El pensamiento de Fidel Castro no estaba vivo ni cuando vivía. No era un pensamiento, era una aglomeración de caprichitos. No era un plan, sino una tormenta de antojos que a veces ni siquiera llevaba a su fin. Lo único que cumplió sin decirlo fue mantener en sus manos el poder absoluto. Paso por alto lo que los guatacas siguen alabando como “su lucha” y “sus batallas”. Todos conocen, demasiado diría yo, su gesta ingesta e indigesta, sus planes económicos enloquecidos, su idea de desecar la Ciénaga de Zapata, sus sueños ganaderos de crear una raza nueva que terminó haciendo extinguirse las vacas de la faz desolada de Cuba; y el que, tal vez, ha sido el más desmesurado entre la desmesura de otros planes: la Zafra de los Diez Millones. Para seguir leyendo… (Imagen: Raychel Carrión).
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