En las polémicas literarias solía recurrirse a declaraciones de fe revolucionaria. Quien consiguiera hablar en nombre de la revolución pegaba el mandoblazo definitivo al contrincante, tal como pudo verse en los ataques de Jesús Díaz, director de El Caimán Barbudo, al grupo independiente El Puente y Ana María Simo. Y escribir la reseña de un libro podía atraer sobre el reseñista consecuencias políticas, como ocurrió a Heberto Padilla al ocuparse de la novela de Lisandro Otero Pasión de Urbino. Desaconsejada la guerra literaria, quedaba la guerrilla. Para seguir leyendo…
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