Por causa de esta salación del coronavirus, he desarrollado una pertinaz agorafobia. Hace un año que no bajo a la calle. Ni siquiera salgo al portal. Cuando me da por la melancolía y el lirismo y eso, contemplo el crepúsculo desde mi terraza y va que chifla. Recibo a poquísimas personas: Mayerín, Susana, Maia y Zaet, Duanel… En fin, los sospechosos habituales. Y con muy escasa frecuencia, como quien dice de Pascuas a Ramos. Chachareamos por teléfono, eso sí, largo y tendido. Somos un atajo de parlanchines que no nos dejamos amedrentar por las nuevas tarifas de ETECSA y menos aún por la posibilidad, siempre latente, de que ciertos compañeros entrometidos nos escuchen sin pedirnos permiso. Para seguir leyendo…
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