Pensar en Virgilio Piñera es recordar los enormes huevos que hay que tener para insertarse en una genealogía creativa que no guarda demasiada relación con la que dictamina el contexto. Su valor no radica solamente en haber decidido inspirarse más en los latidos poéticos de Charles Baudelaire que en los de San Juan de la Cruz, o en apostar por la aridez y la parquedad del lenguaje en vez de por el ornamento empenachado y rector en la tradición de las letras hispanas (a riesgo de ser tildado de émulo kafkiano tropical de bajo costo), sino en haber tomado estos caminos sin cómplice, sin compañero de aventura. Se adentró en una geografía difícil y nunca dejó de lanzar señales desde ahí, a pesar de caminar solo. Para seguir leyendo…
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