Su versatilidad le permitía ir de las revistas a los libros, y del teatro al cabaret. Sin dudas, con su habilidad como dibujante, su maestría en el uso del color y de la línea —junto a su singular acierto para caracterizar personajes y ambientes—, lo colmaron de trabajo y compromisos que siempre atendió. Ilustrar, diseñar… no era para él algo menor, sino el sentido de su vocación. Andrés dignificó su oficio, al punto que cuando comenzó a trabajar para las artes escénicas la crítica siempre tuvo comentarios válidos para su escenografía y para sus diseños de vestuario. Al parecer, en manos de Andrés, estos elementos de la escena también se volvían protagónicos. Por su parte, en su faceta como ilustrador de libros se encuentran: Cantos de amanecer (1934), Hojas (1938) de la poeta holguinera Marilola X, y 4 cuentos-poemas existenciales, de José Sobrino Diéguez. Posteriormente, en 1962, ilustraría Poesías, de Nicolás Guillén. Para seguir leyendo…
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