En aquel entonces, con los recursos de los soviéticos a su disposición, el antojo del caudillo fue construir improvisadamente un pedraplén sobre el mar que uniera Turiguanó, en Ciego de Ávila, con los cayos Coco y Guillermo, a más de 60 kilómetros de tierra firme. Ocuparía y contaminaría miles de kilómetros cuadrados de humedales. Desaparecería y pondría en riesgo cientos de animales y plantas endémicos, más los sitios de reproducción de muchas especies migratorias, pero se haría su voluntad “al precio que fuera necesario”. Para seguir leyendo…
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