Alfredo Herrera Sánchez: Mi vida en Granma / Cómo sobrevivir en la máquina de propaganda de Cuba

DD.HH. | Memoria | 3 de mayo de 2021

El Partido Comunista de Cuba es la organización política que dirige la mayor isla del Caribe desde hace más de 60 años y ‘Granma’, el periódico más importante del país, es su órgano oficial. También es el último lugar en el que hubiera querido trabajar.

‘Granma’ surgió de la liquidación de otros dos medios en 1965. En esa época, todo se fusionaba o desaparecía. La vorágine de la revolución más influyente de América Latina dejó pocas piedras sin mover.

Estados Unidos pasó de ser el padrino de la economía cubana a su enemigo más cruento. En un contexto marcado profundamente por la Guerra Fría, Cuba se alió con la Unión Soviética. Todo comenzó a copiarse de allá como si Varadero fuera igual a Siberia. El modelo de prensa ruso se calcó. Los medios alababan cada una de las políticas impuestas por el Gobierno. ‘Granma’ ha sido el mejor ejemplo.

Nombrado en honor al yate que trajo a Fidel Castro y su tropa desde México en 1956, ‘Granma’ ha encabezado uno de los aparatos propagandísticos más herméticos del hemisferio occidental. Eduardo Galeano, en su libro ‘ Espejos (una historia casi universal) ‘, decía sobre Fidel y las ventajas del periódico que lo beatificó: «Sus enemigos dicen que si Napoleón hubiera tenido un diario como el ‘Granma’, ningún francés se habría enterado del desastre de Waterloo».

Cuando nací, ‘Granma’ llevaba 31 años sin mover un grado su trayectoria. En 2020, me gradué de Periodismo en la Universidad de La Habana y solo había purificado aún más su proyección. De hecho, las impresoras donde reinaba el color rojo en las madrugadas se reemplazaron después de más de 40 años de explotación. No porque quisieron modernizar los rotativos, lo hicieron debido a la imposibilidad de encontrar piezas de repuesto para tanta obsolescencia.

Nuestro primer empleo

Con 60 años de ‘atrayente’ reputación, era el último lugar en el que hubiera querido trabajar. El resto de los medios respondía al mismo patrón, pero el diario del PCC siempre hizo gala de un plus retrógrado y áspero en su discurso, que lo desmarcaba irremediablemente. Cinco graduados en Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana fuimos elegidos para hacer arengas comunistas. Nos presentamos en ‘Granma’ sin cita previa la tarde del 27 de octubre de 2020.

Ningún jefe nos atendió. Al día siguiente, tampoco pudimos ver a la directora. No fue hasta el 30 de octubre que nos recibieron oficialmente ante el consejo editorial. Allí nos explicaron las reglas del juego. Había alrededor de 20 personas: la directora, Yailín Orta Rivera, sus tres subdirectores, Oscar, Dilbert y Arlín, el jefe de Nacionales, Nusa, el de Internacionales, Capote, la jefa de Cultura, Madeleine, el jefe de Deporte, Nacianceno, y la jefa de Atención al Lector, Hortensia, además de otro grupo de compañeros del área administrativa. Ocupaban una mesa con forma de I mayúscula romana.

A la izquierda de la directora estaba Arlín, la subdirectora responsable de ‘Granma Internacional’, una edición que se traduce a cinco idiomas, está presente en 38 países y llega a los turistas en los hoteles para legitimar una buena imagen del comunismo isleño. A su derecha, la jefa tenía a Dilbert, el subdirector que atiende los asuntos editoriales del periódico tradicional. Los tres tenían ojeras y aparentaban mucha más edad de la real.

Yailín comenzó un repaso de los trabajos más consultados en la web. El trabajo más leído no superaba las 6.000 entradas y abordaba lo acontecido en la última sesión del congreso cubano: la Asamblea Nacional del Poder Popular. Explicó la preponderancia de los temas políticos en su diario y cómo los lectores avalaban los contenidos de ese tipo. En realidad, no tienen otra opción. La política en ‘Granma’ está presente hasta en las secciones de Cultura y Deportes al atacar a artistas contestatarios o invisibilizar a atletas que abandonaron el país. El contenido del diario siempre ha sido 99% político y el 1% restante para los créditos del equipo.

La grabación de audio que hacía con mi celular permitió captar instantes como este de Yailín:

«Granma’ sale todos los días con medio millón de ejemplares. Estaba haciendo una evaluación, el día que cumplimos 55 años, de todos los grandes periódicos del mundo en la relación cantidad de tiradas contra densidad poblacional. ‘Granma’ es uno de los pocos periódicos que conservan esa semejante tirada, casi todo el mundo ha disminuido la impresión. Revisamos hasta ‘El País’ en España y para nada, revisamos el ‘Washington Post’ y el ‘New York Times’ y las diferencias no son tantas en cuanto a ese concepto».

«Entonces es algo privilegiado que tiene este periódico, que tiene este país, tener esa cantidad de ejemplares», prosiguió la directora. «Juventud Rebelde’, que es el segundo de más tirada, tiene 200.000 diarios y 215.000 los domingos. Tenemos ocho páginas nada más porque la cantidad de toneladas de papel que se consume es altamente subvencionada. El papel por el mismo bloqueo hay que buscarlo en mercados muy lejanos y no es que tenga la máxima calidad. Es un papel que le faltan las condiciones químicas en su composición por también abaratar los costos. Nuestra prensa se ve amenazada por eso, porque se deteriora muy rápidamente».

La visión de Yailín era difícil de empeorar, pero lo más probable es que nunca el periódico principal de un país haya tenido un formato tabloide con solo ocho páginas. Con ese reducido espacio, ‘Granma’ ha simulado exponer la realidad de la sociedad a la que se debe durante los últimos 30 años.

El discurso que comenzó a proyectar el nuevo periódico a partir de 1965 constituía la línea a seguir por los pocos medios que le harían ‘competencia’. Para 1969, tras caer ‘El Mundo’, el último de los grandes diarios cubanos, solo ‘Granma’ y su hermano menor, ‘Juventud Rebelde’, circulaban en toda Cuba. ‘Granma’ también era como Fidel: llegó y mandó parar.

Yailín continuó la charla, presentó a todo el consejo y se detuvo al llegar a una señora: «Hortensia, nuestra jefa de Atención al Lector. Uno de los equipos de atención a lectores que más casos procesa. Todo se tramita con los organismos convenientes, se les acompaña y se les da acuse de recibo para que sepan adónde deben enfocar su caso. Nos gusta siempre llevar cada caso, por muy agotador que sea».

Esto significa que ‘Granma’ tiene un equipo de trabajo para atender quejas de la población sobre cualquier tema. Si un cubano se quedó sin cobrar su pensión, puede escribir a ‘Granma’, si tuvo un error la factura telefónica, puede escribir a ‘Granma’ o si el ómnibus en el que viajaba se rompió y no pudo llegar a su destino, también puede escribir a ‘Granma’. Esa es una de las poquísimas vías que tiene un cubano para quejarse de algo, porque es ilegal protestar contra el Estado o demandarlo.

Bienvenidos todos a su periódico

«Entonces, bienvenidos todos, Israel, Lisandra, Liuba, María y Alfredo, a su periódico», dijo Yailín. «Nuestra intención es no solo formarlos como buenos profesionales sino como seres de bien. Aspiramos a que todos los saberes extraordinarios que tienen los redimensionen en función de una obra colectiva. A una obra donde no trascienden a sus páginas ni nuestros amigos ni nuestros familiares, o cualquier persona en función de una prebenda o que nos regale algo, aquí solamente es el compromiso con la verdad, es eso lo que tratamos de hacer de nuestra cotidianidad. Hay muchos prejuicios alrededor de ‘Granma’, a veces hay muchos estereotipos. En fin, lo que más desea el enemigo [USA] es que ‘Granma’ no exista, ser de ‘Granma’ es un compromiso superior, por lo que significa ser el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba. No es que se escriba desde el teque, no es que se escriba desde las frases hechas. Cuando pase eso, van a ver que se les va a eliminar y se les va a buscar que tengan más belleza, más profundidad, más altura. Pero cada palabra que pongan implica un compromiso ético y un compromiso político también, con una obra que defiende a un pueblo heroico, heroico, de una resistencia extraordinaria».

Cuando habla del enemigo, el aire que rodea su cuerpo parece que se calienta. El enemigo en Cuba lo mueve todo. Todo es como es por culpa del enemigo. Tuvimos uno de los ejércitos más grandes y mejor armados de Latinoamérica en los años ochenta, para esperar al enemigo. De cada 10 noticias internacionales publicadas en cualquier medio cubano, nueve son de la cruda realidad del enemigo, y los niños dicen en las escuelas que serán como el Che para no ceder ante el enemigo ni un tantico así.

La directora de ‘Granma’ parece una persona convencida de lo que dice. Hasta hace poco, no comprendía a personas dogmáticas como ella. Pero cuando comencé a leer la novela ‘1984’, entendí muchas cosas. Yailín fue entrenada metódicamente para hablar así y para pensar así. Yo también recibí parte de ese entrenamiento; todos los cubanos nacidos después de 1959 hemos recibido parte de ese entrenamiento.

Los cuadros son personas sin autonomía: la libertad de decidir es un pecado para ellos. Entregan su vida al sistema porque el sistema les dio la vida. Casi todos dicen que la Revolución cubana les permitió estudiar y convertirse en personas de bien, cuando en realidad solo los convirtió en un bien más.

Después de la bienvenida, escogí la sección de Nacionales. Antes de terminar el encuentro, le pregunté a la directora cuál sería nuestro contenido de trabajo y cuánto cobraríamos.

«Cobrarán 865 pesos mensuales como adiestrados», es decir, unos 30 euros.

Entonces le expliqué que todos los medios pagaban el salario total (1.425 pesos, 49 euros) a los periodistas que se incorporaban de la universidad para estimularlos. El mismo presidente, Díaz-Canel, lo sugirió en julio de 2019 cuando se aumentó el salario del sector. Yailín explicó que nosotros cobraríamos como adiestrados y para recibir 1.425 pesos y obtener una plaza fija, tendríamos que demostrar nuestras competencias profesionales. Ese adiestramiento podía durar de seis meses a tres años.

Sobre la directora había una gran consola de aire acondicionado que aplacaba el fuego surgido en mi interior a partir de su respuesta. La impotencia que sentía era incontrolable. Yailín no quería cubrir sus vacantes. Todas las redacciones de ‘Granma’ tenían plazas vacías porque, antes de entrar, los nuevos ya pensábamos en cómo salir.

Nusa, el jefe de Nacionales

El ambiente se caldeó, ella no entendió, y al final cobraríamos la mitad de lo recibido por nuestros compañeros en otros medios. Fue muy desalentador para los cinco. María y yo vivíamos alquilados e Israel tiene una hija pequeña. Necesitábamos ese dinero. Terminada la reunión, María, Liuba y yo salimos con Nusa, nuestro nuevo jefe.

Nusa es un hombre de 59 años y dos metros de altura. Señalaba a varios colegas longevos colgados en la pared y expuso cuán ilógico le parecía que cobráramos lo mismo que ellos. Dijo que eso había que ganárselo con trabajo.

Juan Diego Nusa Peñalver es de esos personajes cubanos que no se olvidan con facilidad. Me producía una sensación rara escucharlo. Una parte de mí deseaba gritarle que el dinero necesario para sustentarme no era un privilegio por el cual debía competir. Pero a la vez quería ponerle la mano en el hombro y decirle: «Ay, Nusa, qué menso eres. Qué jefe podrás ser tú si no valoras la estimulación en un profesional». Al final, no dije ni hice nada.

«Fíjense, aquí hay que estar claro en una cosa, un periodista en Cuba es un político», aclaró Nusa mientras merendábamos. «Nosotros estamos para defender a la revolución, no para echarle a la revolución, lo que no quiere decir que no critiquemos lo que esté mal hecho, que no lo cuestionemos».

Le respondí que el ‘Granma’ no critica con frecuencia.

—Noo, te equivocas, tú no lees ‘Granma’.

—Yo sí leo ‘Granma’.

Nusa se desentendió y siguió comiendo. Podían pasar meses sin que el órgano oficial del PCC u otro medio cubano publicaran un trabajo negativo. Carlos Varela dice en su canción ‘La política no cabe en la azucarera’, de 1994: «Todos quieren vivir en el noticiero, allí no falta nada y no hace falta el dinero».

En el ‘lobby’, nos presentó a una mujer que requisa los bolsos de todos cuando entran o salen del edificio. Nusa dijo que así evitan la colocación de una bomba en el periódico. Hace muchos años que la oposición cubana apenas se hace notar de manera violenta, pero mi jefe seguía preso de una época que ya pasó.

Llegamos a la redacción y nos presentó a la periodista y la asistente que estaban de guardia. Gladys era una colega adiestrada y ganaba 865 pesos. Nusa no paraba de señalarla y hablar de ella. Cuando el jefe nos miraba, la chica no podía contener la risa. Yo lo increpé y le pregunté si él podía vivir de su salario. Su labia punzante de dirigente socialista se ausentó cuando dijo «bueno, yo tengo una hermana en Suiza que me manda algo y mi mujer…».

Yo no tenía hermana en Suiza y mi novia, también periodista, cuestionaba mi nuevo salario. Había que respirar profundo.

Nusa nos presentó unas computadoras obsoletas y dijo que serían nuestras estaciones de trabajo. Microsoft dejó de actualizar el soporte para Windows XP hacía más de un año, pero nuestras ‘estaciones de trabajo’ tenían aún ese sistema operativo.

El periódico como papel higiénico

El lunes 2 de noviembre nos dieron a leer varios panfletos en Recursos Humanos. El contrato que firmamos era solo una hoja de papel. Rápidamente, comprendimos que tendríamos más deberes que un soldado y menos derechos que un homosexual en Arabia Saudí.

Después de almorzar, me llevé una sorpresa en el baño. En Cuba, las personas usan el periódico para muchas actividades más allá de la lectura: envuelven objetos fríos, secan el orín de mascotas y los restaurantes ‘vintage’ de la Habana Vieja lo pegan en sus paredes. Pero de todos los usos alternativos del diario comunista, hay uno que destaca sobre los demás: limpiarse tras defecar. Siempre ha sido algo común en los hogares debido a la escasez crónica de papel higiénico.

Lo que vi en el baño del cuarto piso del ‘Granma’ fue una cajita de madera con recortes del periódico destinados al trasero de los trabajadores. Luego comprobé que esos recortes eran colocados en todos los baños del edificio por el personal de limpieza. Pregunté a las muchachas de Recursos Humanos, a una asistente y a las periodistas más avezadas de Nacionales: nadie comprendía mi asombro. Limpiarme el culo con mi trabajo me resultaba cuando menos vulgar, pero quién era yo para cuestionar las tradiciones granmenses. A fin de cuentas, la legitimidad de una estupidez depende de su arraigo.

El inicio de nuestras aventuras estuvo matizado por otras decepciones. Nusa nos dijo que no tendríamos derecho a la compra de fin de año que hacen los periodistas de todos los medios cubanos. Ahí se puede obtener a precios risibles desde ropa hasta champú, productos ausentes en el país hacía meses. El listado de personas para esa compra subvencionada no nos incluía porque se realizó con tiempo de antelación. Llegamos tarde a ‘Granma’ y ‘Granma’ no tenía intención de llegar a nosotros.

«Limpiarme el culo con mi trabajo me resultaba cuando menos vulgar, pero quién era yo para cuestionar las tradiciones granmenses»

Yo me insulté y le dije a Nusa cuán injusto era carecer de esa compra. Cuando intentó poner parches ante mi torrente de ira, dijo que la cantidad de personas a comprar respondía al presupuesto disponible para tal menester. Era el colmo de los colmos: el periódico ‘Granma’ no tenía presupuesto para respaldar una compra subvencionada por el Estado, donde no mediaba el dinero y sí la ansiedad de unos profesionales carentes de ropa y zapatos.

Mientras ‘Granma’ me provocaba los primeros dolores de cabeza, estaba pendiente de las elecciones en el enemigo. Los cubanos esperaban que Donald Trump fuera vencido por Joe Biden para que el longevo demócrata trajera turistas y remesas a la Mayor de las Antillas. ¡Qué manía la de esta isla de mirar siempre para afuera!

El martes 3 de noviembre Nusa trató de frenar nuestros reclamos en el salón del consejo de dirección, lugar de la histórica bienvenida. En la mesa con forma de I nuestro jefe intentó convencernos de que Granma no violaba la ley y yo le respondí que incumplía una orientación del presidente de la república y la ministra de Trabajo.

Toda la dirección estaba al tanto del problema del salario y ninguno hacía nada. Aunque me había propuesto ignorar el asunto, cada día sentía menos deseos de trabajar en ‘Granma’ y más impotencia ante la injusticia que se cometía. Era un panorama desolador en el que nos encontrábamos, porque los periodistas que llevaban un año, dos o casi tres de servicio social aún cobraban lo mismo.

Un caso particular me dejó impactado. Se trata de Milaisy, una periodista incorporada al yate comunista en 2019. A propósito del tema salario, nos explicó que su jefe en la redacción de Internacional, Raúl Antonio Capote, propuso darle una plaza fija y mejorar su paga por el buen desempeño que había tenido. Yailín adujo que, aunque Milaisy trabajara mucho y se esforzara, eso no significaba que debía ganar más.

Perdimos el tiempo toda la tarde hasta las 15:30. A esa hora, la merienda detenía las actividades en el periódico. La fila comenzaba en el ‘pantry’ y ocupaba parte del ‘lobby’. Todo por el vaso de yogur, un pequeño pan con salchicha y el puñado de galleticas dulces que a todos nos vendían a bajo precio. Como estas últimas despertaban simpatía en las masas de ‘Granma’, y tenían una estrella en el centro similar a la del mítico dirigente comunista asiático, las bauticé como galleticas proletarias de Mao. Guardé parte de mis galletas y el pan de María porque ella no lo quería. Con eso desayunamos al día siguiente mi novia y yo. Como cualquier otro alimento básico, el pan escaseaba mucho en La Habana.

La última hora en ‘Granma’

María comenzó a gestionar con Nusa su primer trabajo. Quería cubrir un evento auspiciado por una fundación extranjera que se desarrollaría en un espacio privado de promoción cultural. Nusa le dijo que debía averiguar a quién entrevistaría para no tratar con disidentes o mercenarios. El ‘Granma’ no puede dar cabida a personajes como esos. Según explicó, un periódico como este, con tan poco espacio, no puede dar líneas a asuntos de dudosa o enemiga procedencia.

Las asistentes de redacción de Nacionales me explicaron que debía fijarme en un papel colgado en nuestro departamento para saber qué día me tocaba la guardia. Yo dije que no haría guardia y ellas se asombraron.

En las redacciones de casi todos los grandes medios de comunicación del mundo, se realizan guardias editoriales para que uno o varios periodistas reflejen cualquier hecho noticioso de última hora. ‘Granma’ no quería ser la excepción, aunque rara vez conquistaba una primicia.

Liuba y María me acompañaron a ver a Milaisy. La experimentada adiestrada (valga la contradicción) nos dijo que teníamos que hacer las guardias, que no teníamos alternativa. De ahí fui solo para Recursos Humanos porque las chicas ya se habían resignado. Allí pregunté qué debíamos hacer nosotros de acuerdo a nuestra condición de adiestrados. Me explicaron que nuestro jefe debía entregarnos el plan de adiestramiento que había diseñado, más allá de eso no teníamos funciones asignadas. Si tenía más dudas, podía consultar al subdirector administrativo y este casualmente entró por la puerta. Dijo que preguntaría cómo organizar las guardias con nosotros.

Cuando llegué a esa última parábola de peloteo, las orejas me ardían sobremanera. ¿Cómo nadie podía decirme qué debía hacer en mi nuevo trabajo? ¿Nusa había diseñado nuestro plan de adiestramiento? ¿Nos lo iba a mostrar? ¿Cuándo pensaba hacerlo? Al salir de Recursos Humanos, no sabía a dónde ir.

Tenía básicamente dos opciones: revisar el famoso papel de las guardias y hacerla cuando me tocara, o pelear una batalla contra un enemigo invisible. Sí, porque el burocratismo cubano no tiene rostro, solo puedes ver sus tentáculos cuando te aprisiona el cuerpo de la manera más sutil y desgarradora posible. Lo sientes, pero no lo tocas, lo increpas, pero no responde; te mata, pero no te paga.

Después de la jugada crítica con las guardias, continuamos la jornada de pérdida laboral de tiempo. Seguir los resultados electorales en USA era un buen ‘hobby’. Biden parecía ganar y la tensión se concentraba en Nevada. El demócrata tenía proyectados 264 votos electorales y con los seis del estado plateado podía obtener el pasaje a la Casa Blanca.

No habíamos hecho nada hasta aquel minuto y Nusa entraba y salía sin mirarnos, sin hablarnos. Quizás en su mente ya nos había dado una nueva función: objetos decorativos de la redacción de Nacional. En una de esas entradas repentinas del jefe, Liuba lo increpa con una pregunta:

—Nusa, ¿nosotros tenemos el visto bueno del medio para pasar cursos y posgrados?

—¿Pero te refieres a hacerlo ahora Liuba?

—Sí, sí.

—Bueno, ahora ustedes no deben estar para eso. Ya estuvieron cinco años en la facultad. Ahora lo que tienen que hacer es trabajar y esforzarse aquí con nosotros. Ustedes ya no necesitan superarse.

Liuba entró en ‘shock’ con aquello, no lo podía creer. Se quedó de pie mientras Nusa volvía a salir y poco a poco volteó hacia María y yo para compartir su decepción. Era muy raro ver a Liuba indignada con algo. Ella conserva un tino envidiable ante las vulgaridades de ‘Granma’, pero aquello la había desbordado. Se sentó junto a nosotros, colocó su mano izquierda en la frente y cabizbaja miró hacia el cartón de bagazo del escritorio. ‘Granma’ no solo explotaba económicamente, sino que impedía cualquier desarrollo académico de sus periodistas. El panorama no podía ser peor, al menos yo no lo podía imaginar peor.

Esa tarde, en la cola para las galleticas proletarias, saludé al jefe de la redacción Deportiva. Era un señor mayor, jovial, y aunque solo habíamos coincidido en la reunión de bienvenida, siempre me saludaba. Estaba desesperado porque la fila no adelantaba y tenía prisa. En un lamento, me dijo: «Desde que comenzaron a dar esas galleticas, todos los días tengo que venir a cogerlas para llevárselas a mi nieto. Con ellas, su madre le prepara la merienda de la escuela».

Aquellas palabras me jodieron y alegraron la tarde. Fue triste pensar cómo ese abuelo se sacrifica y lucha contra la escasez de alimentos que hay en Cuba, pero a la vez comprendí que no todo muere dentro de una sociedad en crisis. El amor se multiplica cuando lo poco que hay se comparte. Así sobrevive el cubano de a pie, así quiere a su nieto ese periodista. El niño seguro no piensa en Mao cuando muerde la estrella de las galletas de ‘Granma’, pensará en su abuelo y quizá con eso, ya sea feliz.

Anécdotas culinarias de lujo

El 5 de noviembre en la redacción todo seguía igual, Biden concretaba su victoria, yo no tenía nada que hacer y Nusa andaba como loco de aquí para allá sin mirarnos. De pronto levantó la mano derecha y con el índice extendido dio la siguiente indicación: «Necesito que busquen y me presenten alguna información. Revisen todas las páginas de los ministerios y los tuits de los ministros». Nos dimos a la tarea de crear una lista enorme de todos los organismos y sus directores para colgarla en la pared frente a nosotros. Dimos así los primeros pasos como comunicadores institucionales para alejarnos del periodismo.

Liuba quería cambiarse para la sección de Internacional. Ya había valorado las opciones disponibles y soportar por tres años a Nusa no estaba a su alcance. Quedaba a la espera de una respuesta de Capote y contaba los minutos para escapar. Ya uno de los tres trataba de zafarse de aquello y yo me preguntaba hasta cuándo podría aguantar.

Cuando María regresó de su primera cobertura, le presentó el texto a nuestro jefe. Este impuso la superioridad magnánima de su cargo para hacer una entrada nueva en la nota informativa. Trataba de una donación de cinco millones de dólares hecha por Rusia.

Nusa explicaba que hay que ponderar lo ponderable y en este caso era la relación Cuba-Rusia. Una relación fuerte y estratégica que Granma debía ensalzar tanto como fuera posible. Comentó que no se debía dar mucha importancia a los detalles de cómo se emplearía el dinero. Resulta que los cinco millones de dólares estaban destinados a fortalecer la merienda escolar cubana en la enseñanza secundaria. Al día siguiente el trabajo de María se publicó con la firma de nuestro jefe. Nusa canalizó el trabajo por su perfil porque María no tenía usuario en la web interna y los montadores lo acreditaron a él. Era el primer trabajo de los ‘nuevos’ y no quedaba registro público de su verdadero autor.

El almuerzo estaba bueno porque había pollo asado. Comencé a disertar con las chicas de lo mucho que uno piensa en comida al vivir en Cuba y lo útil que resulta tenerla asegurada para dedicarle neuronas a otras cosas. En eso llegamos a la redacción y Nusa hizo algunas anécdotas culinarias de lujo. Contó cuán diferente a la sopa del almuerzo era la ‘solianka’ rusa que se podía tomar en varios lugares de La Habana a finales de los años ochenta. Explicó que días antes de que un incendio acabara con el restaurante Moscú en el Vedado, él degustó allí el famoso caldo siberiano junto a un exquisito bacalao a la vizcaína.

Nusa habló de aquello con brillo en los ojos y sus anécdotas aletearon en nuestras mentes como un bacalao en celo. Yo le dije que nunca había comido bacalao, que en aquella época Chucho Valdés lo comía con pan, pero mi contexto económico-social no me había dado el ‘privilegio’.

Ante la necesidad de darle un vuelco a mis ruinosas jornadas de adiestramiento, le dije al jefe que deseábamos visitar el archivo del periódico. Anita, la más veterana trabajadora del lugar, tenía 80 años como mínimo. Nos presentó al equipo de trabajo y con una cojera pronunciada, la mujer de cabello blanco nos llevó a cada cubículo del Centro de Documentación de ‘Granma’.

Levantaba suavemente las manos para decir: «Aquí están los negativos del Che, esta es la colección de Korda o por allá tenemos las fotos de los viajes de Fidel al extranjero». Nuestros ojos recorrían verticalmente aquellos estantes de madera rusa mientras el olor a papel viejo se nos impregnaba en la ropa. Todo estaba maltrecho y Anita aclaró: «Los años son los años querido, yo era una pepilla antes y mira como estoy». Desde ediciones especiales de ‘The New York Times’ hasta los tres tomos del gran ‘Libro de Cuba’ estaban atesorados en aquel lugar. Una biblioteca y dos salones repletos de anaqueles guardaban la historia del periódico más importante de Cuba y su relación con el mundo.

Le pregunté por Levi Marrero y no lo conocía. Desde hacía un tiempo había intentado conseguir algunos de sus libros, pero en Cuba son muy difíciles de hallar. Lo buscó en los ficheros y nada. Levi es uno de los muchísimos intelectuales cubanos vetados por el sistema.

Al día siguiente disfruté mucho el almuerzo. En un lugar donde casi nada funcionaba bien, dentro de un país que hizo cotidiano el hecho de que casi nada funcionara bien, la comida era buena y se ofertaba con un servicio de calidad. Cuando salimos del comedor, Nusa nos convocó para una reunión en el mismo salón de la ‘calurosa’ bienvenida y la injusticia salarial. Nuestro jefe nos puso delante una hoja de papel con el siguiente encabezado: ‘Anexo 1 de la Resolución 6. Relación de cargos de la prensa, atribuciones, obligaciones y requisitos de calificación formal. PERIODISTA. Atribuciones y obligaciones…’

A partir de ahí había nueve puntos a cumplir y Nusa reencabezó:

– Eso que tienen delante es su contenido de trabajo.

Cuando oí aquello me moví sobre la butaca lentamente. Le pregunté si nosotros teníamos que cumplir con las obligaciones como cualquier otro periodista y me dijo que sí. Entonces le expliqué que según nuestro contrato y todas las leyes que lo amparaban los adiestrados no tienen funciones de ningún tipo salvo aquellas recogidas en el plan de adiestramiento. Él contestó que ese papel era nuestro plan de adiestramiento.

Nuestro estatus era injusto y contradictorio. Básicamente, ‘Granma’ nos pagaba como adiestrados, pero nos exigía como periodistas a tiempo completo. Nusa dijo que teníamos que cumplir o cumplir; no teníamos alternativa. Luego María comenzó a replicar por el noveno de los puntos. Dicho apartado decía que teníamos que crear y mantener perfiles en redes sociales que estuvieran en función de los intereses del periódico. Yo había oído historias de colegas sancionados porque no querían compartir en Facebook sus trabajos.

«Había oído historias de colegas sancionados porque no querían compartir en Facebook sus trabajos»

¿Por qué un periodista cubano no quiere socializar en la red los contenidos que genera en su medio de prensa? ¿Por qué ese medio de prensa obliga a los periodistas a hacer algo que no quieren? Al final no importaba el por qué, el punto era que hasta nuestros perfiles en redes sociales tenían que estar al servicio del órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

Como si el debate no rebosara de texturas y sabores, Nusa agregó una nueva especia que redondearía la ácida amargura de aquella reunión.

– Esto de las redes sociales es muy importante porque ahora, con la nueva administración del enemigo, viene hacia Cuba una nueva política, la de Obama. Y ustedes tienen que combatir la subversión del enemigo en redes sociales.

Cuando un tipo como Nusa le habla a un joven cubano de combates y enemigos, este último se ríe. Como nos reímos María y yo al mirarnos.

Luego de la reunión con Nusa, Lisandra nos explicó en la cola de la merienda que la gestión de Capote con la directora para el traslado de Liuba no dio frutos. Liuba ni siquiera pudo merendar. No le quedaba de otra a mi compañera, tenía que seguir zozobrando en Nacionales.

Mi primera cobertura periodística

El martes 10 de noviembre rompí la inercia en Granma. Tuve mi primera cobertura periodística. Cubrí la convocatoria oficial del Foro Empresarial 2020 del Ministerio de Comercio Exterior (MINCEX). Ese emporio estatal tiene una casa de protocolo en el aristocrático barrio de Miramar y allí fue la conferencia de prensa. El MINCEX controla todo el comercio que entra o sale del país excepto el contrabando practicado por personas naturales.

Antes del 2013 era muy difícil salir de Cuba. Si lograbas hacerlo, el gobierno confiscaba todos tus bienes porque pasabas a ser un traidor y enemigo irreconciliable de la patria. Pero en ese año una reforma migratoria eliminó la mayoría de las trabas para viajar y un grupo no despreciable de cubanos comenzaron a traer del exterior todo cuanto escaseaba en la isla, para lucrar con amplios márgenes de ganancia.

Allí estaba yo para promocionar los intereses del MIMCEX en Granma. Nada nuevo.

El salón del evento estaba ocupado por mis colegas del patio y los corresponsales de los principales medios de prensa extranjeros acreditados en la isla. No faltaba nadie. Desde AP hasta teleSUR querían cubrir cada oportunidad de negocios en un país totalitario que, para evitar la ‘actividad económica ilícita’, les prohíbe a los viajeros importar más de 10 vestidos o más de 20 maquinillas de afeitar desechables.

A las 11 de la mañana entró al recinto el ministro Rodrigo Malmierca y tomó asiento en un buró largo repleto de micrófonos. Explicó todos los detalles del foro y no escatimó en elogios para el ‘magno’ evento.

Al concluir su alegato el ministro preguntó si alguien tenía dudas sobre el tema explicado y la periodista de AP metió la cuchareta. La corresponsal mencionó a Joe Biden, quien ya había ganado las elecciones, y preguntó si el foro tributaría a las posibles oportunidades que se abrirían para Cuba con una administración demócrata. Malmierca se molestó al oír el nombre del enemigo e interrumpió a la periodista:

– El foro será beneficioso para Cuba con o sin elecciones en Estados Unidos.

Ese señor tiene las cejas fruncidas de manera natural, por eso cuando se irrita, su rostro lo expresa doblemente. Divertía ver a aquel hombre pavoneándose en la silla mientras clavaba los ojos en la valiente periodista que osó mencionar al enemigo del pueblo cubano.

Mientras esperábamos el transporte para regresar a ‘Granma’ vimos llegar a más de cien diplomáticos a la casa de protocolo. El de Japón llegó en un Lexus y el de Sudáfrica en un BMW; aquello si era un espectáculo. Ver —y solo ver— autos de lujo en Cuba es muy difícil porque la mayoría de los automóviles que circulan en la isla son americanos (de más de 60 años) o soviéticos (de más de 30 años). Señores excelentísimos con trajes excelentísimos eran recibidos como reyes por los edecanes del lugar. Ninguno abría la puerta del auto y ninguno hablaba con nadie. En realidad, tampoco miraban a nadie; eran así, excelentísimos. Me pregunté: ¿cómo los trataría Malmierca? ¿Cómo lucirían sus cejas?

De vuelta al yate transcribí todo lo expresado por el ministro y luego almorcé. Nusa me informó que tenía 30 líneas y que lo más importante no era el foro en sí, sino el papel que jugaba dentro de la nueva estrategia económica aprobada por el gobierno. Por lo tanto, mi ‘lead’ debería ponderar eso para darle un sentido aún más propagandístico a la noticia.

Propuesta de tema

Nusa me envió a Diseño para que viera cómo se montaba una página del órgano oficial del Partido Comunista de Cuba. Allí hacía mucho frío y los diseñadores no hablaban; por eso me fui para la redacción deportiva que estaba al lado. Le planteé a unos colegas mi idea para hacer un reportaje sobre los problemas que trae jugar béisbol de día en Cuba.

Desde hace unos años solo se puede jugar pelota de día porque de noche hay que alumbrar los estadios con luz artificial. Esa luz artificial funciona con corriente eléctrica y esta última se produce con diésel importado. Como Cuba está en crisis desde hace 30 años, no puede comprar combustible para generar toda la electricidad que necesita. Entonces, como hay que ahorrar corriente, no se puede jugar pelota de noche.

Esa decisión fue vertical e irrefutable. Desde que se puso en práctica, la calidad de los juegos y el seguimiento del espectáculo deportivo por la afición han caído. «Pero mijo, para qué vas a hacer eso si ya tú sabes lo que te van a decir. Que si no hay corriente, que si no hay petróleo…», me dijeron aquellos longevos colegas.

Desde hace unos años solo se puede jugar pelota de día porque de noche hay que alumbrar los estadios con luz artificial

«Profe», dije a Sigfredo Barros, veterano que ha llevado el béisbolen Granma desde hace 50 años, «hay que hacer algo porque eso de jugar de día está acabando con la pelota cubana».

«Bueno, lo puedes hacer», me lanzó un joven sentado tras una computadora, «pero debes prepararte para que la directora o el Comité Central del PCC impidan la publicación del trabajo».

Mi cara de asombro suscitó un cometario de Nacianceno, el jefe de la redacción: «Bienvenido a ‘Granma».

El hombre con los brazos extendidos naturalizó de manera jocosa la posible censura y señaló al techo para rematar: «Esa orden vino de arriba muchacho, contra eso no hay quien pueda».

Después de oír todo aquello, Nusa me dijo en Diseño que no debí permitir que imprimieran la página de prueba sin que él la revisara. Explicó que debía ahorrarse el papel y la tinta porque costaban muy caros y el país estaba en crisis. Todo por una hoja de papel. La dignidad de una sociedad cabe en una hoja de papel.

A las seis de la tarde, Nusa revisó mi trabajo. Hizo algunos ajustes y desajustó mi texto. No le importó poner tres oraciones subordinadas en un párrafo de cinco líneas o desinformar con un ‘lead’ pésimo. Nusa era Nusa y yo estaba loco por irme. Así que le dije adiós y dejé mi reputación en sus manos.

La isla que no come pescado

El 11 de noviembre el aporreado de pescado del almuerzo estaba exquisito. Me sirvieron bastante y disfruté el banquete del mar. Cuba es una isla y sus habitantes casi no comen pescado. Existen muy pocos lugares donde se puede comprar, y la ración que el gobierno les daba a todos fue sustituida por pollo desde hace años. A veces pasan muchos meses sin que uno pruebe cualquier tipo de alimento marino. Por eso mi almuerzo era genial.

Al llegar a la redacción revisé el periódico impreso y vi mi nota en la página dos. Después de leerla me avergoncé un poco. Estaba molesto. Yo le había explicado a Nusa cuán necesario era agregar un punto y seguido para evitar que aquello fuera un desastre, pero no quiso arreglarlo. Él, desgraciadamente, no iba a firmarlo.

Cuando vi a mi jefe ese día le comenté que me sentía mal porque el párrafo segundo de mi trabajo era una jerigonza. Respondió que el texto fue revisado por el resto del equipo editorial del periódico y yo debía ser humilde ante los señalamientos. Nada de aquello respondía al maldito punto y seguido que no quiso colocar. Era increíble cómo se esfumaba cualquier posibilidad de resolver o aclarar algo cuando él empezaba a hablar. Al final lo llamaron por teléfono y aproveché para bajar a la merienda. Nusa estresaba y las galleticas proletarias calmaban.

En la merienda pude asegurar dos raciones de galletas, dos panes y dos vasos de yogurt. Todo para desayunar al día siguiente en casa. Debía aprovechar las bondades de ‘Granma’.

Cuba tiene los mejores índices de Latinoamérica en áreas como la salud, la educación y el deporte, pero el Estado (que controla la economía) no tiene la capacidad de brindarle pan a sus ciudadanos. La población de la mayor isla del Caribe no se alimenta con macroindicadores o logros científicos. Eso el gobierno no lo entiende.

Tenía guardia esa tarde y encontré una mejor forma de perder el tiempo: vi el programa radiotelevisivo ‘Mesa Redonda’. Trataba de las elecciones en Bolivia y su repercusión en el panorama de la izquierda latinoamericana. Luis Arce había recibido más del 55 por ciento de los votos electorales, pero Cuba hacía más de setenta años que no realizaba una elección presidencial. El PCC quita y pone a quien desee en el poder. El partido es el ente superior de la sociedad según el artículo 5 de los principios fundamentales de la Constitución. Así son los medios cubanos, tienen miopía para la realidad propia, pero afiladas lupas para el acontecer extranjero.

El profe Sigfredo

Al día siguiente encontré en la escalera del diario al profe Sigfredo. Dijo que esperaba su cumpleaños 75. Recordó que en 1970 llegaron sus primeras letras al rotativo comunista y como trabajo voluntario iba a cortar caña para la zafra los fines de semana. Cuenta Sigfredo que hace 50 eneros hacía tremendo frío en Güines y la dulce gramínea era dura con ese tiempo. «Fue muy fuerte para mí, yo tenía tu edad cuando aquello, tremendo machete tuve que dar».

En el 70, Fidel se propuso fabricar diez millones de toneladas de azúcar y varios especialistas le explicaron que muchos factores impedían alcanzar esa meta. Él no escuchó y convocó a una de las mayores movilizaciones obreras de la historia latinoamericana. Todos los cubanos trabajaron en el empeño y al final la lógica venció al capricho. La paralización del resto de la economía dejó en quiebra a un país que intentaba rehacerse a sí mismo, que quería alcanzar las estrellas de un salto.

El profe recorrió mentalmente su hoja de servicio a la revolución y llegó al entrenamiento militar que realizó durante meses para combatir en Angola. A la postre, no tuvo que usar un AK-M en África; otros jóvenes ya estaban allí para dar o salvar vidas. Intervenir en la guerra de Angola también fue idea de Fidel. Sigfredo se preguntaba luego qué no había hecho por este país, qué pedazo de su vida no le entregó. Indagar en eso, decía, le resultaba interesante.

Mi segunda cobertura fue con el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR). Era un acto conmemorativo por el aniversario del Colegio de Defensa Nacional (CODEN), situado en las afueras de La Habana. Después de que unos repentistas entonaran décimas a favor de la Revolución y en contra del enemigo, seguimos al teniente coronel Díaz —personaje que nos guiaba todo el tiempo— hasta un local con una mesa central y asientos. La mesa tenía galleticas, bombones, caramelos, tartaletas dulces y saladas, rodajas de pan aderezadas, palitos de jamón y queso, cabezotes en almíbar y para tomar había ron Havana Club Reserva, vino, malta, refresco y agua embotellada. Excepto el ron y el agua, ninguno de estos productos existía en tiendas cubanas desde hacía casi un año.

Solo contados organismos inventariaban todo eso en Cuba en medio de la profunda crisis que vivíamos y el MINFAR era uno de ellos. Es un ministerio que se autoabastece principalmente a través de una red nacional de tiendas recaudadoras de divisas, el conglomerado turístico Gaviota y el Grupo de Administración Empresarial S.A. Esos tres emporios militares sostienen una parte importante de la economía cubana y son reflejo directo del poder incalculable que posee el MINFAR.

No existen informes públicos de las actividades que desarrolla el MINFAR. Nadie sabe cuántas unidades militares tiene o cuántos millones ingresa y gasta a través de su infraestructura. Los más altos dirigentes de cada una de sus dependencias son personajes que descienden de la familia Castro o están ligados a ella por décadas de fiel servicio.

Verme frente a aquellas baratijas era una escena un poco surreal en la Cuba del 2020. Las personas pasaban días enteros en largas filas por todo el país para conseguir uno de los ingredientes de aquellos bocadillos.

Laúdes, golosinas y maltas

Los dos poetas estaban acompañados por tres músicos. De estos últimos, ninguno llegaba a los 20 años y el más joven no parecía haber eyaculado aún. Con esa edad mi madre todavía me compraba golosinas y yo, como cualquier niño cubano, disfrutaba mucho hasta el caramelo más pedestre. Pero en el momento que se vivía, ni la mejor madre del mundo podría surtir la gula de aquel niño. Miraba cada una de las fuentes con el iris nervioso en un veloz movimiento panorámico. Un señor viejo e impecablemente vestido decía unas palabras mientras el jovencito frotaba con lentitud las manos pegadas al pecho.

El águila calcula cada centímetro de su ataque, pero tiene que aprender mucho del pequeño que tocaba el laúd para los poetas. En menos de 20 segundos acaparó todo cuanto pudo. Deglutía muy rápido de pie y con la cabeza pegada al plato, como si alguien se lo fuera a impedir, como si aquello fuera un sueño y temiera despertar.

Demás está decir que yo fui una versión más recatada del muchacho. Hasta para mi novia Nayare tomé algunos bombones. Había pequeñas botellas de malta Tínima que todos bebían. Esa marca de bebidas proviene de una obsoleta fábrica en Camagüey y resulta más difícil de ver que el cometa Halley. Exactamente tres años atrás había tomado una cerveza de ese nombre en un establecimiento privado matancero que contrabandeaba productos del MINFAR.

Antes de salir de aquel lugar fui al baño. Encontré todo limpio y dispuesto para el aseo: había jabón, toalla y papel higiénico. El último paquete que yo conseguí de papel estaba por terminarse después de cinco meses de acuciante ahorro. Allí me vi una vez más, frente a algo que no veía con frecuencia, pero a diferencia de las golosinas, ese algo no estaba dispuesto para que yo lo tomara. Si alguien me sorprendía cogiéndolo podría tener un gran problema. Mas deduje que el verdadero problema sería no tener papel en mi casa. Coloqué el rollo dentro de la mochila y lo cubrí con la edición cubana de ‘1984’, ella impediría el escrutinio certero de un posible censor.

El sábado 14 de noviembre, Granma publicó en portada la información del cumpleaños del CODEN, pero aquello no estaba escrito como una noticia. Habían transformado mi texto. No conservaba ni una línea del texto original, el ‘lead’ se transformó en consigna comunista y mi crédito era simbólico porque yo no había escrito eso.

Me tragué toda la impotencia que acumulé durante el fin de semana. El lunes, Nusa me dijo que nos reuniríamos con Dilbert para ventilar mi inconformidad. Empecé a temer por las represalias que podría implicar el encuentro con un jefe. En Cuba cuando te dicen «vamos para la oficina del director» debes cruzar los dedos y rezarle a la Virgen de la Caridad del Cobre.

Bronca en el altar del Dilbert

Mi trabajo no lo cambió Nusa, sino Dilbert. Por eso iría a su altar. Me preparé psicológicamente para no intentar demostrar por qué la nota publicada era incorrecta. Desgraciadamente, Dilbert quiso entrar en detalles y me dijo que mi propuesta estaba mal debido a que lo más importante no era el aniversario del CODEN ni la celebración de este, sino la envergadura y la misión que tenía un centro de ese tipo. Eso es entendible debido a la política editorial de ‘Granma’, pero el texto hecho por el subdirector sacrificaba mucho en pos de su objetivo.

El ‘lead’ de aproximadamente cinco líneas era una subordinada gigante muy incómoda de leer que hablaba de la misión del CODEN. El segundo párrafo medía más del doble que el ‘lead’ y no tenía un solo punto y seguido; era tan difícil de leer que por más que lo intenté no captaba su mensaje principal con claridad. El tercer y el último párrafo estaban por el estilo.

Según Dilbert, mi nota —que por muy mala que estuviera al menos era eso, una nota— no servía y la de él sí. Me dijo que tenía que ser humilde y aceptar los señalamientos. Yo le expliqué mi deseo de no aparecer en la firma de un trabajo como ese por dos motivos: porque no lo había escrito yo y porque no compartía la estructura ni el estilo empleado. Además, el código de ética del ‘Granma’ en su artículo 16 me daba todo el derecho a anular mi firma. Ese apartado hace imprescindible la anuencia del periodista para realizar cualquier modificación de su trabajo.

Sin exagerar, yo sentiría vergüenza si alguien me preguntara por ese texto. El periodismo audiovisual siempre me había robado la atención durante la carrera y por ende, escribir no era mi punto más fuerte, pero lo que escribió Dilbert estaba tan mal que hasta un niño lo hubiese notado.

El subdirector me dijo que eso de no firmar un trabajo era una posición muy fuerte, y yo le expuse la profunda desestimulación que me embargaba. Le recordé cuántas veces me había quejado por el salario, debido a las necesidades económicas que tenía. Situación que se agravaba con problemas personales: mi padre recientemente había sido operado de una lesión cancerígena en el labio.

No fueron capaces ni él ni Nusa de preguntarme cómo seguía mi papá o que tan compleja era su dolencia. Eso me hizo comprender toda la hipocresía que encierra el discurso de los jefes en Granma. Dilbert dijo más de treinta veces en su sermón que iba a trabajar para que nosotros nos sintiéramos a gusto en el periódico porque éramos jóvenes que necesitábamos todo el apoyo del medio. Al medio nosotros claramente no le importábamos. Podría decir que estaba grave en un hospital y quizás ni así vería en ellos algún signo de preocupación.

Mi propósito no era entablar aquellas cruzadas en el órgano oficial del PCC. Cada mañana antes de llegar me decía a mí mismo ‘relájate e ignora cualquier cosa indeseable’, pero no podía evitarlo. ¿Cómo dejar de reaccionar ante lo negativo si casi todo era negativo?

El 17 de noviembre Nusa convocó a toda la redacción para una reunión. En ella explicó que todos los trabajos realizados, excepto ALGUNAS notas informativas, tenían que hablar del daño causado por el bloqueo norteamericano. No era un invento suyo, partía de una política editorial que trascendía a la misma directora: venía de arriba, del Comité Central del PCC. Solo un par de semanas atrás, el Ministerio de Relaciones Exteriores había publicado un informe detallado sobre las afectaciones del bloqueo en cada una de las esferas de la sociedad cubana. El Granma debía acreditar el contenido de ese informe hasta que fuera aprobado en la ONU.

Le dije que en la misma medida que habláramos del bloqueo, era necesario incluir los problemas y trabas internas que impedían un despegue real de la economía y contradecían completamente a las transformaciones impulsadas en toda la sociedad cubana. Mi propuesta pretendía establecer un contrapeso en el discurso del yate y no saturar al público con el megacitado bloqueo.

Él dijo que sí, que ese era nuestro reto, colegiar el interés editorial del medio con la realidad, los problemas internos de Cuba, para generar un discurso más potable. La cara de Nusa dice más que su boca y la expresión de sus ojos mientras hablaba me ayudó a callarme. Problemas del sistema e impacto del bloqueo no pueden coexistir en un mismo trabajo de Granma porque el yate no puede decir que los americanos tienen la culpa de todo junto a ‘nosotros también somos culpables’. El aceite no se mezcla jamás con el agua.

Cuando llegó mi turno en la reunión para plantear las propuestas de trabajo que tenía, expliqué lo del béisbol y los juegos de día. Nusa replicó que Deportes carecía de espacio para un trabajo de fondo y que debía concentrarme en Nacionales. También le propuse hacer una entrevista a Rodrigo Álvarez Cambras, el ortopédico cubano que cumpliría 86 años próximamente. Le conté a Nusa que el legendario médico ha sido marginado de un congreso y un libro de ortopedia en los últimos años y sería bueno reinsertarlo en la palestra pública a través de ‘Granma’.

Él me respondió:

– Voy a consultar esto con la directora para ver qué situación existe con Álvarez Cambras.

– ¿Usted quiere decir, que va a preguntar si se puede hablar de él en un trabajo?

– Exacto, me entendiste rápido. Porque quizás pasó algo con él y no se puede abordar su figura.

Álvarez Cambras es uno de los médicos más prestigiosos de la Cuba revolucionaria. Amigo personal y médico de Fidel Castro, de Rafael Correa o Sadam Housein. Durante su juventud fue reprimido por la tiranía de Batista. Ya médico, hizo más de cinco misiones internacionalistas en el extranjero, inventó varias técnicas y tratamientos ortopédicos, tiene todos los grados científicos a los que un galeno puede aspirar, fundó la escuela de ortopedia cubana, es Héroe Nacional del Trabajo y ha sido condecorado por líderes mundiales como Vladimir Putin o Francois Mitterand.

Por esos días Nayare Menoyo, mi novia, había obtenido una mención en el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste, gracias a su documental sobre el escritor cubano Leonardo Padura. Como varios medios nacionales como ‘Cubadebate’ o ‘Prensa Latina’ se habían hecho eco de la noticia, fui a proponerle el tema a Madelaine, la jefa de la sección cultural. Ella estaba al tanto del recorrido que había tenido el documental y le parecía muy interesante, PERO (siempre hay un pero en ‘Granma’) no podía abordar el tema debido a que el Ministerio de Cultura no aprobaría un trabajo relacionado con Padura. Dijo que la línea editorial en materia cultural del órgano oficial del PCC estaba regida estrictamente por los intereses del Ministerio de Cultura. Dicha entidad ha practicado un rechazo continuo hacia Padura desde tiempos inmemoriales y no promueve su obra o sus logros de manera sistemática.

Al día siguiente, Nusa reiteró su negativa hacia el trabajo que propuse sobre el béisbol. Entonces indagué en la propuesta de entrevistar al doctor Álvarez Cambras.

«Mira Alfredo, a ver cómo te explico», contestó mientras apoyaba los codos en los pasamanos de su cómoda silla. La única moderna de toda la sección la tenía él, el jefe, además de la única computadora con monitor de pantalla plana. «Nosotros somos el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba y no podemos ocuparnos de las disputas que existan entre determinadas personas».

– ¿De qué disputa usted habla?

– De esa que se ha entablado con Álvarez Cambras. Nosotros tenemos que ocuparnos de ‘atender’ los sectores que nos corresponden y no desviar nuestra atención hacia otros asuntos de menor importancia. Además, Álvarez Cambras ya debe estar mal con más de 90 años.

– No, va a cumplir 86 y tiene muy buena condición física y mental para esa edad.

– Bueno, Alfredo, pero igual, ya es un hombre muy mayor.

– A ver, Nusa, ¿usted lo que quiere decir… es que no se puede hablar del doctor por algún motivo?

–Yo no lo sé. Tendríamos que verlo con la directora y que ella llame al Comité Central para comprobar la situación que exista.

Me callé y lo miré fijamente. Él, por supuesto, dejo de mirarme ‘ipso facto’ y volvió a la mierda que escribía en su gran computadora. Me pregunté en qué lugar del cuerpo Nusa tendría el cuño que lo acreditaba como medio básico del PCC. ¿Sería en la espalda? ¿Sería en las nalgas? ¿O no sería y quería ser?

Una censura solapada, entre líneas

Un gobierno totalitario que cuenta con ‘cracks’ como Nusa y prohíbe la existencia de medios privados o la impresión de un simple libro ajeno a sus intereses tiene a Cuba en el puesto 171 del ránking de libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras. De los 180 países listados en el informe de 2021, la mayor isla del Caribe no tiene rival en Latinoamérica.

La censura en Cuba nunca se ha institucionalizado públicamente. Es solapada, entre líneas. Una censura que no borra del mapa completamente a un artista o a un médico como Álvarez Cambras, pero sí lo saca de circulación. Es decir, ya no forma parte del teatro de operaciones, ya no es confiable, ya no es mencionable, ya no es nadie. Todos sabemos que existe, quién es, o qué hizo, pero los medios inician una profilaxis lenta y aplastante que a la larga castra cualquier recuerdo del imaginario popular.

No quería darme por vencido con el trabajo sobre el béisbol. Por eso fui nuevamente a la sección deportiva para colegiar con mis colegas su posible realización. Mientras planteaba mis puntos, el profe Sigfredo me miraba con una expresión irónica en el rostro y asentía ligeramente para despistar en el criterio que hilvanaba sobre mi idea. Aquel hombre de 75 años sacó un cigarro y se puso de pie para decirme: «Ven acá pipo, ¿y dónde tú piensas publicar todo eso? Imagino que en ‘The New York Times’, ¿no? Porque aquí jamás saldría algo así».

– Bueno, profe…

Sigfredo gritó para todos mientras me señalaba: «Este va a hacer un trabajo sobre el viaje desde Colón a Miami», y luego concluyó mirándome «cuando no puedas más y brinques el charco hacia el enemigo, vas a escribir sobre eso».

Los ojos del profe terminaron su intervención: «Así vas a terminar si no dejas de pensar».

En un primer momento me sorprendió el hecho de que un anciano, con el que había conversado solo un par de veces, citara mi lugar de nacimiento. Luego me percaté del lamentable presagio que encerraban sus palabras. Me cansaría de todo aquel circo y saldría de un país en crisis donde no hay ni pan ni pasta dental.

«Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”. Así dijo Fidel en junio de 1961 y sesenta años después su espíritu dogmático hacía cumplir al pie de la letra el sagrado mandamiento comunista. Todos deben dejar de pensar, crear y soñar para estar dentro de la Revolución porque a la larga el socialismo cubano pone cerco a tus neuronas, tu creatividad y tus aspiraciones. Cuando le entregas eso, eres menos humano.

Una de las alternativas es emigrar. Miles de jóvenes salen de Cuba cada año con muy pocas ganas de volver. El profe Sigfredo me vería partir.

La ética y la escasez

El 20 de noviembre, representantes de los principales medios del país dimos un recorrido por instituciones del Ministerio de la Construcción. Fuimos a dos empresas y un centro de investigación. Tenían buenos resultados en su gestión, por eso el ministerio los seleccionó para el encuentro con la prensa. En todos los lugares dieron varias raciones de comida hasta para llevar y al final nos vendieron dos kilos de embutido a precio irrisorio. Cada miembro de la comitiva periodística recibió tres agendas, dos bolígrafos, un llavero, cinco almanaques, un ‘pullover’ y un desodorante.

Nadie rechazó nada. Los bolsos se abultaron a medida que el recorrido avanzó. En otros países, quizás los periodistas recibían cheques o propiedades por endulzar sus ideas. En Cuba con comida y unos ‘souvenirs’ cualquier funcionario podría ganar un elogio. Los turistas siempre dicen que las prostitutas habaneras son de las más baratas del mundo. En la mayor de las Antillas se complace a bajo costo.

El modelo de prensa cubano con el tiempo ha legitimado la falta de ética como una consecuencia directa de la escasez. Cuando regresé al periódico ese día, y Nusa vio cuan cargado estaba, me dijo:

–Aaaah, ¿viste qué bien te fue? Pero después cuando no te den nada no te puedes quejar. Este oficio es así, una de cal y otra de arena.

En otra ocasión una periodista de mi redacción llevaba un pareo estampado de tela fina. Lucía muy elegante y la elogié en el elevador que tomamos juntos. Ella explicó que todos los años Ena Elsa Velázquez Cobiella, la ministra de Educación, le regalaba algo a los periodistas que atendían al organismo rector de la enseñanza cubana. Ena Elsa no dirigía una empresa o una escuela, es la ministra que controla el segundo presupuesto más grande de la economía antillana: para 2021 tenía asignado el 24 por ciento de los gastos del estado.

Periódico digital, internet restringido

Mi jefe solía pedir información de los ministerios cuando nos veía perder el tiempo. A través de Twitter debíamos obtener alguna noticia. Revisábamos los perfiles de cada ministro cubano para saber que decían y como pensaban. Tenían las mismas etiquetas #SomosCuba y #SomosContinuidad. Todos iguales. Su homogeneidad intelectual espantaba.

El colmo fue cuando quise abrir un enlace de la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez. Era un vídeo de YouTube que explicaba cómo se formarían los nuevos salarios en Cuba.

Me interesaba, pero no pude verlo. El internet en ‘Granma’ que nosotros podíamos utilizar tenía restringido el acceso a YouTube. Google Drive y WeTransfer engrosaban la lista de páginas bloqueadas, una lista que no podía terminar en otros que no fueran los medios financiados por el enemigo. Si un periodista intentaba navegar por esos sitios subversivos, podría tener una travesía convulsa en el yate. Por eso yo nunca saqué en ‘Granma’ el libro ‘1984’ de la mochila: corría el riesgo de terminar como Winston.

Con estas prohibiciones quizás querían impedir que accediéramos a contenidos contrarios a sus intereses. Los cubanos permanecen en un limbo informativo que legitima el proceder del gobierno y los valores que apuntalan su gestión: el dogmatismo, la intolerancia y la supresión de los derechos individuales.

Nusa comentó que solo el consejo de dirección tiene un acceso menos restringido a la red de redes. Dijo que en el departamento de informática sus miembros sí tenían acceso a esas páginas, el personal técnico que ni genera ni consulta contenido informativo en internet. Los periodistas no, los informáticos sí. Esa situación competía entre los absurdos más grandes de ‘Granma’.

Una cobertura sin escribir nada

La siguiente cobertura que hice fue en la Organización Superior de Dirección Empresarial (OSDE) de Agua y Saneamiento. Las OSDE son macro empresas que controlan un sector determinado de la sociedad cubana y rinden cuentas directamente al gobierno central. En este caso, organizaron una conferencia de prensa rutinaria para informar sobre las actividades más destacadas.

Por más que tomaba nota no encontraba ni un solo dato llamativo en aquel sermón. Preso de ingenuidad, caí ante el deseo de indagar. Pregunté por la posible independencia de algunas empresas con altos niveles de autogestión que recientemente había promulgado el Ministerio de Economía como medida descentralizadora. Las caras de los dirigentes cambiaron del modo planificado al modo sorprendido y uno de ellos soltó: «La OSDE agrupará a empresas que hasta este minuto son independientes como Aguas de La Habana».

«Pero eso es lo contrario a las indicaciones del ministro», respondí asombrado. No había ningún motivo que justificara aquello. La centralización tenía en ruinas a la mayor isla del Caribe y sus adeptos seguían el capricho de controlarlo todo.

De vuelta al yate, Nusa me dijo que no escribiera nada sobre la conferencia, porque eso de la atención a la población no era tan relevante. Me había enviado para establecer contactos y darme a conocer. Era la segunda vez que me asignaba una cobertura y luego no quería nada escrito. Si ese proceder era secundado con varios colegas, produciría un gasto considerable de recursos por parte del periódico que no tendría un respaldo productivo. Yo complacido porque no me agradaba trabajar en ‘Granma’, mas no podía evitar sorprenderme ante aquel desatino.

El cumpleaños colectivo

Todos los fines de mes se hacía un cumpleaños colectivo en el Órgano Oficial del PCC. Tuve la oportunidad de presenciar uno y quedé boquiabierto. Los trabajadores se reunían en torno al ‘cake’ mientras una mujer leía los nombres de los homenajeados. La congregación respondía a que el almuerzo de ese día tenía una calidad superior y nadie quería perdérselo.

Nusa me explicó que cada fin de mes la actividad salía más escueta porque no había recursos para darle ‘cake’ a todos. El pastel que servía de centro era solo para los cumpleañeros. Estaba pálido y lleno de moscas como todas las tortas fabricadas en panaderías estatales. Sin ingredientes ni incentivos para hacer un buen trabajo, los reposteros del socialismo cubano contribuían más a la catarsis estomacal colectiva, que a una celebración feliz.

Del paripé del ‘cake’ pasamos al comedor después de esperar 20 minutos en una fila engrosada por el hambre de una buena comida. Al final, el pollo asado estaba bastante bueno. Para muchos había valido la pena.

Raúl Antonio Capote compartió mesa conmigo y habló de un posible reportaje sobre la reconstrucción del puerto de cruceros y los hoteles que lo circundan en el centro histórico de la Habana Vieja. Ese señor fue agente de la Seguridad del Estado y estuvo infiltrado en la CIA durante años.

Dijo que visitó el día anterior lo que será el primer edificio inteligente de Cuba, un inmueble remodelado en la Plaza del Convento San Francisco de Asís. El tema me agradaba. Cuando contacté a las autoridades de la Habana Vieja, me explicaron que no respondían por esas obras y solo a través del GAESA podría obtener alguna información. Se trataba del Grupo de Administración Empresarial de Sociedad Anónima que controla gran parte de la economía cubana, y es la fachada del poder militar para regir las arcas de la isla. Llegar a GAESA era casi imposible debido al mutismo que rodea a sus actividades y hasta su propia existencia. Capote y Nusa intentaron contactarlos, pero no lo lograron.

Señales de protesta

El 27 de noviembre, un grupo de jóvenes artistas se congregaron frente al Ministerio de Cultura para exigir libertad de expresión y respeto hacia colegas frecuentemente acosados por la Seguridad del Estado. Todo un acontecimiento terminó siendo el diálogo entre las autoridades y aquellos muchachos.

Yo estuve allí. Traté de cuidarme de las cámaras de los medios extranjeros por miedo a posibles represalias, pero nunca me sentí más libre en toda mi vida. Paradójicamente, me enviaron a cubrir el acto de respuesta del gobierno dos días más tarde en el parque Trillo de Centro Habana.

La directora indicó que antes de salir para el parque debía participar en el consejo de dirección del periódico. Me orientó sacar el celular de la sala y aunque le dije que tomaba notas en él, tuve que dejarlo fuera. Al salón de reuniones estaba prohibido pasar con celulares so pretexto de evitar interrupciones. Los móviles pueden silenciarse de mil maneras y ninguna era suficiente para ‘Granma’. A partir de ese momento me auxilié de la agenda que me habían entregado el día del recibimiento en aquel mismo salón. La portada mostraba la primera plana del Órgano Oficial del PCC el 4 de octubre de 1965.

Como siempre la directora mostró en su pantalla mágica los trabajos más visitados en la web de ‘Granma’ y todos estaban relacionados con los sucesos del Movimiento San Isidro. El periódico más importante de la isla no había publicado nada sobre la manifestación frente al MINCULT. Los cubanos no podrían enterarse de lo que sucedió allí a través de medios oficiales. Si no buscaban fuentes alternativas para ellos no ocurrió nada. Hasta el silencio de ‘Granma’ era poderoso.

Yailín iba entrando en calor y dejó escapar varios comentarios groseros, varios insultos a artistas que fueron a la protesta, como Fernando Pérez o Jorge Perugorría. A ambos los llamó miserables. El sistema no cree en quienes optan por pensar ligeramente diferente. Si ha sido capaz de censurar a Pablo Milanés o a René González Sheweret. ¿Qué podría importarle al sistema la vastísima obra de Fernando Pérez, Premio Nacional de Cine?

La directora señaló la conclusión que enarbolaban los editoriales de ‘Cubadebate’ y ‘Juventud Rebelde’: todo era un acto orquestado desde Miami. Varios miembros del consejo secundaron esa postura.

¿Cuánto cobrarían Fernando o Perugorría por estar allí? ¿Dónde podría yo cobrar mi salario del enemigo? Quizás con ese salario de mercenario podría comprar comida en las tiendas en Moneda Libremente Convertible que el gobierno cubano había abierto: las únicas tiendas que estaban surtidas en Cuba en ese momento.

Frente a la dirección

No pude contenerme y hablé del gas pimienta usado contra algunas personas que querían incorporarse a la manifestación después de la medianoche. Primero cuestionaron la veracidad de esos acontecimientos y cuando expliqué que había varios vídeos sobre el tema empezaron a justificarlo. Yailín planteó que la Constitución Cubana otorgaba poderes especiales al Estado para enfrentar a los traidores a la patria. Dijo que la Carta Magna fue aprobada por el 86 por ciento de los cubanos en 2019 y que la anuencia del pueblo debía hacerse valer si era necesario.

Madeleine Zoe Sautié, jefa de la sección cultural, secundó a la directora. Sentada de espaldas delante de mí, no podía mirarme el rostro. Forzaba su cuello para llegar a rozarme con el rabillo del ojo y descargar su impotencia. Dijo que esos gases se utilizan en todo el mundo para controlar manifestaciones y Cuba podía disponer de ellos si lo estimaba conveniente.

¿Cómo lidié con aquello sin recordarle a sus madres? Aún no lo sé. En Cuba, desde pequeño, a uno le enseñan solo las desgracias del mundo exterior por todas las vías posibles. Entre esas desgracias siempre destacaba la represión a manifestaciones y el uso de la fuerza bruta. El gas pimienta se ha convertido en un símbolo mundial de la represión.

Madeleine tenía los ojos verdes y el pelo rojo. Me preguntaba cómo se vería su cara si era rociada con gas pimienta. ¿Cómo reaccionaría su familia y amigos ante un hecho como ese?

Irónicamente sugerí contactar a la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (ETECSA) para indagar en la situación que existía con el servicio de internet por datos móviles. Primero eliminaron la conexión el día 26 durante la intervención nocturna en San Isidro, después gran parte del día 27 para ocultar los ecos de la manifestación frente al MINCULT y ese mismo día 29 casi nadie en La Habana podía utilizar aplicaciones como WhatsApp.

«Sería bueno que ‘Granma’ tuviera la primicia de alguna rotura», le dije a la directora. «ETECSA siempre informa con antelación cualquier tipo de interrupción en sus prestaciones y creo que deberíamos saber los detalles de lo que ha pasado en estos días».

La directora y Yisell, la jefa de la redacción digital, plantearon que ellas sí tenían conexión. Repliqué que las suspensiones en el servicio habían sido denunciadas por miles de internautas en momentos tensos para el gobierno. En ese instante Yailín tomó unos papeles entre las manos y los movió sobre la mesa ligeramente antes de contestarme. «En el contexto de asedio que vive nuestro país no dudemos nunca que hasta el acceso a internet puede ser suspendido por nuestros enemigos para incomunicar al pueblo cubano».

Eso no tenía sentido. Al enemigo le convenía que estuviésemos conectados para romper el cerco mediático del gobierno. Al parecer, ella misma recapacitó y agregó otra locura más al debate: «Y bueno, si así lo considerara necesario en una postura defensiva, la Revolución tiene todo el derecho de suspender inmediatamente cualquier conexión a la red para impedir que se propaguen noticias falsas».

Entonces, si Yailín apoya el uso de gases lacrimógenos y la suspensión masiva de la conexión a internet, ¿cuál es el país que sueña Yailín? Definitivamente yo no viviría en él.

El discurso del presidente

Cuando llegué al parque Trillo, Díaz-Canel tomaba la palabra en medio de una multitud que superaba fácilmente las 2.000 personas. La máxima autoridad del país no se veía con facilidad porque una muchedumbre lo rodeaba con celulares. Todos querían grabar su acercamiento al único presidente de América Latina que no había sido escogido por el voto del pueblo.

A Díaz-Canel no le importó mucho la pandemia en curso. El gobierno había desalojado la sede del Movimiento San Isidro tres días antes para supuestamente evitar contagios y ahora convocaba a miles para gritar consignas. Una mujer de entre 40 y 50 años que estaba a mi lado espetó desfallecidamente: «¡Viva la revolución! ¡Viva la revolución!». Luego le aclaró a su compañero: «¡Estoy loca por darle un piñazo a esa gente, loca estoy!»

No bromeaba aquella cubana educada en los más correctos valores socialistas. Seguramente, de niña pudo vivir los actos de repudio de los años ochenta contra personas que se iban del país o simplemente faltaban a una reunión del CDR. Seguro ella recordaba nostálgica cómo los huevos se incrustaban en las puertas de esos ‘traidores’ y el goteo hacia abajo de la yema amarilla indicaba la poca moral del agraviado. Ella quizás deseaba reditar sus aventuras infantiles, pero ahora proponía otra vía: el puñetazo. Resistir al bloqueo del imperio la había vuelto violenta o la escasez le hizo reservar los huevos solo para alimentarse. Me inclino por la segunda causa porque era probable que esa mujer en el 2020 cubano intentara reciclar la yema o la clara que rodara por la puerta de alguien. El hambre que se vivía en la mayor de las Antillas no creía en ideologías.

El tratamiento al que pensara diferente había cambiado poco. Censuraron, manipularon y enjuiciaron a una manifestación pacífica, que reunió personajes tan diversos e influyentes como Tania Bruguera, Fernando Pérez o Israel Rojas. Avasallaron a un sector de la intelectualidad cubana que no creía en dogmas y no quería someterse a ellos.

Mientras el abandono reinaba en el parque y en la facha de buena parte de los congregados, Díaz-Canel portaba en su mano derecha un Rolex valorado en 28.000 dólares. ‘Resistir y vencer’ se puede mejor con un Rolex y todas las comodidades que frecuentemente se exponen de las familias regentes del país. La hipocresía es el instrumento político más empleado en Cuba.

Algunos de los presentes vestían sospechosamente igual. ‘Pullover’ azul oscuro con el cartel del evento. Hasta un cartel diseñaron para algo que, al menos en teoría, había surgido como un evento espontáneo de algunos jóvenes para ejercer su derecho a defender la Revolución.

El sistema convirtió lo espontáneo en convocatoria masiva y el sábado 28, uno de los organizadores apareció en la televisión nacional para, entre otras cosas, decir la hora y el lugar de la actividad. Muchos centros de trabajo y escuelas enviaron representaciones. Varias filas de ómnibus y carros de empresa convergían alrededor del parque, en espera de los trabajadores que habían traído. Todo había sido espontáneo, se notaba.

Minutos antes de terminar la función, un estudiante de Periodismo de la Universidad de La Habana leyó un ambiguo discurso que lo mismo ensalzó a la «unidad del pueblo cubano» que criticó al «dogmatismo estalinista». Talones unidos, postura erguida y dedo índice en alto para realzar los sintagmas necesarios, parecía un robot mal programado. Minutos antes de subir al estrado me le acerqué para preguntar qué más sucedería y hasta cuando duraría la Tángana.

–Compadre ya por nosotros casi terminamos, pero quizás aparezca algo más como esto del presidente.

Ellos, los organizadores, no sabían de la asistencia del líder. «Tú sabes cómo son aquí las cosas, nunca se sabe, este es el país de la guacha», añadió.

Le había propuesto a Yailín publicar el discurso leído en el parque Trillo. A ella le gustó la idea. Me dijo que lo consiguiera y se lo hiciera llegar. Así lo hice, pero mi propuesta no trascendió. No podían coincidir en el Órgano Oficial del PCC lo tradicional y lo crítico.

Repudio contra las ‘acciones subversivas’

La dirección del periódico había convocado a un mitin de repudio contra las recientes ‘acciones subversivas’. En un salón improvisado en el tercer piso del periódico, nos citaron para las 15:30 del 30 de noviembre.

Juvenal Balán, jefe del Departamento de Fotografía, estaba en la puerta del salón para indicarle a cada uno donde debía depositar su móvil. A la izquierda había una habitación pequeña con una mesa y encima muchos celulares se aglomeraban obedientemente. Sospeché que aquella medida estaba condicionada por la rudeza del acto y no renuncié a grabarlo todo.

Coloqué el móvil en mi pantalón y preví que la billetera disimulara su presencia. Unas 60 sillas se ocuparon de a poco. Todo comenzó cuando entró la directora y el mismo Juvenal le dio inicio al acto: «Todo revolucionario que esté en su puesto de trabajo desde su casa desde el barrio, donde quiera que se encuentre, sea ese Comandante en jefe que nosotros nos comprometimos cuando lo perdimos en 2016».

De pronto sentí como mi piel empezaba a encapotarse. La barba era grande, blanca, y mi ropa se transformó en un uniforme color verde olivo. Me vi erguido y con el pecho inflado. Una gorra enorme de visera ancha coronó mi cabeza. Todos a mi alrededor comenzaron a gritar «¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!», y cuando involuntariamente respondí con un gesto de sobrecogimiento, noté que mi voz era otra. Áspera y pausada sentía la lengua y los sonidos que emitía. Intenté hablar, pero no pude. Los aplausos y gritos de los trabajadores de ‘Granma’ no me dejaban moverme.

«¡El imperialismo yanqui no puede doblegarnos!», dijo Juvenal para verme allí, en el mismo país, con el mismo enemigo y rodeado de la misma gente que se vieron mis padres 40 años atrás.

La directora presentó varios videos para ‘desenmascarar’ al Movimiento San Isidro. Algunos miraban la sábana blanca que servía de pantalla y otros dormían. Conté a cinco mujeres en plena siesta: tres de la cocina y dos auxiliares de limpieza. Mano en la mejilla para apoyar la cabeza, las féminas no disfrutaron los sermones de Yailín. Sus párpados eran la barrera natural que el cuerpo ponía ante lo ridículo.

Para cerrar, Yailín leyó un texto de Fidel que el rotativo comunista había publicado ese día: «Los contrarrevolucionarios no tendrán aquí ninguna tribuna, los contrarrevolucionarios no tendrán aquí ningún derecho a hacer campaña contra la revolución, se acabó. Todavía andan molestando al pueblo y el pueblo reacciona con razón cuando ve a un grupúsculo que saben que están conspirando y que saben que están provocando. Señores por qué van a tener que estar el pueblo todos los días en una batalla callejera contra estos provocadores descarados. Vamos a aplicar las leyes y ser más capaces que nunca. Tendremos que trabajar más que nunca y tendremos que ser más eficientes que nunca… y tendremos que ser tan buenos soldados como no los haya habido nunca».

Después de los vítores a la Revolución, al Socialismo y a Fidel que cerraron el mitin, todos enfilaron rumbo a la salida. En ese momento vi como Enrique Moreno, el jefe de corresponsales, vigilaba el cuarto donde estaban los teléfonos. La puerta de la habitación estaba cerrada y una silla colocada frente a ella impedía abrirla. Cuando mis colegas pudieron recuperar sus móviles, yo dejé de grabar con el mío.

Mi última cobertura

Mi última cobertura fue con Abisniel, el jefe de la Dirección de Inversiones y Mantenimiento de Agua y Saneamiento, otra OSDE. Ese trabalenguas de nombres y cargos da una idea de lo enrevesado que era el trabajo de aquel consorcio con 30 empresas y 275 Unidades Empresariales de Base subordinadas. Esa OSDE y el Instituto Cubano de Recursos Hidráulicos dirigen en Cuba todo lo relacionado al agua, desde una presa hasta una alcantarilla.

Fui con Abisniel para su empresa y por el camino conversamos de los problemas que padecía él o cualquier otro profesional que intentara hacer una carrera en Cuba. Ingeniero Hidráulico de formación, me explicó la escasez crónica de cemento que padecía el país y su repercusión en las labores que dirigía. Habló también de la elevada cantidad de trabajos mal ejecutados por no seguir los protocolos de calidad.

Cuando llegué a la empresa, el ingeniero llamó a tres de sus subordinados para que participaran en el ‘encuentro con la prensa’. Me hablaron esencialmente del Programa de Hidrometría.

Al final no había ocurrido nada, pero el tema de la hidrometría en sí generaba expectativa en la población por estar vinculado a un servicio básico. En el barrio donde vivía colocaron los hidrómetros y fue todo un suceso. Al cabo de un mes, las llaves de los relojes de algunos de mis vecinos desaparecieron en una sola noche. Todo lo roban en Cuba. A mi padre le llevaban los plátanos que sembraba en el campo, en el medio de la nada. Lo mismo ocurrió durante el Periodo Especial en los años noventa: la delincuencia siempre tiene un nido en la crisis.

Los baños del cuarto piso del Instituto Cubano de Radio y Televisión, donde radica el Sistema Informativo de la Televisión Cubana, también fueron escenario de robos surreales. Tuvieron que colocar rejas a los tanques de las tazas en los baños. Resulta que los trabajadores de la televisión cubana se robaban los sistemas de descarga y como no había forma de controlar aquello, la dirección tuvo que enrejar los retretes.

De regreso en el yate Nusa me dijo:

–Alfredo, eso que propusiste en el plan de diciembre de hacer un comentario sobre las tiendas en Moneda Libremente Convertible no procede.

–¿Por qué?

–Bueno, porque es una medida impopular que responde a una necesidad del país.

–Precisamente por eso, porque es impopular deberíamos tratar el tema.

A partir de ahí todo se complicó. Ambos empezamos a gritar: él para convencerme de que las tiendas en MLC eran un mal necesario y yo para que entendiera que el cubano no necesitaba ningún mal para aplacar el hambre. Terminé diciéndole que en Cuba nadie apoyaba eso y hasta lo invité a caminar por la avenida más cercana en busca de opiniones.

En octubre de 2019 el gobierno cubano anunció la creación de tiendas en MLC para recaudar las divisas que el contrabando, practicado por personas naturales, sacaba en masa del país. En julio de 2020 empezaron a vender comida y productos de aseo por esas tiendas. Nadie en Cuba gana un salario en MLC, solo los que reciben remesas podían alimentarse y asearse correctamente.

A pesar de la injusticia, nadie hacía nada y el gobierno solo justificaba su nefasta incompetencia. En realidad, fue un juego para mí plantear el tema porque sabía que, ni en la quinta fase lunar, ‘Granma’ publicaría un trabajo que cuestionara imposiciones del gobierno.

«Por eso ‘Granma’ no lo lee nadie, porque a la gente le interesa una cosa y ustedes la ignoran o la esconden», le dije a Nusa en el clímax del efusivo intercambio de argumentos. Él me dijo «estás equivocado, nosotros tenemos muchos lectores».

¿Cómo no iban a tener lectores si los cubanos no tienen nada más que leer? Solo ‘Granma’ llega a todos los rincones del país diariamente. Solo ‘Granma’.

Escapar de ‘Granma’

Lisandra también intentó fugarse de ‘Granma’. En el salón donde inició nuestra desgracia, ella y Capote se reunieron con la directora para decidir su destino. Solicitó la anuencia del periódico para trasladarse al canal de televisión Cubavisión Internacional. Llevaba tres años colaborando con ese medio, le gustaba mucho más la pantalla que el papel y allí le pagarían más.

Yailín le respondió que ella entendía el deseo de Lisandra, pero no podía liberarla porque eso le crearía un vacío en la ya menguada plantilla de periodistas. Lisandra lloró sin consuelo frente a sus jefes. Explicó que le fue imposible controlar sus lágrimas. Ni siquiera contándolo hallaba paz. Nadie quería navegar en el yate.

Mi fuga sería aérea, con destino a Madrid. Un ‘Master in Business Administration’ (MBA) era mi comodín para escapar de ‘Granma’ y del subdesarrollo.

Como mi viaje comenzaba a acercarse, decidí pedir una licencia sin sueldo en el yate. Paradójicamente, lo que más me preocupaba era la comida. Ya no tendría el almuerzo garantizado, ni la merienda de las chicas para desayunar en casa. Redacté mi carta de solicitud de licencia y se la entregué a Enrique, el jefe que cubría las vacaciones de Nusa. Me dijo que tramitaría con la directora y pronto me daría respuesta.

Antes de partir debía hacer una cosa muy importante. Ese día había salido por fin mi trabajo sobre los logros del Ministerio de la Construcción. Nacianceno me lo comentó en el elevador porque fue él quien editó el texto. El jefe de la sección deportiva editaba un trabajo sobre construcción. Cositas de ‘Granma’.

Tomé el periódico en la sección Nacional y salí para el baño de hombres del cuarto piso. Cerré la puerta (aunque cualquiera podría entrar) y me tranqué en el tercer cubículo. Me quité el reloj y los espejuelos. Agarré el tabloide comunista con ambas manos. Miré mi trabajo en la página 2 titulado ‘Las construcciones no se detuvieron con la pandemia: obras que lo confirman’ y luego me bajé el pantalón.

Manchar mi nombre de mierda no puede entenderse como una profilaxis anal. Más bien, la limpieza era espiritual porque la inspiración para escribir aquellas propagandas venía de mis demonios. Estrujé el ‘Granma’ para amortiguar su textura. Ni siquiera el ano puede aceptar la rigidez del Órgano Oficial del PCC.

La ventana sobre el inodoro ofrecía una vista del edificio ocupado por el Comité Central del PCC. El estilo arquitectónico del yate encajaba casi a la perfección con el de la cúpula de poder que lo dirigía. Guardias del amplio cordón que rodea la plaza y el palacio se veían como hormigas. Los autos de los dirigentes que entraban o salían del parque o competían en destellos: los ‘ladas’ rusos (los menos) no reflejaban casi el sol, mientras que los ‘Geely’ chinos encandilaban: parecían naves ‘extracubestres’ o cápsulas de bienestar burocrático.

El paisaje tenía un complemento perfecto: la ventana que lo ofrecía estaba rota. Le faltaban fragmentos de cristal y a través de esos espacios la nitidez del horizonte ganaba una rudeza cegadora. Era mi despedida triunfal de una vista terrorífica. Ver al socialismo apostado e intenso por una ventana rota de ‘Granma’, es una de esas cosas de Cuba que jamás olvidaré.

Salí del baño y le comuniqué mi decisión a Olguita. Quedó sorprendida y a la vez triste. Ni todos ni todo era malo en ‘Granma’. Hice una copia de los documentos que había generado en mi computadora y el cuadro de Camilo que colgaba sobre la máquina me miraba. La foto se tiró en estudio o al menos eso parecía. El Héroe de Yaguajay sostenía su ametralladora Thompson y tenía los ojos tristes. Ese era otro que no estaría muy contento de resucitar.

Cuando mi solicitud de licencia llegó a las manos de la directora, trató de darle largas al asunto. Primero adujo que mi jefe estaba de vacaciones y debía esperar a su regreso para proceder. Tuve que presionarla y pedir una cita de urgencia con ella y solo así logré que me atendiera. Entonces me explicó que la situación con los nuevos era muy complicada porque yo era el tercero que solicitaba apartarse del yate. Respondí con la coartada que había armado: llevé los diagnósticos de cáncer de mis padres y aduje que necesitaba trabajar en un lugar que me pagara mejor para poder ayudarlos económicamente ante su imposibilidad de trabajar.

Era importante que cumpliera con mi servicio social, dijo Yailín. Explicó cómo el sacrificio de trabajar en un centro estatal permitía cubrir los gastos médicos de nuestros padres. No hice más que asentir a su sermón haciéndome el convencido de las ideas yailinistas.

Mientras esperaba una respuesta del yate, el presidente de Cuba anunció el inicio de la Tarea Ordenamiento a las 21:00 del 10 de diciembre de 2020. Dicha tarea aumentaría nueve veces el salario mínimo. Valoré detener mi salida del ‘Granma’ porque estar sin trabajo en medio de transformaciones económicas profundas podría ser un paso en falso.

Pero nada podía cambiar mi decisión. Al final yo no vivía del salario que me pagaban en ‘Granma’ y tampoco iba a vivir del salario incrementado que me iban a pagar. La repugnancia que sentía por aquel lugar ningún dinero era capaz de calmarla.

Libertad, al fin

Al cabo de unos días fui a ‘Granma’ y me entrevisté con Dilbert porque la directora no se encontraba. Contó que pasaba por una situación igual de peliaguda con su familia. Su esposa debía operarse en la provincia Granma (sí, el subdirector de ‘Granma’ proviene de la provincia Granma) y tenía que cuidar a las dos niñas sin restarle atención a sus funciones en el yate. La mujer de Dilbert debía deshacerse del útero por sospechas de cáncer y aquella historia me conmovió. Llegué al punto de preguntar todos los detalles. Semanas atrás, cuando le expuse la situación del cáncer en el labio de mi padre, Dilbert ni se inmutó.

A las 21:02 del martes 15 de diciembre de 2020, Juan Diego Nusa Peñalver llamó para informarme que la directora ya había aprobado mi licencia sin sueldo. En ese instante abría la verja que da acceso a mi alquiler y fue electrizante escuchar esa noticia. No podía creerlo, pero sí, estaba fuera oficialmente. La sensación de libertad que me embargó era tan grande que sería difícil cuantificarla. El peso de las cadenas de ‘Granma’ había sido enorme y zafarme de ellas fue lo mejor que me había pasado en mucho tiempo.

Hasta el 15 de marzo no tendría que reincorporarme. En ese momento ya no debía estar en Cuba pues mi prepasaje para viajar a España era para el 20 de febrero. No iría más al lugar de mis martirios, o al menos eso pensé. María fue la responsable de que eso cambiara.

En la tarde del jueves 17 de diciembre, mi compañera de estudios y travesía puso la noticia en nuestro chat de WhatsApp: ‘Granma’ vendería medio cerdo a cada trabajador por un precio módico. Tenía derecho a obtenerlo porque aún pertenecía a la plantilla y sufría la misma escasez de comida que los demás cubanos. Por lo tanto, no dejé escapar esa oportunidad.

La crisis que atravesaba Cuba hacía que un puerco vivo —denominación criolla de cerdo— costara 25 pesos, o un dólar al cambio oficial, por cada libra de peso. Ya listo para consumo como lo entregaría ‘Granma’, podía alcanzar los 70 pesos (casi tres dólares) la libra. Recibir casi 80 libras de cerdo por solo 335 pesos cubanos era una ganga socialista que el Órgano Oficial del PCC ofrecía a las más de doscientas personas de su plantilla.

El día de la entrega, un grupo de trabajadores había obtenido su ración muy temprano y otro era víctima de la clásica espera cubana para obtener alimentos. En la cola hablamos de los nuevos salarios que se aplicarían a partir del 1 de enero. Lisandra dijo «mi bisabuela tiene retiro, mi abuela también, mis dos padres y yo trabajamos, todos tenemos salarios. Yo trabajo en dos lugares y a pesar de todo eso ya hicimos las cuentas y el dinero va a seguir sin alcanzarnos».

‘La cuenta no da’, así se llamaba un tema emblemático del Trabuco, orquesta cubana de música bailable. Pero la casa de Lisandra no es una orquesta ni un bailable, en ella vivían personas que no sabían cómo enfrentar su realidad.

¿Dónde está el cerdo?

Al cabo de un par de horas de espera, nadie sabía dónde estaba el cerdo. Unos decían que llegaría a las 13:00 y otros que aún no había salido de Pinar del Río. En medio de tanta incertidumbre Nusa llegó a la cola. Me llamó aparte y habló conmigo sobre la licencia. Fue amable y no puso objeciones a mis argumentos. «Bueno, espero que resuelvas», concluyó.

Mi exjefe ya estaba al tanto de todos los detalles pues el día que me llamó por teléfono para darme la noticia liberadora pidió que le contara mi historia. Él quedó satisfecho y yo sorprendido. No podría llevarme un mejor recuerdo del último día en ‘Granma’: Nusa aceptaba sin reparos que me fuera de allí.

A las 17:10 llegó el cerdo a ‘Granma’. Esperé todo el día a dos camionetas que fueron recibidas con júbilo por la fila de trabajadores ávidos de carne. La tarde empezaba a morir cuando despacharon primero a los más ocupados dentro del yate. Poco a poco la fila avanzaba y vi ocurrir de todo: compraban individuos que no trabajaban en el diario, cocineros apartaban grandes lotes a una esquina sospechosa y algunos vendían su ración porcina a otro compañero por un precio mayor. Ni dentro del órgano Oficial del PCC podía evitarse el contrabando de comida en Cuba.

El cerdo, como en Rebelión en la Granja, resultaba ser un líder de masas con elevado poder movilizativo. Marta Rojas, con 92 años, daba vueltas en su pequeño auto por el aparcamiento. Cuando llegó su turno, la impaciencia la hizo intentar cargar el pesado saco de carne. En ese instante, cuando un par de hombres la ayudaban, tuve una antivisión. Así le llamo a lo que no me imagino, a lo que no puedo ni siquiera soñar.

Marta Rojas encarna parte de lo que cualquier periodista aspira a lograr en su carrera. Además de haber cubierto y narrado hechos trascendentales de la historia patria como el asalto al Cuartel Moncada, era un referente de tenacidad y no quedaba mucho en la mayor isla del Caribe sobre lo que no hubiese escrito. A pesar de todo eso, allí estaba, en una espera de más de seis horas para obtener un pedazo de carne.

Lo que no pude soñar ni imaginar fue mi futuro en esas condiciones. En esas aberraciones del socialismo cubano, donde un profesional no se cruza con la dignidad y termina siendo un fragmento de persona que vaga por la vida sin carne y sin esperanza.

Tomé mi cerdo y salí de allí con ganas de jamás volver.

Tomado de El Confidencial