Janet Batet: Mario Algaze. El reclamo a la inmortalidad

Artes visuales | 1 de julio de 2021

La fotografía tiene, a un tiempo, el don antitético de la atemporalidad y la infinitud. Tras el click definitorio del obturador, un instante único, escurridizo e irrepetible, privilegiado por el ojo del fotógrafo (seleccionado entre tantos millares de otros instantes que en ese mismo momento dejan de existir) queda congelado por siempre –desterrado del tiempo, coagulado en una suerte de conjuro que únicamente se realiza (reactivándose una y otra vez) en cada nueva pupila que se atreve a la superficie argentada. Esta condición sine qua non del hecho fotográfico resume en esencia el cometido último de un proceso soberbio: el reclamo a la inmortalidad.

(…) El camino que lleva a Mario Algaze (La Habana, 1947) a la fotografía está vívidamente asociado a una necesidad interna de autoconocimiento y afirmación. En 1960, a la edad de 13 años, migra con su padre a Miami y en 1971, con 24 años, comienza ávidamente la incursión en la fotografía. Los años de trabajo como fotógrafo independiente para diferentes publicaciones nacionales e internacionales van perfilando el estilo formal que marcará toda la obra del artista, caracterizada por la espontaneidad, la luz natural y la composición impecable.

Si bien su trabajo como fotorreportero a principios de la década de los años setenta testimonia de manera excelsa el mundo de la cultura americana del momento desde estrellas como Mick Jagger, Bob Dylan, B.B. King y Grace Slick hasta el movimiento contracultural, no es sino en su primera visita a México, en 1974, que Mario Algaze, de golpe, descubre el real cometido que la fotografía tendrá para él: “México significó el reencuentro con mi propia identidad, la vuelta a mis raíces” –rememora. (…)

Invariablemente, la fotografía de Algaze está impregnada de alto valor lírico y una suerte de halo misterioso determinados, en primera instancia, por el magistral uso del blanco y negro en plata sobre gelatina, así como el hábil manejo de la luz natural y artificial y el dominio de la profundidad de campo. Ambos, luz y profundidad de campo, devienen dos factores cruciales de valor psicológico para el artista.

(…) En 1999, tras 39 años de ausencia de su espacio natal, Algaze regresa a Cuba, resumiendo el círculo de búsquedas de esa identidad escindida, ahora vasta y poliédrica. Su visita a la Isla se incorpora así al mosaico irrepetible de imágenes, testimonio y poesía a un tiempo, de ese magnífico y variopinto contexto que es la realidad latinoamericana.

Si bien la obra de Mario Algaze se inscribe dentro de la tradición de la fotografía latinoamericana, se distingue de ella por el posicionamiento del artista. Testigo y cronista que asume, en sus propias palabras, “la tercera posición”, entendida esta como una posición neutral. Alejada de enfoques ideológicos pre-hechos, su obra es, sobre todo, una mirada conmovida y desinteresada, dádiva magnífica que deja en manos del receptor la última palabra. (…)