En el caso de Las palabras perdidas (y de La piel y la máscara, como veremos a seguir), Díaz explora la indecisa frontera entre tales campos, dentro de lo que Lejeune sugiere como un «espacio autobiográfico», proponiendo un contrato con el lector en que a él le cabrá establecer posibles semejanzas entre «verdad» y «mentira», entre «realidad» y «ficción», siendo, probablemente, uno de sus primeros desafíos el de identificar quienes son de hecho las reales personas que inspiraron los cuatro personajes principales de la novela: Flaco, Rojo, Gordo y Una. Al referirse a esta novela, Julio Ortega dice haber descubierto con su lectura que «las novelas de Jesús Díaz son versiones libres de momentos extremos de brío vital», «que rescriben lo real con gracia entrañable” y que por eso «la condena política no lleva el peso de la literatura política: forma parte del horizonte de lo vivido, allí donde las puertas se cierran pero donde la novela deja una entreabierta». Para seguir leyendo…
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