Hace muchos años, cuando yo era estudiante de bachillerato tuve un encuentro con la Seguridad del Estado. Era una clase de Cultura Política sobre la democracia, un recuento que partía de los orígenes atenienses para muy rápido desembocar en la ley electoral cubana. Mi respuesta de estudiante causó tal preocupación a la Seguridad del Estado que terminaron por cerrar el preuniversitario urbano Manolito Aguiar, y casi me cuesta mis estudios de Física, la carrera que entonces quise estudiar y que me había sido preotorgada por concurso. Recuerdo que, como ahora, no sentí miedo, pero sí tristeza; un dolor que se me mezclaba con el impulso de una fuerza. En ese entonces no me detuvieron, pero sí me interrogaron. Venían acompañados del mismo repertorio de fabulaciones delirantes que todavía sostienen. Tan difícil les resulta aceptar la respuesta simple, clara y serena que mueve el sentido de lo justo y bueno. Para seguir leyendo…
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