Amalina Bomnin: El desmontaje de lo épico / La obra de Elvis Céllez
La pintura de Elvis Céllez conmueve a todos. Puede desagradar a alguien por su cariz grotesco, pero nadie queda exento del poder que ejerce su fuerza expresiva. Graduado de la Escuela Profesional de Artes Plásticas de Pinar del Río, es uno de los artistas más provocadores que se mantiene trabajando en la provincia, según lo evidencian sus piezas de carácter catártico, al abordar zonas graves de la realidad que preferimos silenciar por su impacto psicológico, social y cultural. Es un tipo de pintura que a casi nadie le interesa hacer en la actualidad porque, de tan sincera, resulta chocante, y en estos tiempos el mercado reclama otros enfoques.
El Acconci de la pintura vueltabajera –se me ocurre llamarle así por autorepresentarse en actitud onanista similar a su precursor– ha sacado el rubor a unos cuantos, sobre todo, en los últimos tres años. Él es una especie de performer que pinta en lugar de actuar, consiguiendo iguales reacciones gracias a la “bomba” con que asume el acto creativo.
Elvis es originario de Minas de Matahambre. Sus abuelos fueron mineros, y este pueblo vivió desde la fundación de las minas de cobre en 1913 hasta 1997 –año en que fueron cerradas– de los ingresos financieros que representaban. Desde sus inicios se auguraba la irrentabilidad del negocio, y aún así se explotó, alimentando en sus pobladores la esperanza de que cubrirían en largo tiempo sus expectativas de vida. Estas minas llegaron a ser un rubro importantísimo dentro y fuera del país, porque la pureza y calidad general del metal propició que se exportara en el contexto de América Latina, ofreciendo notables dividendos a nuestra economía. El cierre de la mina, debido a la crisis económica del país, significó un drama tremendo: el pueblo quedó en estado de precariedad absoluta y los mineros sin trabajo. Por la vigencia y gravedad del asunto, el artista ha preferido tratarlo a lo largo de su trayectoria.
En los primeros trabajos de Céllez hubo una experimentación con el cubismo, no asumido éste en su descomposición de los planos, sino en su tendencia a voluminizar las formas, además de cierta influencia del muralismo mejicano. Eran retratos de campesinos o mineros, en un intento por reivindicar, sobre todo, la figura de éstos últimos. Una atmósfera lúgubre señorea en su interpretación, remarcada por el uso de una gama fría en el colorido, y que a su vez acentúa la orfandad de los protagonistas. En esa etapa inicial, Elvis aún estudiaba y sus ejercicios de clase respondían al ánimo de ensayar a partir de los conocimientos que adquiría en el aula. De ahí que utilizara el retrato, practicado con éxito renovador en movimientos como el cubismo y el expresionismo, para rendir homenaje a éstos héroes anónimos desde una visión no académica, pero que tenía en estos lenguajes su fundamento primario.
Como es propio de un creador en ciernes, en estas piezas había cierto aire relamido. Se advertía la “atadura” formal de un artista debutante. Sin embargo, ya se avizoraba la convicción argumental de abordar un tema apenas tratado en la historia de las artes plásticas cubanas, y con el cual Elvis podría convertirse en un caso singular.
Comenzaba a delinearse la postura del artista ante la pintura, con una propuesta que tendía a enfatizar su visión del héroe, pero a través del desmontaje de su carácter épico por antonomasia. Algunos personajes populares de Minas de Matahambre fueron llevados a sus telas en su status actual, después de ser víctimas de conflictos sociales que los marcarían negativamente: unos trataron de emigrar y otros cayeron en la demencia o en la automarginación, indistintamente. Quien tiene la oportunidad de conocer de cerca las historias de estas personas, queda realmente impresionado ante la agresividad que genera en ellos sus vidas truncas. Por eso, adscribirse al neoexpresionismo le resulta viable al autor para calar en las tribulaciones de estos seres.
El uso del dripping y la mala pintura, de forma general, al igual que la colocación de textos de tono acusatorio o nostálgico que a veces incluyen la hora de realización de la pieza, o del desarrollo de la trama “real”, contribuye a connotar el drama. Elvis ya se ha ido “soltando”, y en su evolución queda debiéndole, sobre todo, a Bacon, a la pintura neoexpresionista española y, de manera especial, a Rocío García, con quien se siente muy identificado. Su colorido también se transformó, en la medida que ha alcanzado un mayor dominio técnico. Tonalidades cálidas, uso de empastes, aplicación de pigmento con los propios dedos o espátula, son algunos elementos formales que aportan inmediatez y movimiento a estas piezas. En dos de sus trabajos Elvis “juega” a establecer un diálogo entre las figuras de Martí y el Che con sus héroes anodinos.
La naturaleza muerta es un género que aprovecha el autor para aludir nuevamente al tema de la mina. El casco de trabajo, la cantimplora, el quinqué, la imagen de la Virgen de la Caridad, la picoleta, son algunos de los objetos asociados al mundo de estos hombres, y que ahora les resultan inútiles. A la bonanza y exquisitez generalmente asociados al tradicional género, Elvis contrapone la precariedad y el detritus en que se han convertido los implementos de los mineros. Un aire melancólico envuelve a estas interpretaciones de gesto desenfadado, donde una vez más anida la ironía.
La serie Clonación, el segmento más agudo dentro del quehacer de Elvis, la ha dedicado a autorretratarse. Estos lienzos, junto con las naturalezas muertas y las piezas dedicadas a los mineros, se exhibieron en el Centro de Artes Visuales de Pinar del Río, en el 2002, bajo el título Cuando los gritos se apagan… Aquí aparece desnudo en varios trabajos, en constante comentario sobre el abandono que padecen hoy los mineros y el pueblo de Minas en general. Pero estas versiones más recientes, sin dejar de apuntar a esta problemática, aparentan una tónica más íntima: se representa masturbándose, con el hígado en la mano, con las manos amputadas, en posición de crucificado, etc… Variantes manejadas en este conjunto, en grotesca actitud de irreverencia. Son piezas que impactan al público, incluso al avisado.
La angustia y la soledad personales, en un contexto que a veces le es adverso hasta para desarrollar su creatividad, es uno de los planteamientos que también le interesa hacer al artista. Aún a estas alturas no cuenta con un lugar tranquilo para trabajar. En su pueblo natal conserva un cuartucho húmedo y en ruinas donde ha producido la mayor parte de sus obras, sin quejarse. Conocí este lugar por pura curiosidad, no porque él diera cuenta de ello. A muchas personas estas piezas les resultan reveladoras de ciertas facetas de la intimidad del autor, porque es la impresión que pueden dar a primera vista; no obstante, la reflexión en ellas está enfocada hacia un espectro de intereses más amplio, que miran hacia los niveles de enajenación que acusa hoy día la existencia contemporánea en una dimensión universal.
El arte actual, en su mayoría, tiende a ser sutil, aparencial, ambivalente y hasta hermético. Nada de esto sucede en la obra de Céllez: la catarsis en sus piezas resulta directa, agresiva, sin medias tintas. En ellas nada, o casi nada, queda por decir. La sangre dentro de este discurso es un símbolo recurrente. Es como si Elvis nos dijera que sus personajes han “sudado sangre”. La prueba del impacto que ha causado su propuesta son los diversos premios que ha obtenido en los salones realizados en Pinar durante los últimos años.
Pero, aún sin agotar su tema favorito, se ha planteado una nueva serie: Ruido en el sistema, relacionada con el olvido en que cayeron los diversos elementos que conforman la mina, los cuales, en lugar de aprovecharse siquiera como material museable, han sido desmantelados y hasta canibaleados. Pareciera que el ser humano tiende a olvidar no sólo los acontecimientos negativos, sino también los que alguna vez le proporcionaron beneficios; pero parece también que Elvis se encargará durante buen tiempo de recordarnos lo que para él significan estos héroes sin nombre.
Publicación fuente ‘Artecubano 1, 2005’.
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