Estas pequeñas “joyitas”, reproducidas con sorprendente detalle y puestas en vitrinas con luz cenital, le dan el aspecto solemne a la instalación que se necesita para convocar el silencio ante estos símbolos de poder que engullen la palabra libre y nos devuelven a otro silencio; el de las ausencias, el de la censura; finalmente, el del crimen como política de Estado. Esta suerte de corona geopolítica compuesta por ocho “instantes definitivos”, yace virtualmente sobre la cabeza de un nuevo soberano, absolutista e invisible, que vocifera también: el Estado soy yo. Lo que esta vez, a diferencia de Luis XIV, su Versalles es el mundo. Para seguir leyendo…
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