Héctor Antón: ¿Frankenstein versus Drácula?
Trabé cierta amistad con El Artista Como Empresario en una cúpula del Instituto Superior de Arte, allá por los años noventa. Desde muchacho, revelaba ser disciplinado, pretencioso, calculador. No fumaba ni bebía, ni lo veías sentado en un banco esperando a que pasaran las chicas de danza. El Artista Como Empresario no era de la capital, y confirmaba una regla: los estudiantes de provincia eran más sacrificados y emprendedores que los habaneros, que no estaban becados.
Mucho después, lo vi en el garaje del Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Me dio la mano con una frialdad visceral. Andaba en varias gestiones a la vez. Subía como la espuma en inserción artística, movidas comerciales, lances estratégicos… Había engordado mental y físicamente. Tenía pinta de vencedor.
Jugaba impaciente con un manojo de llaves. Parecía el director de una prisión de alta seguridad. Tripulaba un Audi rojo bermellón, al que no le quitaba los ojos de encima. Hablamos una que otra bobería de ocasión y, casi al despedirse, me aconsejó: “Trata de no pedir nada, para que no le debas favores a nadie”. Parecía insinuar: “Aléjate”. No me sorprendió. A los desconocidos y curiosos, apártalos.
Nadie mejor que El Artista Como Empresario para abordar el tópico de las mafias en arte cubano. Una vez lo escuché revelar: “Yo lo mismo vendo un saco de cemento que pinto un lienzo o hago un dibujo”.
En otra ocasión, alguien me comentó de su inclinación por mantener a los críticos fuera de
su órbita productiva.
Era el sujeto indicado y le tiré el anzuelo. Receloso, observador y distante, aceptó la propuesta; solo que el intercambio transcurrió en su estudio, no en su residencia. Una conversación apacible, sin lujos ni estridencias para la coletilla. Una información de más siempre puede evitarse, diría sarcástico él.
EL CHISMÓGRAFO:
¿Cuál es tu artista contemporáneo de cabecera?
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Influencias tengo muchísimas. Marcel Duchamp, Louise Bourgeois, Félix González-Torres, Richard Serra, Brancusi, Georgia O’Keefe… Imagínate, un listado interminable. Pero quien marcó mi trayectoria fue Jeff Koons. Ese señor personaliza la alianza perfecta entre Duchamp y Warhol. Koons empezó vendiendo suscripciones en el Museo de Arte Moderno, luego financió su carrera artística trabajando como agente de bolsa en Wall Street.
Koons completa el hallazgo de Duchamp cuando este dijo: “Yo inventé un ismo: el erotismo”. Koons ha utilizado frases de Wall Street para la autopromoción: “Los grandes artistas van a ser los grandes negociadores”. Es el artista desprejuiciado que no pierde su esencia a la hora de concebir el arte como una mercancía.
EL CHISMÓGRAFO:
Ese mismo Jeff Koons también ha expresado que su obra indaga en temas profundos de la conciencia. El lapidario Robert Hughes lo denigró con su pluma: “Si Jeff Koons trata de la lucha de clases, yo soy María de Rumanía”.
Harold Rosenberg precisa con lucidez que “el arte contemporáneo era como una especie de centauro, mitad materiales artísticos y mitad palabras”.
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Los criterios fluctúan tanto como las fobias e imposturas personales. Robert Hughes exageró al declarar que Andy Warhol era la persona más estúpida que había conocido. Otro crítico de arte distinguió: “Jeff Koons convirtió la banalidad en un valor de primera, la pornografía en vanguardia y las baratijas en trofeos artísticos, con el apoyo de un reducido círculo de marchantes y coleccionistas”.
Prefiero esta catalogación. Jeff Koons trastoca las nociones de valor y precio, el contrasentido entre ficción y realidad.
EL CHISMÓGRAFO:
“Si el negocio del arte moderno es serio, ¿por qué parece una broma?”. Si un estudioso del mainstream hizo esta aseveración en la contraportada de un libro famoso, bueno, por algo será.
Dejando a un lado el circuito élite y anclando en la Isla: ¿Por qué casi no haces acto de presencia en inauguraciones o eventos públicos del ámbito local? ¿No te seduce figurar entre la multitud?
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Me gusta estudiar los comportamientos humanos fuera del mundillo del arte. En las aperturas masivas, no hay momento de introspección posible. Formar parte de esa pequeña manada que asiste puntual a las inauguraciones significa convertirte en otro fanático sin pasiones; o diluirte en sus poses, estereotipos, frustraciones… No disfruto ni aprendo nada de las aglomeraciones. Muchos van para que los vean o para demostrar su capacidad de seducción social. Otros esperan que algo aparezca.
EL CHISMÓGRAFO:
¿Notas una excesiva división en la comunidad artística cubana?
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
La “comunidad artística”, si es que existe, está dividida por cuestiones políticas, económicas, estéticas y personales. La dureza institucional con los productores visuales que se han desviado del camino correcto ha provocado un crecimiento de las coaliciones alternativas. Estas marcan terreno y le dan la espalda al sistema galerístico, resentido en cuanto a circulación comercial.
En otros tiempos, los artistas añoraban ser mimados por la Institución Arte. Aquel idilio que cautivó a tantos acabó hace buen rato. Ya no es tan así, ni lo será más. Se soltaron las fieras. Unos por desavenencias ideológicas, otros por gestiones de mercado con el exterior.
Por ejemplo: si tuviste un vínculo comercial con una galería oficial y dejas de tenerlo, corres el riesgo de ser excluido de proyectos expositivos o editoriales en armonía con la política cultural. Si el gremio del arte fue alguna vez una sinfonía imperfecta, ahora no pasa de ser una vieja quimera.
EL CHISMÓGRAFO:
Deteniéndonos en los satanizados artivistas, ¿no crees que el Ministerio del Interior construye mejor a “sus artistas” que los galeristas o los espacios supuestamente destinados a cimentar una red comercial capaz, estimulante y rentable? Los agentes de la Seguridad del Estado son los mejores publicistas del arte cubano…
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
¿Qué puede hacer un galerista del patio por un artista cubano? Llevarlo a ferias de arte, negociar publicidades en revistas especializadas, establecer convenios de colaboración con artistas insertados en galerías importantes. Esto último ya no se hace en los espacios institucionalizados del circuito comercial. Aunque lo principal es tener un ojo avispado para distinguir una producción visual que se haga respetar. El buen arte camina solo, incluso sin necesidad de pagar, y hasta podría aspirar a colocarse en el lugar que merecería. La bulla mediática puede legitimar una actitud antisistémica y tener apoyo de opositores y descontentos. Ahora bien, una obra que levante ronchas necesita rigor conceptual, dignidad estética y oportunidad para alcanzar resonancia, al menos, en un marco latinoamericano. De lo contrario seguiremos nadando en tierra.
El galerista cubano que mejor dominó las trampas del oficio y penetró zonas del mercado internacional fue Luis Miret, con quien pude trabajar cuando dirigió Galería Habana. Miret ha sido quien más se acercó a la noción “galerista de gama alta”, esos con espuelas afiladas para salir airosos en cruzadas económicas. A lo Larry Gagosian, David Zwimer o Sean Kelly, salvando las distancias.
El galerista profesional tiene que garantizarle el sustento a la mayoría de los miembros de su staff. Así estos podrán seguir produciendo sin la obligación de bajar precios en ventas de emergencia. También es la manera de conservar la fidelidad de los artistas, siempre a la caza de opciones más convenientes. Una forma de que la maquinaria se mantenga engrasada y funcione sin interrupciones.
EL CHISMÓGRAFO:
Un artista surgido en la revuelta ochentiana, curtido en la miseria totalitaria, observó: “Si no hay quién dirija al país, ¿cómo sería posible imaginar que exista quien dirija al engranaje del arte con su repertorio de trabas y prejuicios?”.
Lo ideal sería que los artistas con recursos monetarios desplegaran su propio campo relacional, generando alternativas que atenúen el power de la nomenclatura. Ello facilitaría que se le otorguen becas, residencias o intercambios de estudiantes y profesionales, al margen de si acatan o no dogmas políticos, de los coqueteos hegemónicos, de las falsas lealtades… La cultura oficial tiende a desacreditarse al compás de la política.
Vale mencionar la tentativa de Tomás Sánchez, cuando quiso proyectar una Fundación de paisajistas y revitalizar un género enquistado. En su momento, la idea quedó trunca por razones oscuras. Años después, Tomas regresó del extranjero para exponer en su país. Todo quedó engavetado con el retorno del hijo pródigo al Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam y al Museo Nacional de Bellas Artes.
La nostalgia cedió ante la intolerancia; la política cultural doblegó la iniciativa personal de un romántico zen, valorado en el arte con un precio en el mercado.
Haría falta legalizar esas plataformas alternativas o tolerables, para descongelar posturas monolíticas. Esto le restaría poder al Estado: Gran Mecenas guiado por un ejército de cuadros políticos mal pintados o enanos que sueñan con pasar por altos.
Ni barricadas políticas ni refugios económicos: ¡Independencia o muerte!
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Si el Estado no puede con el arte, ni posee gestores capaces de mezclar socialismo y capitalismo, tendrá que darle paso a la iniciativa privada. Lo mismo que ya hicieron con el transporte o la gastronomía. Mientras las artes visuales no formen parte del cuentrapropismo legal y los espacios independientes sigan siendo un cuento en la mirilla, todo seguirá igual.
EL CHISMÓGRAFO:
Sin embargo, existe una mafia gubernamental que trata por todos los medios de que el dinero caiga en manos de artistas oficiales, entre los cuales hay quienes están en plena crisis creativa y comercial. Conozco de varios dirigentes o exfuncionarios de las altas esferas que recomiendan a sus amigos adinerados de la izquierda miope visitar los estudios de algunos artistas que se mantienen vivos a costa de ventas esporádicas de poca monta, en plan de ayuda humanitaria.
Ser un artista políticamente correcto puede asegurarte un asiento simbólico en la cena de esta mafia gubernamental. Sin desestimar las afinidades personales o la gracia de quienes gozan de herramientas para meterse en un bolsillo a los pejes gordos… Ser una ficción patriótica puede transformarte en una postal turística.
Hay excepciones, como Roberto Fabelo o Manuel Mendive; ellos le venden con facilidad a personajes poderosos que viajan a Cuba buscándolos. Hasta Sergio Ramos, el maldito y virtuoso defensa central del Real Madrid, estuvo en el estudio de Fabelo. Se sabe que el capitán de los merengues colecciona arte. Amparando a productores confiables venidos a menos en el panorama visual, el Estado aplica una justicia económica que beneficia a los mansos y perjudica a herejes, los negados a tragarse la hostia oficial. “Si te portas mal con nosotros, tendrás lo que mereces”, diría uno de estos mafiosos bebiendo un trago de Chivas Regal 12.
Ninguna vaca sagrada de la mafia gubernamental se pronunció a favor o en contra del polémico e incoherente Decreto 349. Estos militantes de la conveniencia son los más políticos de los actores visuales apolíticos. Ni siquiera tuvieron la osadía de confesar en público que el artivista Luis Manuel Otero Alcántara era un farsante o una marioneta del enemigo. ¿Será que temen pronunciar la palabra marioneta?
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Hablando como los locos, ¿quién inventó ese término divulgado en tono de burla como: “La generación de la esperanza cierta”?
EL CHISMÓGRAFO:
Olvídate de quién o de quiénes lo idearon. Es una etiqueta. “Generación de la esperanza cierta”. “Renacimiento cubano de los ochenta”. “Generación de la cautela”. “Generación jineta”. Una etiqueta sepulta a la otra. Su utilidad no se reduce a la publicidad. Es matar al padre simbólico a favor de la autopaternidad.
Oportunidad y oportunismo. Desacato y prevención. Pobreza y glamour. Apariciones y desapariciones. Transitar por el arte cubano es atravesar un campo minado.
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
“Lo mío primero”, reza la más egoísta o capitalista de las consignas socialistas que se han divulgado en este país para el consumo popular.
EL CHISMÓGRAFO:
Puro individualismo burgués. Cuando hay comida sobre la mesa, tiene que haber mafia. Si hay una suculenta vaca muerta en medio del camino, aparecerán los buitres. Aparecerán, aunque la vaca se halle tirada en un barranco.
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Los fuertes quieren conservar su aura y los débiles sobrevivir bajo la protección de quienes atesoran vínculos confortables. Lo mío es el consumo de la obra, los traumas colectivos, personales o identitarios, lo privado y lo público, la filosofía minimalista de que menos es más… Ah, y también existen, coexisten, las mafias independientes, tan enmarañadas como las estatales.
EL CHISMÓGRAFO:
Los artistas practican un maquiavelismo tropical en asuntos monetarios. Si venden, callan los precios; si no venden, chillan su valor. Pierden la voz lamentándose de su mala suerte, pero si consiguen vender, enmudecen. Mutan en tumbas sin nombre hasta que el money se acaba, entonces vuelven a ser los de antes y retornan a lo que Robert Hughes llamó “cultura de la queja”.
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
La condición victimaria es un pretexto que explotan los artistas del Tercer Mundo, incluyendo a los cubanos, por supuesto, para obtener prebendas de fundaciones e instituciones reconocidas. Alguien descubrió el truco y le funcionó. Esto lo hacen hasta quienes no están mal, pero quieren estar mejor.
EL CHISMÓGRAFO:
¿Compartes la ironía de que Fidel Castro “tenía cosas buenas”?
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Recordándolo como al gran manipulador que fue, aportó una lección contundente: “El problema no es mentir; es no revelar toda la verdad”. Ahora bien, ¿qué consideras tú de las denominadas mafias independientes?
EL CHISMÓGRAFO:
Las mafias independientes del arte cubano protagonizan una guerra silenciosa, sin drogas fulminantes ni armas de fuego ni sangre manando de familias en pugna por dominar el entramado competitivo. Desde lo alto hasta lo bajo transcurre esta porfía clandestina, penetrada por el Estado: ese fluido que invade la mente de sus viejos secuaces.
Hay jubilados del Ministerio del Interior que son dueños de restaurantes o bares donde se trafica arte en sus apartados o bodegas. Están además los hoteles y empresas no gubernamentales que exhiben piezas de artistas conocidos, para decorar o mercantilizar. Solo que a estos sitios también consiguen acceder los productores visuales activos, en una batalla de contactos entre bastidores.
Las conexiones suplantan al ego hipertrofiado del artista. Duchamp sería aquí un cadáver exquisito, servido en bandeja de plata como postre en una cena de marca. Los cómplices influyentes: ese es otro resorte que provoca disputas artísticas.
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
En ese mundillo “secreto” los extremos se tocan hasta confundirse peligrosamente. ¿Cómo separar las categorías de precio y valor de una obra de arte, o de su réplica? He visto a dealers improvisados pretendiendo escalar obviando las escaleras, sin agarrarse a nada que evite que caigan de mínimas alturas.
Y como el concepto de curador se ha vuelto elástico, permisible, arbitrario, cualquiera puede armar una selección de arte cubano para llevarla al extranjero. Solo se necesita un poco de astucia, muchas relaciones y un aporte de los involucrados. De esta manera se organizan proyectos con pedazos de artistas, generaciones, propuestas, actitudes… Frankenstein está vivo, no lo dudes.
EL CHISMÓGRAFO:
Pero ese Frankenstein vivito y coleando es un fenómeno habanero. El arquetipo de remiendos es un rompecabezas difícil de armar en las provincias. Ni a trocitos. ¿Quién encuentra un Frankestein en las regiones orientales? Allí son auténticos fantasmas. En Holguín, por ejemplo, tenemos al idolatrado Cosme Proenza; y en Santiago de Cuba, Alberto Lescay con la Fundación Caguayo y el Festival del Caribe como telón de fondo; ambos se embolsan lo poco que llega.
Ellos son los equivalentes a Fabelo y Mendive en La Habana. Respiran en un páramo donde los artistas aplatanados no tienen otra salida que irse: a la capital o al extranjero. Ningún marchante o dealer, verdadero o falso, procura la obra de un artista anclado en su territorio, obligado a rebajar su obra en los polos turísticos durante la temporada alta. La periferia se antoja un residuo del exilio interior.
De nada vale descubrir un joven talento en un caserío si tendrás que convertirlo en un Frankenstein para que se venda como pan caliente en los Cayos, Trinidad o Varadero. Un producto comercial que sea un pastiche del gusto internacional por lo meloso, bonito y barato de un paisajito lo más exótico posible. Ni siquiera les reclaman imitaciones elaboradas de los cotizados Pedro Pablo Oliva, Tomás Sánchez o del mismo Cosme Proenza.
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Menos mal que no necesito broncearme en esos balnearios. Menos mal que no vine tarde para La Habana a insertarme, y que tampoco tuve que irme del país. El arte no se enseña pero la academia hace tremenda falta, digan lo que digan… Tengo que tocar madera. Voy en busca de un par de laguers. [Mi interlocutor trajo dos cervezas Cristal. La suya ya venía destapada. Hizo una pausa larga. A pesar del aire acondicionado del estudio, el hombre cavilaba inquieto. La charla llegaba a su final. Ciertos temas te calientan].
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Ya es tarde. El día no ha terminado para mí. ¿Tienes algo más que preguntarme y que esté a mi alcance responder? Necesito cambiar de ambiente.
EL CHISMÓGRAFO:
¿Qué libros le aconsejarías leer a un artista novel e ingenuo para captar el juego sucio común en el iceberg del arte contemporáneo?
EL ARTISTA COMO EMPRESARIO:
Deberían leerse El padrino, de Mario Puzo y El arte de la guerra, de Sun Tzu.
No sé cuántas veces he visto las dos partes de la versión cinemato gráfica de Coppola. Por algo The Godfather es la película comercial más importante del siglo veinte. Te ayuda a analizar a los capos “malas cabezas” del mainstream y su complejo de proyectarse como encantadores de serpientes.
Aunque nada será suficiente para triunfar y mantener las espuelas afiladas. Se requieren demasiados poquitos. El accionar de un artista tiene que ser la novela de un crimen perfecto, una trama donde siempre hay que volver al lugar de los hechos. Hay que violar las reglas. No hay otra forma de escapar a un repertorio trampas. [Me despido estrechándole la mano con levedad. Salgo a la calle. Mientras respiro aire natural, recuerdo un aforismo del filósofo y educador cubano José de la Luz y Caballero, máxima que le gusta citar al amigo lector Claudio Ballestero debido a su vigencia: “Todos los sistemas y ningún sistema. He ahí el sistema”. Avanzo con lentitud. Cielo encapotado en La Habana].
Epílogo a solas
Tampoco debemos soslayar a los coleccionistas privados que engrosan las mafias independientes. Casi todo el arte que se vendió en la desaparecida Subasta Habana era particular.
Subasta Habana fracasó por causa de los impuestos leoninos que debían pagar quienes compraban y restauraban obras para luego subastarlas. Al revés de los Frankenstein, semejantes al Conde Drácula: los que chupan sangre ajena.
Esta industria de la desobediencia que funciona acatando sus propios códigos está más organizada y tiene mucho que enseñar a los pichones de mafiosos estatales. Gracias a linces rentables, el arte cubano ha logrado subastarse a gran escala.
Galería La Acacia tuvo una modalidad nombrada “Coleccionistas privados”. Fueron perseguidos por el DTI (Departamento Técnico de Investigaciones) hasta que disolvieron ese provechoso apartado. Había que frenar el enriquecimiento personal bajo el consentimiento oficial. Ramón Vázquez era un experto que cobraba cifras respetables por otorgar un certificado de autenticidad a una pieza sin permiso de nadie, ni siquiera con la previa autorización de la familia del pintor fallecido.
La mafia independiente trafica el noventa por ciento de la colección de Ramón Cernuda. El Padrino del arte cubano es de origen privado; no fue un miembro del Ministerio del Interior que ahora presume de ser una bala perdida y reencontrada. El Decreto Ley 349 pretende, sigiloso, neutralizar a esa industria de la desobediencia y sus trances sociopolíticos. Al Capone fue un gánster que hizo fortuna durante la Ley Seca (1920-1933), años en que se prohibió la venta de bebidas alcohólicas en Estados Unidos. En su tarjeta de presentación, Scarface decía que era un vendedor de antigüedades. El buscavidas y el mafioso coinciden.
Publicación fuente ‘Hypermedia’. Se reproduce con permiso del autor.
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