquel acabose que marcó un parteaguas en la imagen (humana, integradora, tricontinental y benéfica) que había construido durante años la jaula castrense.

«En Cuba todas las embajadas que puedan brindar asilo político están fuertemente custodiadas por la policía castrista y no se permite siquiera pasar por la acera de enfrente. Pero estas rigurosas medidas no han podido impedir que muchos cubanos desesperados, valiéndose de insospechadas astucias y arriesgando la vida, hayan traspasado la barrera. Muy sonado fue el caso del famoso saltador de garrocha que un día, haciendo uso de sus dotes deportivas, cayo dentro de una embajada latinoamericana. Otros se las iban agenciado para introducirse en el guardamaletas del automovil de algún embajador. Algunos cavaron túneles que iban a desembocar en una sede diplomática, y los más desesperados, como es el caso del escritor Esteban Luis Cárdenas, se lanzaron desde las azoteas de los edificios colindantes con la esperanza de caer con vida en el patio de la anhelada residencia».

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