Carlos Espinosa: El Julio Verne cubano
Pese a que no es una obra de especial relevancia, La Corriente del Golfo tiene interés y méritos suficientes para justificar que el centenario de su publicación no pase inadvertido. Proporciona además la ocasión para hablar sobre una novela que ha concitado muy escasa atención de los críticos e investigadores y que, sin embargo, constituye el punto de arranque de una manifestación que hasta entonces casi no existía en Cuba.
Su autor es el cienfueguero Juan Manuel Planas y Sainz (1877-1963), quien en su ejecutoria compaginó las ciencias y la creación literaria. Tras concluir los estudios de segunda enseñanza en Santa Clara, partió hacia Bélgica. Allí estudió ingeniería eléctrica en la Universidad de Lieja, título que revalidó en la de La Habana. Se graduó después de agrimensor y fue fundador de las sociedades Geográfica y de Oceanografía de Cuba. Perteneció a la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales, así como a la Academia Nacional de Ciencias de México, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y la Asociación de Ingenieros salidos de la Escuela de Lieja. Publicó, entre otros trabajos científicos, Determinación del rendimiento de las máquinas electrodinámicas de corriente continua (1907), Introducción a la oceanografía (1943), Accidentes de aviación y algunas de sus causas ignoradas (1948) y La fuerza del mar (1956). Además de investigaciones relacionadas con el mar, realizó una serie de exploraciones acerca de los sistemas cavernarios de Cuba.
Por otro lado, cursó estudios en la Escuela Profesional de Periodismo “Manuel Márquez Sterling”. Fundó las publicaciones Cathedra, Boletín de la Sociedad Cubana de Ingenieros y Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba. Colaboraciones suyas aparecieron en revistas como Cuba y América, El Fígaro,Bohemia, Carteles, Revista Bimestre Cubana y L’Illustration. Es también autor del poemario Rompiendo lanzas (1920), así como de las novelas La cruz de Lieja (1923), Flor de manigua (1926) y El sargazo de oro (1938).
Tras la salida en 1920 de La Corriente del Golfo, a Planas se le pasó a conocer como “el Julio Verne cubano”. El calificativo no andaba desencaminado, pues en su novela creó una trama en la cual combina lo histórico con los avances científicos y tecnológicos, ingredientes que, para la época, pertenecían a la ciencia ficción. El escritor cubano además conocía la obra del autor de Veinte mil leguas de viaje submarino, y en noviembre de 1955, con motivo de cumplirse el cincuentenario de su muerte, leyó en el Círculo de Amigos de la Cultura Francesa la conferencia Los horizontes de Julio Verne, cuyo texto entregó a la imprenta dos años después.
Es bastante común que a La Corriente del Golfo se le atribuya el mérito de ser la primera novela cubana de ficción científica. Cronológicamente no se puede afirmar que lo sea, pues anteriormente se habían dado a conocer Historia de un muerto y noticias del otro mundo (1875) y En busca del eslabón (1888), de Francisco Calcagno, y Novela fantástica escrita por un doctor en vacaciones (1916), de autor anónimo. Pero la obra de Planas sí representó, lo comenta Cira Romero en el segundo tomo de la obra colectiva Historia de la literatura cubana, una manera de novelar hasta entonces no practicada en nuestra literatura. Se refiere a la forma ya apuntada de imbricar lo histórico, lo científico y algunos elementos de ciencia ficción. En una entrevista publicada en febrero de 1921 en la revista Bohemia, Planas comentó que estaba por concluir Entre la Tierra y Marte, una novela del mismo corte que La Corriente del Golfo.
Hablo de una obra a la cual los lectores no tienen fácil acceso. Aparte de la edición de 1920, solo existe una de 2017 publicada en Canadá por Ediciones Obrador (además de las ilustraciones originales de Alejandro Galindo, incluye la conferencia de Planas sobre Julio Verne). Por eso me parece pertinente hacer un resumen de la historia que allí se narra. La acción ocurre en los años 90 del siglo XIX, cuando ya ha estallado la última de nuestras guerras independentistas. Y a propósito de esto, reproduzco unas palabras del autor tomadas de la entrevista que antes mencioné: “La Corriente del Golfo es una de esas novelas que se escriben, más que con el cerebro, con el corazón. Era un tributo que quise rendir a Cuba y por eso habrá usted visto que en el fondo de mi libro, vibra un himno a los que sufrieron por la Patria”.
Dos ingenieros norteamericanos, Duna y Hopkins, se presentan ante Don Perfecto, un boticario que, pese a ser español, hace de enlace en La Habana de las tropas insurrectas. Vienen enviados por el delegado Tomás Estrada Palma y el boticario los recibe en la farmacia. Los ingenieros le notifican que quieren entrevistarse con el general Máximo Gómez, para hablar con él sobre un asunto muy importante. Una vez establecidos los contactos, explican a Gómez el objetivo de su visita.
Gómez reúne a su estado mayor junto con el del general Antonio Maceo, y los dos extranjeros le explican cuál es su plan. Saben que los 25 mil mambises no podrán derrotar al medio millón de soldados españoles y han concebido un plan para lograr que Cuba se libere del yugo español en un plazo no mayor de dos años, mediante un medio rigurosamente científico. Consiste en desviar y dominar la Corriente del Golfo para que deje de bañar las costas de España y obligarla por el hambre y la desesperación a firmar la paz. Para ello, construirán un dique de 190 kilómetros en el Estrecho de la Florida, y de este modo las aguas y los vientos que viajan en la Corriente dejarían de llegar a España, modificarían su clima y traerían desconcertantes cambios climatológicos. Las consecuencias económicas serían terribles y la guerra finalizaría en menos tiempos del previsto.
Un punto de partida
Gómez consulta a Acosta, quien es hijo del boticario y combate con los mambises, y el joven da su voto de confianza al atrevido y salvador proyecto. El general pregunta también su opinión a Maceo, quien, a pesar de que no confía en ningún negocio con los norteamericanos, piensa que el plan se puede realizar. Una vez acordada su puesta en marcha, Acosta es designado ingeniero jefe de los 10 mil hombres que trabajarán en la construcción del dique. El relleno que se ha de emplear se sacará de las obras del Canal de Panamá, y para ello la Gulf East and Corp. pondrá más de 2000 remolcadores de vapor. Cuando las obras parecen marchar sin problemas, descubren que la Corriente del Golfo ha hallado una vía de escape por el Paso de los Vientos, y deciden cerrar este también con un dique de 70 y tantos kilómetros.
Cuando están por finalizar el trabajo, España, Inglaterra y Francia descubren que la causa de las anomalías climatológicas que han estado sufriendo es el atrevido plan de los norteamericanos. La flota española entra en acción y hunde los remolcadores, así como el yate desde el cual Acosta dirigía la labor. Este, no obstante, consigue salvarse y llega a las costas orientales. Se une a las tropas del general Calixto García y combate en sus filas hasta el final de la guerra. Antes había contraído matrimonio con Nivia, hija del ingeniero Duna, el ingeniero patrocinador de los diques libertarios, quien ha muerto ahogado. Aunque la Corriente del Golfo no pudo ser desviada, sobre el relleno de los diques fueron tendidos los puentes gigantescos de un ferrocarril que une Cuba con la Florida. Se perfilaron así los propósitos reales que animaban la Gulf East and Corp., lo cual vino a justificar la desconfianza de Maceo.
En mayo de 1969, Rogerio Moya publicó en el diario Granma un trabajo titulado “La primera novela cubana de ficción científica”. En él comenta que La Corriente del Golfo constituye la sorpresa de una novela peculiar. Entre otros aciertos, resalta el de que su lectura mantiene un interés constante, salvo en algunas partes descriptivas demasiado exuberantes. Asimismo, reconoce que Planas logra momentos excelentes, sobre todo cuando la narración exige descripciones del paisaje y cuando el rigor científico llama al conocimiento en su auxilio. Y expresa: “Puede decirse que Planas «fotocopia» con precisión lo que débilmente anecdotiza. Pasajes como el de los diez mil obreros cubanos trabajando en las obras del Canal de Panamá, o el de las Batuecas, jorobados llenos de chichones que habitan una región de España, pueden salir airosos de cualquier examen”.
Moya sostiene que, en cambio, Planas no sale tan airoso al combinar ficción y realidad. A su juicio, le falta vuelo imaginativo y “esa sublime «falta de respeto» de lo verdaderamente posible que aventura Julio Verne en todas sus obras”. Agrega que el escritor cubano, por el contrario, intenta ser fidedigno hasta en el carácter de algunos de los personajes, por ejemplo, Maceo, con lo cual solo logra una caricatura de la realidad, “que al hacer sido deformada de antemano mediante la tesis general del libro, se convierte en una circunstancia ridícula”.
Pero sobre esas objeciones, Moya destaca el hecho de que La Corriente del Golfo fue el primer intento de ficción científica de la literatura cubana. Esto, afirma, hace de la novela de Planas “un documento interesante, un punto de partida. No creo posible que la primera rueda haya sido perfectamente circular, ni el primer aeroplano un cóndor mecánico perfecto”. Eso lo lleva además a anotar que el lenguaje empleado por el autor es rico, “si consideramos como rico, aunque de forma ineficaz, un amplio vocabulario independiente; porque La Corriente del Golfo tuvo que inaugurar necesariamente un vocabulario desconocido para los escritores de la época”.
Más recientemente, Maielis González ha escrito sobre la novela, a propósito de la salida de la reimpresión de Ediciones Obrador. Su texto, titulado “Pretextos para desviar la Corriente”, se puede leer en internet en el sitio Cachivache Media. En él, ubica la novela de Planas en lo que se conoce como ucronía, “subgénero que especula alternativas en que los hechos de la Historia se han desarrollado de una manera diferente a como los conocemos”. Y afirma que “a pesar de los noventa y siete años que han transcurrido desde su primera edición, se presenta ante nuestros ojos con una increíble frescura y una incuestionable pertinencia histórica”. Señala que, a pesar de ello, ha caído en el olvido y apenas se le dedica espacio en las historias de la literatura cubana, donde escasamente se le cita como una rareza en ese contexto. González se refiere a las causas de ese olvido, y sostiene que habría que buscarlas en cuestiones extraliterarias, y agrega que “no haríamos mal en desconfiar del antológico menosprecio de la Academia o la crítica seria hacia la ciencia ficción”.
Otro aspecto que destaca es que “la primera novela cubana de ciencia ficción no se puede tildar de escapista o enajenada, rasgos que injustamente se le han solido reprochar al género, ya sea en Cuba como en el extranjero, pues vemos que esta se halla firmemente adherida a una tradición histórica y unos ideales patrióticos independentistas. Esta adhesión es la que condiciona uno de los aspectos que encuentro más interesantes en la novela, que es, precisamente, el conflicto ético que trae consigo la solución encontrada para poner fin a la Guerra (…) Planas roza en su novela un punto sensible, todo un tópico ya de la ciencia ficción: el abuso de la tecnología que pudiera desencadenar un desastre de dimensiones inmanejables. Sin embargo, lo que pudiera haber sido motivo de mayores dilucidaciones se zanja de una manera bastante rápida: si no lo hacían los cubanos, alguien más habría de hacerlo, sin preguntarse por la eticidad del asunto y para el beneficio no precisamente de los más humildes”.
A propósito de la reedición de Obrador, González expresa que nos demuestra que una novela como La Corriente del Golfo “no debe pensarse, de ninguna manera, como un acto anacrónico y romántico de parte de sus editores o como un vano ejercicio de la nostalgia. Su vigencia es indudable al ser leída hoy, en 2017; sobre todo en Cuba, gracias al tipo de reflexiones que pone sobre el tapiz. Justo cuando nuestros líderes mundiales —los que hemos escogido o los que nos han tocado— ni siquiera se molestan en ocultar que les importa un bledo el medioambiente o el cambio climático, la voz de Planas resuena desde las páginas de su libro como un déjà vu pesadillezco de lo que pudo haber sido. Justo cuando en lugar de apaciguar viejos odios los avivamos vestidos con trajes nuevos, La Corriente del Golfo deja escapar un leve susurro de lo que aún podría ser”.
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