La transfiguración del estado zoológico de la domesticación no concluye en la anomia de las profundidades del mar, sino en la posibilidad de otra legibilidad del mundo capaz de despejar el espacio entre mar y cielo. Esto Lobón lo intuye poéticamente en el final del libro: “…y el cielo volvió a ser azul”. Rodeado de los animales del zoológico, Frank no aparece como un nuevo pastor del rebaño ni como un Mesías infantil adánico, sino simplemente como la cancelación de una infancia sin futuro una vez que el parque zoológico se ha desficcionalizado. Para seguir leyendo…
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